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Identificados dos jiennenses enterrados en una fosa en Burgos

Diario de Jaén, 04-03-2010 | 7 marzo 2010

El sábado, sus restos mortales serán entregados a sus descendientes

 

Jueves, 04 de Marzo de 2010

Los jiennenses Bernabé Ruiz Castillo y José Venzalá Carrillo  murieron hace más de 70 años en la cárcel burgalesa de Valdenoceda, una de las más duras del régimen franquista. Durante todo este tiempo, han estado enterrados en una fosa común. El sábado, sus restos mortales serán entregados a sus descendientes.

El municipio burgalés de Valdenoceda alojó, desde 1938 a 1943, una de las prisiones de castigo más duras de la época de la posguerra. Se tiene constancia documental del fallecimiento de, al menos, 153 personas. Todas están enterradas en fosas, ubicadas en el exterior del penal. La Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en la Prisión de Valdenoceda ha conseguido, después de años de búsqueda y una intensa labor, la exhumación de 114 personas. De ellas, dieciséis han sido identificadas plenamente gracias a las pruebas de ADN. Entre ellas, están las dos víctimas jiennenses. El primero fue Bernabé Ruiz Castillo, que falleció el 25 de febrero de 1941. En su partida de defunción pone que la causa de la muerte fue una “colitis epidérmica”. En román paladino, murió de hambre, tal y como explica un portavoz de la Agrupación, Manuel Sempere. Su nieta, Ana Ruiz, vive en Alcalá la Real. Ella será la encargada de acudir el sábado a Madrid para recoger los restos mortales de su abuelo. “Nos ha dicho que la mayor ilusión de su vida es enterrarlo junto a su padre en el cementerio de Alcalá”, aclara Sempere.

El otro jiennense identificado es José Venzalá Carrillo, natural de Fuensanta de Martos. Su féretro será enviado a Lérida, donde vive su hija, que está muy mayor para poder desplazarse a Madrid. Por la cárcel de Valdenoceda pasaron 5.834 personas. “Todas víctimas de la represión franquista, juzgadas y condenadas por cualquier motivo”, asegura Manuel Sempere. Allí, vivieron en condiciones infrahumanas y soportaron una vida marcada por el frío, el hambre y los castigos físicos. Cuando moría uno de ellos, eran los propios presos los que, con sus propios medios, construían los ataúdes de madera y los trasladaban a un solar propiedad de Instituciones Penitenciarias. Allí, eran enterrados a un metro de profundidad, para evitar que las alimañas se comieran a sus compañeros. Siempre incluían alguna pertenencia del fallecido: un reloj, un bastón, un anillo. Así se han encontrado más de 70 años después. El sábado, 16 de esas víctimas, entre ellas, dos jiennenses, podrán descansar en paz. Rafael Abolafia n Jaén

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