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Los asesinos no sólo mataron

El País, | 23 octubre 2009

Hallados en Barro las pruebas de un brutal asesinato cometido en 1936NATALIA JUNQUERA – Madrid – 22/10/2009

Los asesinos no sólo mataron. Antes de acabar con la vida de Castor Corral y Ramón Barreiro, de 27 y 19 años, torturaron y humillaron a sus familias. Y después, mutilaron el cuerpo de Ramón para robarle el anillo que llevaba en un dedo. Es la terrible historia que los restos hallados en una fosa en Curro, en el municipio pontevedrés de Barro, ha sacado a la luz 73 años después. Los arqueólogos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica mostraron ayer las pruebas de este terrible crimen a la policía judicial: los cráneos inequívocamente agujereados por el tiro de gracia y numerosos casquillos de bala.

Castor Cordal era electricista y miembro de la CNT. Estaba casado y no tenía hijos. Sabía que iban a por él, y por eso intentó huir. Se escondió en distintos lugares hasta que un delator lo descubrió. Una vez detenido, se lo llevaron al Pazo de Fefiñáns (Cambados), donde fue recluido con varias personas. «Mi padre quiso verlo y no le dejaron. Cuando lo intentó el tercer día, le dijeron que se había escapado a Portugal», relata Josefina, de 83 años, hermana de Castor. Pero no había huido a Portugal. Estaba ya muerto.

«Unos amigos de la familia que se iban de madrugada a la feria de Pontevedra vieron cómo los asesinos se los llevaban a enterrarlos atados en una escalera», relata Josefina, que entonces tenía 9 años. «Así que enviaron a una persona para que le dijera a mis padres que no le buscaran más».

Poco antes del asesinato de Castor, los falangistas habían acudido a su casa. «Mi padre les pidió que le hicieran a él lo que quisieran, pero que no molestaran a su familia. Pero sacaron a mis hermanas y las hicieron bailar desnudas delante de ellos», cuenta Josefina. «Sufrimos muchísimo. Mi madre no se quitó el luto por su hijo hasta que murió. Los dos murieron con esa amargura, pensando siempre en el hijo que le habían matado. Parece que estuviera viendo ahora a mi hermano: era un hombre como un castillo, fuerte, bueno…».

Los falangistas también visitaron la casa de Ramón Barreiro antes de matarle. Torturaron a sus padres para que le dijeran dónde estaba escondido. Violaron y raparon al cero a su madre, que murió poco después. Y una vez muerto Ramón, le cortaron un dedo para robarle un anillo que tenía y que llevaba en la foto familiar que ilustra este reportaje.

Ramón tenía sólo 19 años y se había ganado cierta fama con las gacetillas locales que escribía. Pertenecía a una familia de tradición republicana y su hermano, movilizado para la guerra por las tropas franquistas, se pasó al lado contrario. Al parecer, fue un cuñado de su madre quien delató a Ramón.

El equipo de expertos de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) que ha rescatado los restos de las dos víctimas, asesinadas el 15 de septiembre de 1936, ha encontrado numerosas pruebas de violencia. «Hay impactos de bala en los cráneos, pero también en las piernas, y numerosos casquillos lo que indica que fueron tiroteados», explicó Santiago Macías, vicepresidente de la ARMH.

El equipo, dirigido por el arqueólogo René Pacheco, ha estado trabajando en la fosa bajo la lluvia y ayer recogió ya todos los restos, que previsiblemente serán llevados a un laboratorio de Ponferrada para su identificación.

Antonio Cordal, sobrino de Castor, y Santiago Macías, denunciaron ayer en un cuartel de la Guardia Civil el hallazgo de los restos con signos de muerte violencia lo que motivó que se desplazara hasta la fosa a policía judicial. 73 años después, los agentes visitaron el lugar del crimen e interrogaron a los expertos sobre sus hallazgos.

Josefina confdiariodemallorca.es » Diario de Palma esó que no había podido dejar de llorar por su hermano durante todo el día, a pesar de haber logrado llevar a cabo una misión familiar muy importante. «Mis padres y mis hermanos ya murieron. Yo me acordaba del sitio que me habían dicho y lo señalé para que fueran a desenterrarlo. Ahora podré entregar los restos de mi hermano a mis padres, enterrarlos juntos y morirme tranquila. Mi madre nunca se recuperó. Constantemente preguntaba: ‘¿Pero por qué me lo mataron?’. No nos lo explicábamos. En el pueblo nos decían que le habían denunciado unos falangistas que le tenían mucha envidia».

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