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Cipriano Mera: El general que sólo quiso ser albañil

| 2 noviembre 2009

El documental «Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera» resucita la voz del héroe anarquista y su memoriahttp://www.vivirdepie.net/index.htm

Sobrevivió al odio exterminador de Stalin y los comunistas españoles, y a la pena de muerte a la que Franco le condenó. Derrotó a Mussolini en Guadalajara y evitó la masacre de Madrid al final de la contienda incivil. Ahora el documental «Vivir de pie. Las guerras de Cipriano Mera» resucita la voz del héroe anarquista y su memoria, esperando a que regresen, tras 62 años de exilio, su cuerpo y su maleta

VIRGINIA RÓDENAS

Todo empezó por un tenedor. El que Nardo Imbernón, hijo de un anarquista exiliado en París, le enseñó a Valentí Figueres un mediodía de hace más de un lustro en su casa de la capital francesa mientras celebraba «¡hoy comeremos como los ricos!». Luego colocó sobre la mesa el cubierto de plata y contó a sus invitados que había pertenecido al Aga Khan III.

«Entonces Imbernón —relata Figueres, investigador, director y guionista de este viaje por la memoria— nos contó la historia de la pieza, de cómo sus originales dueños habían sido asaltados y despojados allá en 1949, cuando iban en su limusina por la Costa Azul, cerca de Niza, y de cómo aquel robo no era sino una “recuperación” llevada a cabo por los hombres de los “grupos de acción de la CNT” para su financiación. Luego, ante la enorme curiosidad que había despertado, Nardo empezó a desgranar la historia de aquellos enmascarados, los grandes perdedores de la guerra civil, las víctimas de todos los totalitarismos, mientras aparecía ante nuestros ojos un mundo clandestino que el exilio conservaba fresco en la memoria y donde habitaban esos viejos anarquistas que lucharon por “la Idea” —su concepto de justicia social y libertad—».

De entre todos ellos, a Figueres le conmovió la historia de Cipriano Mera, «un albañil que antes fue trapero y furtivo, nacido en 1897 en el madrileño barrio de Tetuán, entonces de las Victorias, que aprendió a leer y a escribir con 23 años en la cárcel, que llegó a mandar el IV Cuerpo del Centro del ejército republicano, al frente del que logró la única victoria de esa milicia en toda la guerra. Y que, derrotado y exiliado, volvió al tajo, sin quitarse nunca de la cabeza la obsesión de matar a Franco —mientras Franco, que murió 20 días después que él, nunca dejó de perseguirle—, y que cumplidos los 71 sacó agallas para estar en las barricadas del 68 parisino. Él, que siempre pensó que no tenía sentido elegir entre morir de pie o vivir de rodillas, sabía que otro mundo era posible: vivir de pie. Hoy, después de bucear en más de 85 archivos públicos y privados de 11 países y de entrevistar a tantos que le conocieron, y que por primera vez aceptaron hablar públicamente por tratarse de “El Viejo” —apodo que conquistó con solo 39 años—, es evidente que Cipriano Mera no ganó todas las guerras, pero sí luchó en todas las batallas».

Esta mañana cálida de octubre, sentado tras una mesa llena de papeles sobre la que hemos desplegado los retazos de tantas vidas, Figueres, que ha venido a Madrid desde Valencia, me dice que «la de Cipriano ya había empezado como una batalla antes de decidir por qué quería luchar». Es cuando brotan los recuerdos aprehendidos de la infancia mísera en una barrio mísero donde la escasa basura recogida por la madre en la vecina calle de Fuencarral engordaba la piara, y en donde la ausencia del asfalto y la ignorancia cavaron profundos e inabarcables charcos. «En el Madrid de 1910 se hizo albañil para mejorar la economía familiar que debía proporcionar sustento a ocho hermanos y rápidamente se sindicó en la asociación “El Trabajo” de la UGT de Largo Caballero. En 1917 toma contacto con los grupos de afinidad anarquistas y “La Idea” entra en su vida para no abandonarle jamás. Después, formó “Los Intransigentes” y “Acción y Silencio”, batiéndose el cobre en los enfrentamientos de la década trágica del pistolerismo patronal de los 20 y contra la dictadura de Primo de Rivera. Diez años más tarde, tras muchos asaltos, huidas, huelgas, descarrilamientos, persecuciones, robos de explosivos y una vida entre el andamio, la cárcel y el ateneo, Cipriano es ya un gran líder obrero. Cuando participa en la insurrección de Zaragoza en el 33, junto con Durruti, la CNT templaba ya músculos sindicales de 1,5 millones de afiliados».

