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Homenaje a las víctimas del Holocausto

Juan M.Calvo. El Periódico de Aragón, 26-01-2010 | 27 enero 2010

Sólo denunciando las atrocidades de los nazis podremos cargarnos de razones para erradicar la intolerancia

 

26/01/2010 JUAN MANUEL Calvo

Desde que en noviembre de 2005 la Asamblea General de la ONU declaraba el 27 de enero –día de 1945 en que se liberó el campo de Auschwitz– como Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, en muchos países se vienen celebrando actos de homenaje –de diferentes formatos– con presencia institucional, de representantes de las víctimas y de los diversos colectivos afectados por la persecución y el exterminio planificado por los nazis. Actos de conmemoración con la intencionalidad explícita de mantener vivo el recuerdo de las injusticias cometidas con aquellos millones de hombres y mujeres que se vieron arrastrados a la muerte colectiva en las cámaras de gas o, en el mejor de los casos, a la humillante explotación mediante el trabajo esclavo en campos e instalaciones fabriles, donde la vida y la muerte se entremezclaban cotidianamente y el destino era algo tan concreto e inmediato como llegar con vida a la mañana siguiente. Experiencias colectivas, dolorosamente descritas por los testimonios individuales de los supervivientes de la barbarie.

El deber de la memoria de las víctimas de aquella intolerancia –y por extensión de todas las otras formas de intolerancia– como una obligación moral y ética de la ciudadanía que se quiere sentir comprometida, de forma crítica, con el logro de un futuro donde los Derechos Humanos sean la guía de la convivencia pacífica en nuestro entorno más inmediato. Pero también, como habitantes de la aldea global, luchar por conseguir su preeminencia, sin renuncias ni fisuras, en cualquier rincón del mundo. El recuerdo de las víctimas, el conocimiento de las circunstancias históricas y sociales que explican la existencia del Holocausto y la eliminación de los colectivos opuestos al fanatismo ideológico y racial del Reich alemán, nos han de ayudar a adquirir este compromiso ético, personal y colectivo, como vacuna protectora de cualquier otra barbarie similar. Contextualizando esto en nuestro entorno y en nuestro tiempo: sólo denunciando las atrocidades cometidas por los nazis, en nombre de una supuesta supremacía racial y recordando a sus víctimas, podremos hacernos fuertes y cargarnos de razones para erradicar cualquier actitud xenófoba en nuestras sociedades supuestamente avanzadas y democráticas.

El concepto de víctima del nazismo se multiplica y se extiende más allá de los infelices que murieron gaseados en las cámaras de los campos de exterminio, o que fueron asesinados mediante otros métodos igualmente deleznables y, también, de los miles de hombres, mujeres y niños muertos por hambre, inanición o enfermedad, ante la mirada impotente de sus compañeros de cautiverio. También han sido víctimas, y los siguen siendo, las viudas, los supervivientes y sus esposas y los hermanos e hijos de quienes penaron, sufrieron y/o murieron durante su deportación. Millones de personas vieron truncadas sus aspiraciones y anhelos, proyectos individuales que se perdieron para siempre; y aquellos que llegaron vivos a la liberación de los campos siguieron acompañados por el silencio, el desconocimiento, la incomprensión y, en ocasiones –como nos relató el sefardita Samuel Modiano de Rodas (superviviente de Auschwitz-Birkenau)– «viviendo con un permanente sentimiento de culpabilidad por ser el único superviviente de toda la familia; sólo he recuperado el verdadero sentido de la vida dando testimonio de lo sucedido».

Entre los millones de víctimas internacionales causadas por el nazismo figura un grupo específico, cercano a todos nosotros, que nos atañe y nos responsabiliza por tantos años de silencio: más de 9.000 españoles fueron deportados a los campos nazis entre 1940 y 1945, de los que más de 6.000 hallaron la muerte durante su deportación. Su único delito, que les dignifica, fue el ser declarados enemigos del Reich, tras haberse enfrentado dos veces contra el fascismo: primero en España, defendiendo el gobierno legítimo de la República y después, ya en el exilio, luchando contra los nazis en Francia.

Es loable, por todo ello, el hecho de que Aragón se sume, por primera vez, al merecido homenaje de las víctimas –promovido por Rolde y Amical de Mauthausen– y que se haga en sede parlamentaria, como máxima institución representativa de la sociedad aragonesa, complementando, de alguna forma, la sensibilidad y los proyectos promovidos por el Programa Amarga Memoria del Gobierno de Aragón. Es necesario recordar que entre aquellos republicanos deportados hubo algo más de un millar de aragoneses. Su recuerdo ha permanecido en nuestra tierra gracias al trabajo de familiares y antiguos deportados, entre los que podemos citar a Mariano Constante (Capdesaso), Feliciano Gracia (Gallur) o Julio Casabona (Sariñena) y, en los últimos años, a la generación de nietos y nietas que quieren saber, sin miedos ni tapujos, qué es lo que sucedió. A ellos se refería el amigo Paco Batiste (Vinaroz), en mayo de mayo de 2005, ante un grupo de estudiantes en el propio campo de Mauthausen: «Los nietos, sois nuestra esperanza. El mensaje que os queremos transmitir es el de la tolerancia. Lo que ocurrió aquí sucedió porque hubo quien se creyó superior. Tenéis que ser tolerantes con los otros pueblos, con las otras creencias y con las otras lenguas. Sólo la tolerancia evitará que algo así pueda ocurrir de nuevo».

Miembro de la asociación Amical Mauthausen

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=555101