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“Dictadura y desarrollismo. El franquismo en Álava”

La Librería de El Sueño Igualitario, | 8 enero 2010

Antonio Rivera (dir.)

 

Se puede adquirir al precio de 15 euros a través de La Librería de El Sueño Igualitario

380 páginas. 17 x 24 cm

Con casi cuatrocientas páginas de información novedosa, este libro constituye la primera aproximación completa al tiempo de la dictadura franquista en la provincia vasca de Álava. El texto, dirigido por el catedrático de la Universidad de País Vasco (UPV-EHU), Antonio Rivera, y en el que han colaborado otros seis historiadores con sus correspondientes capítulos, se apoya en dos argumentos básicos: una dictadura inacabable que se sostuvo aparentemente inmóvil en una estructura de poder poco conocida localmente aún y en una determinada apatía, resignación o aceptación social durante años, que coincidió en el tiempo con una transformación económica, de la mano de la industrialización, como no se había conocido por estas tierras. Parálisis y cambio conviven en esos cuarenta años y el libro trata de explicar cómo se cocieron una y otra, a partir de qué bases, qué decisiones, qué resultados. Las temáticas que se abordan son la socioeconomía alavesa, los grupos de poder dentro de la dictadura, la oposición a la misma, los conflictos de trabajo, el papel productivo de la mujer trabajadora en la industria o la evolución de la siempre compleja “conciencia histórica” de la ciudad de Vitoria.

El libro comienza con un análisis de la socioeconomía vitoriana, a cargo de Aitor González de Langarica, siguiendo la tríada argumental de industrialización-inmigración-urbanización, junto con cambio de costumbres y de carácter sociológico de la ciudad. El resultado es un texto trufado de nombres, empresas, decisiones y consecuencias de éstas, a cargo de empresarios y políticos locales del régimen, sin los que es imposible entender la ciudad actual, en su carácter físico –desde un viejo polígono industrial a un ya clásico barrio obrero- y también en su condición sociológica devenida de su cambiante conformación material. A la vez, se explica cómo Álava constituiría un “tercer modelo” de industrialización, distinto de los producidos anteriormente tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa, pero también de los que se estilaron durante el desarrollismo de la dictadura en otros lugares del país.

El capítulo de Javier de la Fuente indaga acerca de la cambiante identidad local de los vitorianos en aquel tiempo. El autor estudia cómo subsistió esa cultura localista que llamamos “vitorianismo” en momentos, como fueron los de la dictadura, en que se impuso otra cultura nacionalista que, inevitablemente, engullía toda expresión territorial alternativa. Lo cierto es que, lejos de sucumbir a semejante presión, el “vitorianismo” sobrevivió y, tras un periodo inicial en los años cuarenta de resistencia a los cambios que todavía no se daban en la ciudad –eran pura imaginación nostálgica-, se proyectó en el futuro como mecanismo para encajar la verdadera y profunda transformación de la sociedad vitoriana a partir de la industrialización y de la inmigración producida desde finales de los cincuenta del siglo XX.

Iker Cantabrana aporta una investigación extraordinariamente novedosa. La palabra “franquismo” sigue teniendo una semántica suficientemente pesada y sintética como para suponer que pueda contener también la diferencia entre sus muchos y encontrados ingredientes. Sin embargo, es así. En el marco local del periodo de la dictadura, alejados y perseguidos los opositores políticos, las derechas triunfantes en la guerra civil contendieron entre sí en una doble trama de grupos más o menos articulados y nunca integrados en el partido único, FET y de las JONS, y en otra más compleja de intereses personales embozados en aparentes significaciones políticas de facción. El resultado es un combate sordo, de resultados cambiantes, entre familias políticas, como los llamados “octavistas” y los “oriolistas”, por ejemplo, que desde el carlismo pugnaban por la primacía local y por el control de instituciones y, sobre todo, de los cargos más principales: el Gobierno Civil, pero también la presidencia de la Diputación o la alcaldía de Vitoria.

