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Arqueología y memoria histórica

Desiderio Vaquerizo, Córdoba, 05-11-2009 | 6 noviembre 2009

Los arqueólogos vienen desarrollando desde hace unos años un papel determinante en la recuperación de nuestro pasado colectivo reciente

05/11/2009 DESIDERIO Vaquerizo

Estoy seguro de que la mayor parte de ustedes entiende el término Arqueología como lo que realmente significa: reconstrucción de la historia del hombre a través de sus restos materiales. Somos una ciencia, con fundamentos teóricos y metodología propia, capaz de enfrentarse a cualquier etapa de la Humanidad, y precisamente por ello una disciplina de plena actualidad profesional, en la que desarrollan su actividad una parte significativa de nuestros egresados. A nadie se le oculta el papel que arqueólogos y arqueología vienen desempeñando en la exhumación y el conocimiento de nuestras ciudades históricas, a pesar de los problemas cotidianos que los restos del pasado suponen a diario para el discurso urbano. Lo sabemos bien en Córdoba, que resulta paradigmática al respecto; en lo malo, pero también en lo bueno. Comenzamos, en este sentido, a percibir un interés inédito desde los responsables políticos y culturales; desde los gestores del turismo o las empresas y profesionales que viven de él; desde las instituciones educativas y el mundo académico; desde los medios de comunicación y la prensa diaria, y, por supuesto, también desde la gente de a pie, que cada vez exige mayor rigor y diligencia en las actuaciones, más compromiso y transparencia en la información, mejor gestión y suficiente planificación de cara al futuro. Ya no se perdonarían desde ninguna de estas instancias errores pasados, y en ello radica, sin duda, uno de los avances más significativos de nuestro trabajo en estos últimos veinticinco años.

Hoy, pues, todo el mundo es sabedor de que a través del método arqueológico se pueden recuperar, con precisión de cirujano, las huellas de quienes vivieron antes que nosotros, y también murieron. Hace ya varias décadas que eclosionó en ámbito anglosajón una nueva corriente teórica denominada genéricamente «Arqueología de la Muerte». Hoy, después de múltiples vaivenes epistemológicos, hay quien la tacha de ingenua e incluso un poco determinista; no obstante, de ella nos han quedado multitud de aportaciones, entre las cuales una de extraordinaria importancia: cuando nos aproximemos al registro arqueológico funerario habremos de hacerlo extremando el rigor en la documentación y contextualizando adecuadamente los restos, a fin de valorarlos en relación con la necrópolis y el asentamiento al que pertenecen, la tipología del enterramiento y el ritual que se practicó, los restos posibles de las ceremonias o protocolos celebrativos que, muy probablemente, acompañaron al acto de morir y el posterior sepelio, y, como no podría ser de otra manera, la época exacta en la que todo ello se inscribe. Si así lo hacemos, estaremos en condiciones de recuperar un volumen ingente de información, a la que se deberá sumar sin excusa la derivada del análisis detallado de los propios restos óseos: edad, sexo, talla, patologías, dieta, consanguinidad, causas de la muerte… Solo entonces podremos afirmar que hemos agotado la documentación; sin olvidar que nuestras conclusiones deberán ser revisadas cada poco a la luz de los nuevos descubrimientos.

Quizás porque, como decía antes, la sociedad ha asumido ya estos principios, los arqueólogos vienen desarrollando desde hace unos años, al amparo de la nueva legislación (Ley 52/2007 de la Memoria Histórica), un papel determinante en la recuperación de nuestro pasado colectivo reciente, de la mano de administraciones públicas, asociaciones o iniciativas particulares. No entro en valorar la oportunidad, o la conveniencia, de exhumar las fosas de los represaliados de uno u otro bando, porque cuando hay dolor, y gente que lo sufre, es muy arriesgado pronunciarse sin herir susceptibilidades; bienvenido sea, si de esta manera contribuimos entre todos a pasar página y evitar que nuestro país vuelva a protagonizar un conflicto semejante. Pese a la falta de una planificación global, que garantice la uniformidad y adecuada publicación del registro, dichas exhumaciones se engloban en lo que se ha dado en llamar Arqueología de la Guerra Civil, centrada, además, en el estudio de las fortificaciones y las líneas de defensa, el armamento, la impedimenta en sentido amplio, el territorio como condicionante de primer orden en cualquier guerra, los aspectos sociales derivados de la contienda y, finalmente, su gran potencialidad como recurso patrimonial. Todo ello justifica que exijamos de manera contundente la presencia de los arqueólogos en el debate y la gestión de nuestra memoria histórica, cuyo fin último debe pasar por la interpretación, la conservación y la rentabilización del pasado inmediato desde una perspectiva profundamente científica y también democrática. Y, como es difícil aproximarse al tema sin tomar partido, permítanme recordar a quienes han hecho de la Arqueología profesión que por encima de todo son historiadores y que, como tales, se espera de ellos objetividad y férreo sentido de la ética, contraindicados ambos con la instrumentalización política o la visión sesgada de los hechos.

* Catedrático de Arqueología. UCO

http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=519931