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Testimonio: «El fin de 70 años de injusticia»

Luis Pedroviejo Robledillo. El Decano, 29-12-2009 | 30 diciembre 2009

Luis Pedroviejo Robledillo, es la persona que inició la tramitación ante el Ayuntamiento de Guadalajara para la rehabilitación como funcionario municipal de su abuelo, Matías Pedroviejo

 

 

GUADALAJARA, 29-12-09.

Luis Pedroviejo Robledillo, vecino de Guadalajara y colaborador de EL DECANO DE GUDALAJARA desde hace casi 50 años, es la persona que inició la tramitación ante el Ayuntamiento para la rehabilitación como funcionario municipal de su abuelo, Matías Pedroviejo, depurado por la Comisión Gestora Municipal que tomó las riendas del Ayuntamiento en 1939, tras el triunfo del bando franquista en la Guerra Civil, por su militancia en el PSOE y la UGT. Con estas líneas, Pedroviejo ofrece a los lectores de este diario el relato de su lucha por la recuperación de la memoria de su abuelo.

FIN A 70 AÑOS DE INJUSTICIA

Por fin, sucedió ayer, 28 de diciembre del año 2009, señalada fecha a memorizar. Ayer se cumplió el sueño de tres generaciones, que ha descansado durante más de 70 años en el olvidado cajón del fanatismo y la injusticia de nuestro consistorio municipal: Rehabilitar el buen nombre de mi abuelo.

Mi abuelo, Matías Pedroviejo Perez, ingresó en el Ayuntamiento el 1 de septiembre de 1915 como auxiliar e inspector de Arbitrios, prestando ininterrumpidamente servicios administrativos en esa casa consistorial, y alcanzando el puesto de Depositario el 23 de junio de 1938. Fue separado del servicio el 14 de diciembre de 1939, por su afiliación al Partido Socialista. Desde entonces, y ante la tremenda e injustificada sentencia dictada, todos los recursos que interpuso para la incorporación a su puesto de trabajo fueron sistemáticamente desestimados. La única «gracia» conseguida fue la concesión, el 7 de septiembre de 1948, de la jubilación con una pensión de 1.600 pesetas anuales, que por Ley le correspondía.

La última solicitud para que su expediente fuera revisado se llevó a cabo el  5 de agosto de 1952, ya en situación de jubilado, en cruzados escritos entre el subsecretario del Ministerio de la Gobernación al Gobernador Civil, y de este al alcalde de la ciudad, siendo la resolución negativa una vez más.

Mi abuelo arrastró hasta su muerte, acaecida en 1955, el lastre de la vergüenza por una ilícita expulsión, sin que, a pesar de todos los intentos, su honor quedara limpio de la injusticia cometida, que lamentablemente heredara mi padre, quien a lo largo de toda su vida tuvo que soportar múltiples desaires e impedimentos cuando trataba de gestionar con la Administración. La inquina llegó hasta mí: para entrar voluntario en el Ejército, hizo falta la firma de un capitán amigo, que avalara mi ingreso. Yo era «el nieto de mi abuelo”.

Por lo poco que le conocí y lo mucho que de él he oído hablar, deduzco que mi abuelo era un hombre muy orgulloso, culto, fiel a sus ideas, de fuertes convicciones. En cierta ocasión, la Junta del Consistorio que llevaba su caso le propuso rehabilitarle si renunciaba a sus ideas, pero desoyendo tal proposición, prefirió no claudicar y seguir manteniéndose en sus trece. Era serio y formal hasta la exageración, y algunos de los que le conocieron pueden testificar mis palabras.

El abuelo Matias se afilió al PSOE el 15 de noviembre de 1936, y a la UGT (sindicato de empleados) el 10 de diciembre de ese mismo año. A este último sindicato se afilió con el fin de que avalara su carné para víveres, tan necesario entonces. Pero odiaba por encima de todo la política, a la que nunca estuvo unido, ni le interesó lo más mínimo, fracasando una y otra vez  los múltiples intentos de algunos de sus amigos, que ocuparon puestos de cierta responsabilidad en la ciudad, para que se hubiera unido a ellos, optando por dedicarse exclusivamente a su trabajo.

Persona pacífica, contrario a toda clase de violencia, jamás usó ni tuvo un arma en sus manos (ni siquiera era cazador). Eso le “ayudó” (según figura en la sentencia del Juzgado Instructor depurador), y merced a la buena conducta observada durante años, su veredicto fue sólo la expulsión como funcionario, y no fue encarcelado o incluso algo peor.

Su expulsión del Ayuntamiento le acarreó algo más que la perdida de su trabajo: le costó todo su negocio, la incautación de su línea de viajeros Guadalajara-El Casar, y de tres autocares que ya jamás recuperó, y que eran el futuro de su hijo, mi padre. Amén de otras propiedades y verse en la tesitura de tener que comercializar con aperos de labranza, en la posada (Cruz Verde) de mi tia-abuela, en lugar de ocupar su despacho en la Depositaría que merecía.

Siendo Jesús Alique alcalde, intenté hacerle llegar mi intención de que el nombre de Matias Pedroviejo quedara rehabilitado (como ya en 1984, siendo Javier Irízar presidente de la Corporación, había ocurrido con otros 15 funcionarios que se encontraban en idéntica situación). La audiencia con Alique nunca me fue concedida, quizás porque, como me llegó a decir su secretario, «no merecía la pena» para tal proposición.

Ayer, el Ayuntamiento de mi ciudad, por boca del alcalde, Antonio Román, y atendiendo a mi escrito del 25 de agosto de 2009, me comunicaba que habiendo comprobado el expediente y los motivos que llevaron a la destitución de mi abuelo de su puesto de trabajo, habían acordado restituir su dignidad dañada y el buen nombre «de un empleado modelo, de intachable conducta», según refleja en su expediente anterior a 1939. Pero por inauditas razones, le habían conducido a su ruina moral y económica.

Principio y fin de una historia que ha durado 70 años, y que Dios quiera no vuelva a repetirse nunca más. Hoy por fin puedo decir que el apellido de mi abuelo y de mi padre, mi apellido, ha quedado limpio.

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