El trabajo de Virginia López de Maturana sobre el Ayuntamiento de Vitoria a lo largo de la dictadura permite ver en una institución concreta cómo funcionaron esos juegos de poder y relación. Para finales de los cincuenta, señala, las diversas familias ya habían sido absorbidas por el franquismo y el consistorio se preparaba para ser la locomotora de la profunda transformación económica y social. A partir de entonces, se aprecia una profunda “despolitización” de los ediles, así como una relativa oxigenación del ayuntamiento por la vía de la representación por tercios. En ese marco se movieron los alcaldes desarrollistas, ajenos a las lógicas de la guerra y más interesados en el nuevo tiempo que las chimeneas abrían. Al final, la relativa oxigenación del consistorio y la limitada presencia de la oposición política propiciaron que la Transición fuera protagonizada a nivel municipal, precisamente, por elementos salidos de aquel ayuntamiento franquista. Un hecho que evidenciaba también una circunstancia muy vitoriana: más allá de la gran transformación de los sesenta, la “Vitoria de siempre” continuó controlando las riendas del poder, entonces con otras etiquetas políticas, hasta muchos años después.

El capítulo de Aritza Sáenz del Castillo descubre otro panorama oculto: el de la participación de las mujeres en el milagro industrializador de la provincia. Habitualmente se tiene la idea de que la industria fue “cosa de hombres” y que las siderurgias alavesas eran atendidas por varones. En ese supuesto, la mujer se haría cargo de la casa y de la prole, y, como mucho, mantendría una pequeña economía paralela y sumergida, por la vía del trabajo a domicilio o del pupilaje. El autor constata que no fue así: que la dimensión del trabajo de la mujer fuera de las estadísticas oficiales fue muy superior al que se ha sostenido, y que la mano de obra fabril femenina fue muy destacada y directamente responsable del proceso industrializador. En torno a la tercera parte de la población femenina ocupada lo estaba en las fábricas; en un censo como el de 1970, las mujeres industriales casi se equiparaban en porcentajes en Vitoria con las del sector terciario.

A la conflictividad laboral se dedica el capítulo de Carlos Carnicero; sobre todo, a la del último decenio de la dictadura. La reciente aparición de los informes anuales de la Organización Sindical Española permite un seguimiento intensivo de la conflictividad sociolaboral y del carácter y tratamiento de ésta, tanto por parte del régimen como por los trabajadores y luego por los grupos opositores. La incorporación de Vitoria y Álava al grupo de localidades y áreas industrializadas lo fue también al del “territorio de la protesta”, que se configuraba trabajosamente desde la básica reivindicación de mejoras laborales a su traducción en disidencia de corte político o ideológico. La conflictividad local no fue muy importante hasta llegar a los primeros años setenta, hasta las huelgas en “Esmaltaciones San Ignacio” y luego en “Michelin”, en 1972. Así, se fue pasando de la calma casi completa al estallido casi revolucionario de marzo de 1976, que no se explica si no se conoce el previo en el que se iban formando un nuevo proletariado industrial y algunos dirigentes y fuerzas de oposición.

El libro se cierra con el capítulo de Antonio Rivera sobre la oposición antifranquista en Álava. A partir de nuevas fuentes documentales (y orales), procedentes del Servicio de Información de la Guardia Civil, informes del Gobierno Civil y de la Organización Sindical, instrucciones policiales, etcétera, se construye el relato de las sucesivas generaciones opositoras al régimen. Fue una oposición de limitado calado, sobre todo si se la compara con la de las provincias hermanas de Vizcaya y Guipúzcoa, pero donde destacaron personajes, como el socialista Antonio Amat o el nacionalista Luis Álava Sautu, cuya importancia trasciende con mucho el ámbito local. En este capítulo, el autor expone la sucesión de tiempos y protagonistas, desde los restos del recuerdo y los sufrimientos y penurias de la guerra y la posguerra que alimentaban en parte las huelgas de 1951 a 1958, a los años sesenta en que la principal oposición era la atención casi subversiva de elementos eclesiásticos a los “nuevos pobres”, los inmigrantes que llegaban a la ciudad por millares, y a los que ofrecieron mecanismos de autogestión inéditos aquí y en otros lugares. El último periodo aparece como réplica de lo ocurrido en otros sitios, con la particularidad de que esa pujante pero débil oposición no fue capaz aquí de proyectarse como fuerza alternativa al régimen hasta el momento en que éste, desaparecido el dictador, se estaba disolviendo en el extraño escenario en que se pasa a ser otra cosa, sin saber qué iba a ser eso. Quizás, eso se sostiene, la limitada fuerza de la oposición política local a la dictadura esté en la explicación fundamental de lo que acabó pasando en marzo del 76 en Vitoria.

INTRODUCCIÓN, por Antonio Rivera

 

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