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Memoria Histórica

Nicolás Guerra Aguiar, laprovincia.es, | 3 septiembre 2009

Ese plomizo monumento de piedra dura e intolerancia y rigidez ideológicas permanece enhiesto, solemne y retador a la entrada del cementerio de GáldarNICOLÁS GUERRA AGUIAR

Allá en los últimos años de los cincuenta los niños de la escuela pública de Gáldar visitábamos por imperativos la trasera de la iglesia. Allí, frente a la casa de las Ruices y muy cerca del molino de gofio asentaba su grisácea rigidez pétrea la Cruz de los Caídos, de los «Gloriosos Caídos por Dios y por España. Presentes». Era una geometría de piedra que los vencedores de la Guerra Civil habían levantado para la remembranza y perpetuación de su alzamiento rebelde.

De piedra, como los propios corazones de quienes nos obligaban a acudir desde las aulas de la Graduada cada veinte de noviembre en fila, bajo la atenta mirada de camisas azules, flechas rojas, tambores y cornetas que imponían también un espíritu militar a aquella cívica procesión que subía por Guillén Morales, Guaires, y que no osaba detenerse en la dulcería de Paquito el de «los trozos».

Nos conducían a la pequeña explanada donde otrora se ubicó la fuente pública, la que vigilara Pancho Platero en sus tiempos jóvenes. Y si aquella manó el líquido para la vida, si fue manantial que mantuvo activos los corazones y los cuerpos de mis paisanos, la agarrotada y yerta Cruz que en nada brotaba distensión, armonía o musicalidad nos vigilaba desde arriba, desde sus alturas inalcanzables para imponernos seriedad, a veces miedo, otras tantas pavor.

La solemnidad del acto sobrecogía pálpitos, miradas, audiciones de una chiquillería ajena en su totalidad a cantos heroicos, a manifestaciones épicas, a símbolos, a concentraciones para mí multitudinarias. Porque también desde las alturas, desde el paseo que separa a la iglesia de la calle las autoridades civiles, religiosas y militares dominaban con sus miradas y sus gestos la teatralización de aquel veinte de noviembre, día de recuerdo a José Antonio Primo de Rivera.

A las once de la mañana, a las once en punto, los cantos sonoros que al ritmo acompasan lanzaban a los vientos y a los claros del día las musicalidades que anunciaban el comienzo del acto. De repente la mudez era tal que hasta los pájaros torneaban sus amarillos en prudentes colores tierra; las naranjas de las Ruices verdecían para ocultar sus presencias y el viento cesaba sus correntías, temeroso de que fuera considerado alterador y se le desterrara hacia las otras Españas, la de trashumancia (Jiménez, Max Aub, León Felipe) o del exilio interior, José María Millares?

Eran, sí, los momentos de exaltaciones que convertían las palabras de aquellos chaquetones blancos y boinas rojas en flechas que voltigeaban en torno a nuestras mentes infantiles e impactaban, como en feroz acometida, en sentimientos, corazones e ingenuidades. Bien es cierto que nos habían preparado, que desde las clases iniciales en las aulas nos habían dicho que éramos como los notarios de aquellos acontecimientos -¡infelices que nada sabíamos de» notarios»!- Nos habían preparado las mentes para recibir en ellas palabras como «Patria», «Muerte», «Sacrificio», «Masones», «Pervertidores», «Generalísimo», «Dios»? palabras que, cuando llegaban, fluían por capilares, venas, aortas y diástoles para llegar al cerebro y producir escalofríos de pasión ardorosa, fervor patrio, odio a quienes habían dado la espalda a Dios y querían acabar con España.

Y cuando el cura iniciaba los padrenuestros de rigor, envuelto en su nigérrima capa que todo lo oscurece, nos creíamos de verdad héroes, futuros jóvenes para salvar a la Patria con la sangre si fuera preciso, cara al sol con la camisa nueva. Y envidiábamos a los cinco niños seleccionados para depositar las cinco rosas, las flechas de mi haz, por más que no entendíamos nada. Pero, ¿hay mayor éxtasis que ser llamado por la Patria?

Ese plomizo monumento de piedra dura e intolerancia y rigidez ideológicas permanece enhiesto, solemne y retador a la entrada del cementerio de Gáldar como recuerdo imperecedero -y burda burla- de quienes murieron por aquella España rebelde, de charanga y pandereta mientras otros -los republicanos perdedores- siguen esperando en los oscuros fondos de pozos que los azoquen en la memoria de los socialistas galdenses (¿acaso republicanos?: ¡qué va!) y en la historia de su pueblo, el suyo y el mío.

niguea@telefonica.net

http://www.laprovincia.es/articulos/2009/09/03/memoria-historica/255038.html