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Estúpida y cruel

Lne.es, | 5 marzo 2010

Andanzas y recuerdos de España, unas memorias de José Venegas

 

JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN

José Venegas, periodista y editor, es uno de tantos hombres olvidados del exilio republicano. Fue amigo de José Díaz Fernández, a quien dedica estas memorias, y de Alejandro Casona, quien prologó el homenaje que, a su muerte, ocurrida en 1948, se le dedicó en Buenos Aires. Junto a su obra escrita, no muy abundante, destaca su labor organizativa: se preocupó por los problemas del libro y renovó la industria editorial. En 1943 publica sus memorias, que ahora se reeditan por primera vez, aumentadas con un capítulo inédito y con una carta -también inédita- de Indalecio Prieto.

Venegas era hombre «inteligente y bueno», afirma Francisco Ayala en Recuerdos y olvidos. No lo dudamos. Pero qué poca gracia nos hacen hoy las gracias que nos cuenta de su vida periodística, de su trabajo en El Liberal. La estúpida crueldad de la vida española en las primeras décadas del siglo XX queda patente en unas páginas, que hicieron mucha gracia a Indalecio Prieto cuando las leyó -conocía a todos los personajes- y que el prologuista de esta edición continúa encontrando «amenas y divertidas». Entre los redactores de El Liberal había uno -rememora Venegas- «que era la causa más sólida de nuestro regocijo durante las horas de trabajo». Hijo de uno los primeros redactores del periódico, quien en su lecho de muerte se lo había confiado a don Miguel Moya, fundador del diario y quizá el mayor empresario periodístico de la época, se llamaba Manuel Ortiz de Pinedo. A este teórico protegido «se le maltrataba, a veces con ferocidad, todas las noches». A los tres o cuatro días de su ingreso en el periódico, le pregunta a Venegas uno de sus compañeros: «¿Usted no le ha pegado todavía a Pinedo? Eso es intolerable. Ahora mismo hay que acabar con esa situación». Seguidamente, «agarró la gorra y el espadín de un redactor militar, al capitán Carmona, que estaba en el despacho del director; se engalanó con una y otro, se envolvió el busto en un diario desplegado a modo de capa, y asiendo una carpeta me la entregó ceremoniosamente y me dijo: «Golpee»». Venegas toma la carpeta y la descarga sobre la cabeza de Pinedo, que se da la vuelta aturdido: «¿Usted también? ¿Qué va a ser esto?». El periodista de la gorra, el espadín y el capote le grita: «Cállate. ¿Cuándo se ha visto que el toro hable? Lo único que tienes que hacer es embestir». Cuesta creer que este minucioso inventario de crueldades fuera escrito en la Argentina de 1943 sin el menor remordimiento, sólo para hacer reír al personal. Copio otra muestra: «Cuando, por apremiar el trabajo, dejábamos a Pinedo en paz, no tardaba él en realizar algo que atrajese nuestra atención. Interrumpía el silencio para decir alguna frase. Por ejemplo: «Lo peor no es ser el último; lo peor es ser molécula incolora»». Entonces empezaban los gritos: «¿Ha dicho molécula incolora? ¡Fuera chaquetas!». Y a continuación esta frase, escrita como si fuera la cosa más normal y más graciosa del mundo: «Nos quedábamos en mangas de camisa y caíamos sobre él a darle una paliza».

A Indalecio Prieto el capítulo sobre la redacción de El Liberal le «cautivó especialmente», según le comunica en la carta que figura como apéndice. El político socialista le cuenta a Venegas otros incidentes «que seguramente le divertirán», pero que hoy nos causan la misma extrañeza que el sadismo de los periodistas de entonces. En el Congreso, cuando pronuncia un discurso el diputado Layret, otro diputado, Diego Martín Veloz (a quien Venegas dedica un capítulo de sus memorias), «vino a nuestros escaños y se sentó amenazadoramente junto al orador, por lo cual llovieron sobre él bastantes golpes, algunos míos, pero los más, de Trías de Bes, diputado de la Lliga». Cierra Prieto su relación de graciosas anécdotas «recordando una entrevista con varios comisionados de la Federación de Sociedades Obreras de Salamanca, los cuales fueron a Madrid a relatarme que Martinillo había abofeteado a su presidente, suceso respecto al cual me pedían consejo. El único que yo les ofrecí fue una pistola, por si no disponían de ella, preguntándoles, además, si acaso querían delegar en mí lo que ellos deberían haber hecho. Los comisionados regresaron a Salamanca echando chispas y, si no me falla la memoria, creo que allí se me impuso un voto de censura por mi actitud».

La edición original de estas memorias se iniciaba con «En la redacción de El Liberal», un capítulo que anima poco a seguir leyendo. Afortunadamente, ahora le antecede «El cuartel y Marruecos», que al parecer quedó inédito porque «fue censurado por las autoridades argentinas», según se afirma en el prólogo. La explicación resulta un poco extraña, ya que la edición inicial de Andanzas y recuerdos de España apareció en Montevideo. A Venegas le tocó ser soldado en Marruecos cuando la catástrofe de Annual y volvió, como tantos, convertido en un feroz antimilitarista, aunque su etapa de soldado se hubiera reducido «a unas vacaciones forzosas, con ligeras molestias». Todo el absurdo y el sinsentido de la campaña de Marruecos queda reflejado en este primer capítulo del libro de la manera más precisa posible. Algo semejante podríamos decir de Elecciones en Huesca y la política caciquil de la época. Pero toda la intrahistoria de aquel tiempo -y muy especialmente en lo que se refiere al mundo editorial- queda reflejada de la mejor manera posible en estas páginas, que nos ayudan a saber de dónde venimos, de una España, si heroica a veces, también -cito a Cernuda- «estúpida y cruel como su fiesta de los toros».

Claro que en ocasiones el preciso cronista es sustituido por el propagandista. El último capítulo, titulado «El final de la República», comienza con la siguiente frase: «La rebelión del 18 de julio de 1936 puso fin a todas las discrepancias en el campo republicano». Tras leer semejante disparate sólo se nos ocurre citar a Argensola: «Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza».

http://www.lne.es/cultura/2010/03/04/estupida-cruel/881703.html