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Garzón, el enemigo en casa

El Periódico, 29-03-2010 | 30 marzo 2010

El magistrado se prepara para perder la toga pero se niega a aceptar una solución de compromiso 

 

Buena parte de la judicatura cree llegada la hora de hacer pagar al juez los «callos» que ha pisado 

MARGARITA BATALLAS

MADRID

Baltasar Garzón está a un paso de perder la toga y salir de la judicatura ultrajado y sin honores. El Tribunal Supremo será el encargado de poner fin a una carrera profesional plagada de éxitos, errores y polémicas. El juez, que ha superado las trampas que le han ido colocando terroristas, narcotraficantes, dictadores, ladrones de guante blanco y mafiosos, no supo ver que el peor enemigo lo tenía en casa: sus propios compañeros. Una buena parte de la judicatura le ha repudiado porque consideran que no es uno de los suyos, sino un superpolicía que les ha hecho demasiada sombra.

Los magistrados del alto tribunal rechazan que exista una conspiración contra Garzón, pero aseguran que al superjuez le ha llegado la hora. «Han sido más de 20 años abriendo las noticias del telediario, y en este tiempo ha pisado muchos callos», explican. El juez de la Audiencia Nacional, añaden, «necesita un tirón de orejas», y lamentan que el correctivo no pueda ser otro que echarle de la carrera judicial: «O todo o nada; con Garzón no hay término medio».

UN PULSO PERDIDO / Fuentes del ámbito judicial apuntan que el problema de Garzón ha sido su falta de humildad. «Habrá investigado cientos de casos, pero solo es un juez de instrucción que está sometido a la autoridad de los tribunales», dicen. Estas fuentes recurren a la Constitución para defender el papel del Supremo como garante de la interpretación de las leyes. Y argumentan que si un juez osa echar un pulso al alto tribunal siempre va a salir perdiendo por mucho que se llame Garzón.

En este sentido, se muestran convencidos de que si el juez de la Audiencia hubiera admitido en algún momento que la palabra del Supremo es la palabra de Dios, sus problemas judiciales habrían terminado. Pero en vez de agachar la cabeza, le recriminan, ha optado por «una defensa suicida» en la que reta a los magistrados del alto tribunal a medir su posición jurídica con expertos internacionales en jurisdicción universal en la causa que tramitan por los crímenes del franquismo. «El Supremo no va a cambiar y demostrará que tiene la última palabra por mucho que otros le contradigan», afirman las fuentes consultadas.

Garzón tiene fama de ser un mal instructor (las estadísticas lo desmienten). Lo cierto es que el alto tribunal ha avalado buena parte de las investigaciones que el juez ha dirigido contra etarras, islamistas, narcotraficantes y otros delincuentes. Los jueces del Supremo sostienen que lo hicieron por responsabilidad, aunque difícilmente habrían eludido el rechazo de la sociedad si hubieran dejado en la calle a esos delincuentes por un defecto de forma.

ATAQUE / Ahora, el alto tribunal ataca tres investigaciones de Garzón que disgutan a un sector de la población pero agradan a otro. La causa contra los crímenes del franquismo ha demostrado que las heridas de la guerra civil siguen abiertas. Para acompañar a este proceso, el Supremo ha querido atacar la aureola de juez íntegro de Garzón al investigar si pidió dinero al Banco Santander para financiar unos cursos en la Universidad de Nueva York y acabar con su imagen de defensor de los derechos humanos al acusarle de usar técnicas «inquisitoriales» para obtener confesiones, como le ha reprochado la sala civil y penal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid al anular unas escuchas del caso Gürtel.

Garzón se prepara para lo peor, pero no piensa abandonar y hace oídos sordos a los que le aconsejan, o le exigen, que deje la Audiencia Nacional y pida un destino fuera de Madrid. Desde hace tiempo sabe que cruzar determinadas puertas le podía conducir a este laberinto. Su admirado juez antimafia Giovani Falcone dejó escrita, unos meses antes de morir, la advertencia que le hizo un mafioso arrepentido: «Usted se va a convertir en una celebridad, pero tratarán de destruirle profesional y personalmente». La mafia le asesinó el 23 de mayo de 1992. Como decía Falcone, «la mafia se ensaña con los servidores del Estado que el Estado no ha logrado proteger».

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