Teresa, siempre Teresa

Pero antes, y siempre, como su sombra, Teresa, la compañera fiel, la amante, la enamorada, la que sólo veía por sus ojos y la que sola vio morir de penuria a un hijo mientras su amor estaba en la cárcel; la que resistió ausencias interminables y soportó que por encima de ella y de sus hijos, la causa anarcosindicalista que había abrazado Cipriano fuera siempre lo primero; la que llegó al límite cuando en el 47 tuvo que atravesar con su hijo Floreal los Pirineos, caminando en alpargatas por la nieve, y le advirtió al albañil «esta es la última». Fue la única vez que lamentó su destino. Por ella, sólo por ella, Cipriano lamentó desde el presidio «tanta desesperación y tanto sufrimiento». «Teresa —le escribió— perdona mi pobreza».

A Mera, la sublevación militar del 36 le pilla en la cárcel Modelo, de la que era asiduo, por ser el presidente del sindicato de la construcción en Madrid durante la gran huelga. «Y allí —relata Figueres— se encontró por primera vez con José Escobar, su torturador, que, tras cinco días en que se había negado a comer, aislado, la emprendió con él hasta arrancarle parte de la dentadura. Y lo que son las cosas: Meses después volvería a encontrárselo, pero en una situación bien distinta. Mera acababa de tomar Guadalajara y, en la prisión, los reclusos sacaron la bandera blanca. Entonces, los compañeros le pusieron delante a Escobar, que se encontraba allí, animándole a la venganza, pero Cipriano, para el que la dignidad del hombre estaba por encima de todas las cosas, le despidió sin más contemplaciones que las de “que se vaya, pobre desgraciado”. Sin embargo, no acabaría ahí su relación porque años después, corría ya 1946 y Mera disfrutaba de libertad condicional, acudió junto al «Ángel Rojo», Melchor Rodríguez, a la cárcel de Yeserías para tratar de impedir el traslado de unos compañeros muy enfermos, ya que eso les costaría la vida. De nuevo, José Escobar Toro está al frente del negociado. “Aquí viene Cipriano Mera —le dijo un subordinado— a pedirle un favor”. A lo que Escobar contestó: “Pues aquí un favor para Cipriano Mera es una orden”».

Jamás usó su fusil fuera del campo de batalla, ni mató a nadie por odio ni por venganza porque eso, sostenía, traicionaría sus propias ideas «y nos convertiría en una de las dictaduras contra las que luchamos». Recuerda Figueres que cuando los comunistas, a través de Miaja, le propusieron que fusilase por sus ideas monárquicas a uno de sus coroneles, apellidado Brandis, «Mera se negó en redondo a cometer semejante barbaridad, le llamó y le dijo “que sepas que me han encargado que acabe contigo, pero mientras seas leal a la función encomendada no tienes nada que temer. Que sepas que nos persiguen». Tiempo después, en su exilio en el norte de África, donde sobrevivió al campo de concentración de Missour, en el desierto marroquí, escribiría: «Repugnante es que los hombres tengan que huir de los hombres para poder vivir».

La idea anarquista, apunta el investigador, fue como una flor entre los totalitarismos negros y rojos. «Se prepararon para la batalla frente a Hitler y Mussolini y se olvidaron de Stalin, que se puso como objetivo acabar con Mera y sus compañeros. Al menos dos atentados sufrió Cipriano por parte de los comunistas, sobre los que no cesó nunca la duda de su autoría en la muerte de Durruti. “El Viejo” se lo había advertido: “Si los comunistas te dicen que ataques de frente el Hospital Clínico es que quieren acabar contigo”. Y de Mera fue el último beso en la frente de Durruti, que murió en el hotel Ritz, convertido en hospital de campaña, tras haber atacado frontalmente el objetivo».

Helenio Molina, exiliado anarquista que estuvo junto a Cipriano, relata esa persecución en el documental de Figueres: «El año 37 fue una cabronada de los comunistas que venían tirándonos por detrás, porque esa es la verdad (…) Estaban asesinando a los compañeros con un tiro en la espalda. ¿Y en el parte sabes lo que ponían? Asesinado cuando intentaba pasarse al enemigo. Eso lo tengo todo documentado y le aseguro que no es un caso aislado». El mismo Mera lo confiesa: «Había aprendido a esperarlo todo de los comunistas, el chantaje de las armas rusas, la sañuda persecución a los hombres de la CNT y todo por imposición de Stalin».

