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El Parlamento arroja luz sobre el agujero negro del Valle de los Caídos

El Mundo, 21-12-2009 | 23 diciembre 2009

«El Parlamento arroja luz sobre el agujero negro de el Valle de los Caídos. Los osarios de la basílica se llenaron de cadáveres de tumbas abiertas sin permiso»

 

Los osarios de la basílica se llenaron con cadáveres de tumbas abiertas sin permiso. El fiasco en la excavación de Alfacar (Granada), donde se creía que estaban los restos del poeta Federico García Lorca y que ha concluido con evidencias científicas de que nunca hubo enterramientos en esa zona, no desanima a los que siguen buscando a los suyos.Muchos permanecen enterrados en una gran fosa común. El Valle de los Caídos, concebido como lugar de reconciliación, es en realidad el símbolo del poder de una parte de España sobre otra, pero también el lugar donde descansan los restos de miles de personas que murieron en unos años fratricidas en que los españoles no se reconocían más que como enemigos mortales.

Desde su inauguración el 1 de abril de 1959, en el 20 aniversario del fin de la Guerra Civil, hasta años después de la Transición, los muros de la basílica construida bajo la piedra de Cuelgamuros han ido recibiendo restos humanos de unos y otros.

La historiadora Queralt Solé, autora de Els morts clandestins. Les fosses comunes de la Guerra Civil a Cataluna (1936-1939) (Editorial Afers), ha investigado el traslado de restos provenientes de Cataluña y Valencia al mastodóntico mausoleo –«entre 6.000 y 7.000 individuos»–. Solé afirma que en junio de 1983 se registró el último traslado, esta vez voluntario, al Valle de los Caídos.

Ella misma reconoce que las cifras de inhumados son muy conflictivas. Nadie se pone de acuerdo en cuantificar los restos que se apiñan en los columbarios almacenados en los laterales del largo pasillo que da acceso a la basílica y en los distintos pisos habilitados para el almacenaje tras el altar mayor. Solé cree que «hay entre 40.000 y 50.000 personas», pero recuerda que Anselmo Álvarez, abad de la comunidad benedictina que ocupa el Valle, cifró en hasta 70.000 los restos conservados.

Decenas de miles de personas en cualquier caso. Decenas de miles de hijos, hermanos, padres… Muchos de sus descendientes no saben, a día de hoy, dónde están sus familiares, aquellos que cayeron en el campo de batalla o en una infame y asesina retaguardia que dejó las cunetas españolas plagadas de cadáveres.

El pasado 30 de septiembre, la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados aprobó, con la única oposición del Partido Popular, una proposición que insta al Gobierno a realizar un censo de todos los restos que se almacenan en la basílica de Cuelgamuros en un plazo de seis meses. También pide que el Estado se haga cargo de los costes de las exhumaciones que se soliciten y agilice el traslado de los restos allá donde quieran los familiares.

Esta iniciativa ha sido saludada como agua de mayo por quienes llevan años buscando a sus parientes. Algunas veces los traslados al Valle de los Caídos fueron voluntarios, pero muchas otras respondieron a la orden enviada a los gobernadores civiles para que identificasen las fosas comunes de sus demarcaciones, lo que hacían los ayuntamientos. Una vez informada, era Gobernación quien elegía qué fosas se vaciaban. En todo este proceso, explica Queralt Solé, no se solicitaba permiso alguno a los familiares, aun cuando muchos de los restos estaban identificados. José María Pedreño, del Foro por la Memoria Histórica, narra cómo han abierto fosas que han encontrado vacías y los lugareños les han contado que hace años trasladaron los restos al Valle de los Caídos. Emilio Silva, de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, otorga un valor extraordinario a la iniciativa parlamentaria. En su opinión, «sólo poner a disposición pública ese listado va a permitir responder a muchas preguntas».Preguntas como las que lleva años haciéndose Fausto Canales, de 70 años, que se ha convertido en todo un símbolo de esta lucha. Su empeño por conseguir sacar a su padre del Valle de los Caídos es cada vez más conocido y, como él mismo explica, recibe cartas de gente que dice sospechar que los restos de algún familiar están en Cuelgamuros y le piden ayuda. Canales les aconseja y guía en un maremágnum administrativo que se hace si cabe más tedioso teniendo en cuenta que se trata de encontrar a un muerto.

Joan Pinyol mantiene una lucha pareja a la de Fausto. Su empeño es llevar a su abuelo a Capellades (Barcelona) y enterrarlo junto a su abuela. Pinyol rastreó en Lérida y, gracias al trabajo de Queralt Solé, supo que habían trasladado el cuerpo de su abuelo al Valle de los Caídos. Ha solicitado al Juzgado de Instrucción número 1 de San Lorenzo de El Escorial que, de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica –en el capítulo 16 establece que «el Valle de los Caídos se regirá estrictamente por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y cementerios públicos»–, autorice la exhumación de los restos de Juan Colom Solé «de dicho cementerio oficial para su posterior traslado al cementerio municipal de Capellades».

El padre de Fausto cayó en la retaguardia nacional. Una noche le sacaron de casa y no volvió. El abuelo de Joan, soldado republicano que vigilaba un aeródromo, murió en una infesta cárcel de Lérida por tifus. Ambos eran del bando de los derrotados, pero no son los únicos a quienes no se pidió permiso para llevarse a sus familiares a Cuelgamuros. Rosa Gil encabeza el empeño de sus hermanas y padres por recuperar el cuerpo de su abuelo. Soldado nacional, cayó en Huesca y fue enterrado en Zaragoza. De allí le sacaron para, en 1961, sin decírselo a nadie más que al libro de registros del cementerio, llevarlo al que, a la postre, sería el mausoleo de Franco.

Rosa sólo quiere cumplir el deseo de su padre y llenar el vacío que supuso perder a su progenitor en el frente cuando tenía un año. No habla de ideologías, sino de «algo mucho más importante: de dignidad humana». Joan Pinyol lo comprende, al fin y al cabo, dice, «la muerte nos une a todos». Y razona: «Cualquier familia que haya sufrido el espolio de una tumba ha padecido lo mismo».

Fausto, Joan y Rosa al menos saben donde están sus familiares. El censo que deberá hacer el Gobierno permitirá a muchos otros saberlo.

Joan Colom. Soldado republicano, muere en la cárcel de Lérida por tifus en marzo de 1939. Su mujer quiso sacarle de la fosa donde le enterraron. El 21 de julio de 1965 llega a Cuelgamuros en el columbario 9.207, siendo registrado con el número 25.569.

Pedro Gil. Zapador del ejército ‘nacional’, cae en combate en Almudévar (Huesca). Su cuerpo es trasladado al cementerio de Zaragoza, donde aún hoy está su tumba vacía. El registro del cementerio recoge que fue «trasladado al Valle de los Caídos» en 1961.

Valerico Canales. Jornalero de Pajares de Adaja (Ávila), es ‘paseado’ el 20 de agosto de 1936 y sepultado con otros seis cuerpos en un pozo en Aldeaseca (Ávila). El 1 de marzo de 1959 sacan los restos y 22 días después llegan a la basílica en el columbario 198.

Alfonso Mateos Cadenas

http://editorialafers.blogspot.com/2009/12/el-parlamento-arroja-luz-sobre-el.html