Federación Foros por la Memoria
Comunicados y Documentos de la Federación
Noticias
Agenda
Artículos y Documentos
Home » Artículos y Documentos

Quienes trabajan por honrar a sus familiares asesinados o desaparecidos en la Guerra Civil merecen homenaje

Luis Granell, El Periódico de Aragón, | 17 noviembre 2009

Mi abuelo se llamaba Constancio y era carpintero

 

17/11/2009 LUIS Granell

Lo recuerdo ya anciano. Mis tíos Segismundo y José se habían hecho cargo ya del taller y él se ocupaba del huerto de junto al corral y de otros más alejados, en Zequiamolino y el Prao, donde había una noguera y unos perales que tenía en gran estima. También cuidaba de una viña en Valdorno, en la que algunas cepas daban uva moscatel muy dulce. Y de algunas otras correas de tierra, como la de Oruña, en cuyo ribazo medraba un almendro pajarero cuyos frutos podías pelar con los dedos, tan frágil era su corteza. Iba a sus mínimas propiedades en el Morico, un burro que se sabía de memoria los caminos.

Cuando el Morico aún no era muy viejo, nos llevó un día en su pequeño carrito a todos los nietos (solo a los chicos) al barranco del Apio, al pie del Moncayo. Los cinco primos teníamos que bajarnos en las cuestas para que el animal pudiera con el carro y con él. Otras veces nos llevaba a la Fuente del Prado y, monte arriba, hasta el trozo que le pertenecía y cuya vegetación natural había enriquecido con algunos pinos. Tiempo después supe que él había sido uno de los que hicieron posible la compra por los vecinos de Vera de Moncayo del bello encinar de Maderuela, que había estado en manos de un solo propietario desde que la desamortización de Mendizábal liquidara el patrimonio del monasterio cisterciense de Veruela. Adoraba los árboles.

Mi abuelo, que tantos había cortado de joven para hacer puertas, ventanas, jubos y aladros, no dejaba de plantarlos de mayor porque, «como dijo Joaquín Costa, el árbol es el único obrero que trabaja las 24 horas». Nunca comprobé si la cita era cierta, pero él era costista a su manera y defendía con igual empeño que los árboles la necesidad de mejorar la educación. Le dolía la incultura.

Recuerdo uno de sus escasos viajes a Zaragoza. Fuimos en un tranvía de la recién inaugurada línea 17 que iba del Teatro Principal hasta las casas de los tranviarios, en plena huerta de Las Fuentes. A ambos lados de la aún no del todo pavimentada calle Rodrigo Rebolledo empezaba a edificarse el populoso barrio que hoy es. Viendo cómo crecía la ciudad me habló de otro viaje suyo, para visitar la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Le gustaba el progreso.

SALVO QUE SE HUBIESE muerto alguien, mi abuelo no frecuentaba la iglesia del pueblo. Tampoco subía nunca a Veruela, entonces seminario jesuita, con la excepción del día de la Virgen que da nombre al monasterio. La acequia que riega la mayor parte de las tierras del pueblo pasaba por dentro del recinto amurallado y no aceptaba que «los curas» regaran su huerta cuando quisieran, mientras los demás tenían que esperar el ador. Le indignaba la injusticia.

Mi primera lección de política me la dio mi abuelo. En un almacén del corral, mientras quitaba la verde cáscara de unas nueces tiernas para que yo me las comiera sin teñirme de negro los dedos, sentenció: «Franco, Mussolini, Hitler y Tojo, ¡todos fascistas!».

Yo no sabía quiénes eran esos a quienes nombraba junto al generalísimo, tampoco lo que significaba ser fascista. Si le oían, mis padres o mis tíos le reñían para que no dijera esas cosas a los chicos, porque «la política, para los políticos». Solo cuando fui mayor pudo entender por qué tanto miedo.

Mi abuelo había sido primer teniente de alcalde de Vera de Moncayo durante la II República. Elegido por el Partido Republicano Radical, entró en el ayuntamiento en las elecciones de 1931 y salió en 1936, tras la victoria del Frente Popular. Me contó mi madre que una de las primeras decisiones de aquella corporación fue llamar Plaza de la República a la de San Sebastián, que la gente llamaba del Pilón por la fuente que había en uno de sus rincones. Y que, el día que pusieron la placa, exclamó ufano: «¡Ya tenemos República! Y al que no le guste, que se j…».

Pero su ilusión duró solo cinco años. Y si no le fusilaron fue gracias a la intervención del cabo de la Guardia Civil, que pretendía a una moza de la familia.

MURIÓ EN 1970, pero solo hace poco más de un año que terminé de conocer su historia. La apertura de los archivos de la Comisión Provincial de Incautaciones me permitió acceder al expediente de «responsabilidad civil» que le abrieron en 1937, porque «era de ideas izquierdistas, favorable al Frente Popular a cuyo servicio realizó propaganda en el pueblo procurando votos a su favor en las elecciones de 1936, contribuyendo con su actuación y conducta a ocasionar la situación que provocó el Alzamiento Nacional».

Antes de fallar en su contra se habían incautado de la totalidad de sus bienes (valorados en 4.503 pesetas), que no le fueron devueltos hasta que pagó las 500 que le impusieron de multa, más 192,45 en concepto de costas del «proceso».

Mi abuelo se llamaba Constancio y era carpintero.

 

En homenaje a quienes trabajan por honrar a sus familiares asesinados o «desaparecidos» en la Guerra Civil y a quienes les ayudan a recuperar sus restos.

Luis Granell, Periodista

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=539169