Luego, la memoria surca las gestas épicas de un hombre, antimilitarista ferviente, que llegó a mandar una división en un frente desde Somosierra a los Montes Universales de Cuenca, «y que vio que el sometimiento de sus hombres a la disciplina militar era la única posibilidad de salir airoso de la contienda frente a un enemigo disciplinado y pertrechado. En Guadalajara venció utilizando, como siempre, sus habilidades de cazador furtivo, que no va de frente a por la presa sino que espera a que pase y a que el factor sorpresa sea decisivo. Con esa táctica dirigió a la famosa y bronca 14 división anarquista en un ataque a Brihuega donde logró la única victoria republicana en la guerra haciendo que las tropas de Mussolini huyeran despavoridas y sufrieran importantes bajas. Por contra, en sus filas sólo murió un hombre de frío y otro resultó herido cuando se le disparó el arma en un pie. También la sagacidad fue fundamental en la toma de Cuenca, cuando acompañado de tan sólo dos camiones con 80 milicianos logró reducir a 300 guardias civiles que se habían hecho fuertes en un cuartel. Se plantó solo delante del cuartel y gritó “quiero que inmediatamente dejen las armas y se entreguen a la República. Mi nombre es Cipriano Mera y tengo mil hombres aquí fuera que les van a machacar”. Lo dijo con tal convencimiento que los guardias se entregaron sin que se derramara una gota de sangre. Y es que no sólo se valió de su experiencia de cazador en El Pardo; sus dotes de actor, que cultivó en el teatro social de los ateneos para campañas de solidaridad con los presos, no le fueron a la zaga. ¡Cuántas veces se disfrazó para cruzar los frentes e infiltrarse, para conocer de primera mano lo que pasaba! Se dice que el enviado que mandó a la Zaragoza nacional a tantear la posibilidad de volver a tomarla no era sino él bajo una nueva máscara».

Con Hemingway en Somosierra

Los documentos se amontonan. ¿Cómo resumir 78 años en un par de horas, en un par de páginas? El relato del otrora militante anarquista Ramón J. Sender en su «Álbum de radiografías secretas» podría ser un buen epílogo. Cuenta el escritor cómo Mera recibió a Hemingway en Somosierra. «Me decía con los ojos desorbitados: “Mera quiso fusilarme”. Yo no podía menos que tomarlo a broma. Eran dos figuras y personalidades contrarias y opuestas. Hemingway gigantesco, hercúleo, atlético, infantilmente presuntuoso y Mera pequeño, cetrino y reservado, sin ideas sobre sí mismo, y con una monstruosa fuerza de voluntad. Donde estuviera Mera, no podía estar Hemingway y al revés. Uno de ellos eclipsaba al otro física, moral e intelectualmente. Pero yo conocía a Mera y sabía que lo último que se le ocurriría sería fusilar a un gigante por su gigantismo, que debía parecerle cómico por contraste con la manera infantil de hablar español y de concebir el peligro y la valentía. Hemingway estaba siempre jugando a los policías y ladrones, como en su infancia. Y poniéndose condecoraciones. En cuanto le echó la vista encima, vio Mera que todo en Hemingway era falso, menos su vanidad, y esa no podía ser peligrosa porque se manifestaba y actuaba de un modo inocente. Mera no recordó nunca a Hemingway desde que lo perdió de vista, pero éste no pudo olvidar nunca a Mera».

De sus guerras, el albañil, que no quiso mayor gloria para sí que la de la paleta, que fue traicionado por los suyos e incluso expulsado de sus filas, y que vivió en la más extrema austeridad trabajando en el tajo hasta los 73 años, sólo obtuvo como recompensa dos maletas: la que recibió el 28 de marzo de 1939, como otros jefes vencidos del bando republicano, con joyas y dinero y que devolvió al Banco de España con la nota «De parte de Cipriano Mera», y la del aseo que abandonó el general italiano Bergonzoli con bragas de travestido y fotos «poco edificantes» en la épica derrota de Guadalajara y cuyo contenido fue quemado. Ésta, que le acompañaría en todos sus destierros, la encontró el equipo de Figueres, olvidada sobre un armario en la casa de la viuda de Floreal. Dentro, los partes de guerra del IV Cuerpo del Ejército del Centro, manuscritos, recuerdos…; fuera, la ignorancia de sus nietos que nada sabían del abuelo general, y a los que Floreal —fallecido en 2002— ni siquiera instruyó en el idioma de los suyos, el español. Porque Floreal, que acabó de empresario de la construcción al «otro lado» de la trinchera del padre, no perdonó el abandono, el sacrificio del desabrigo de quien tanto amó. Dice la viuda que la herida de su paso desnudo por los Pirineos fue tal que le impidió volver a ver jamás la nieve.

http://www.abc.es/20091101/nacional-/cipriano-mera-general-solo-200911010922.html