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Abril

Ramón Folch. El Periódico, | 4 abril 2010

La realidad de aquellos años ha de ser explicada a fondo a las nuevas generaciones, justamente porque el franquismo latente está tan vivo como entonces

 

RAMON FOLCH

 

Abril no siempre trae la primavera. Franco ganó la guerra un primero de abril, hace más de 70 años. Para acordarse de Franco nítidamente hay que tener por lo menos 45 años. Solo quienes tenemos 55 o más podemos asociar el Generalísimo (ahora da risa ese superlativo) a vivencias relacionadas con su régimen nacionalcatólico (puramente castrense al principio, fascista inmediatamente después y de un simple totalitarismo decadente en su última década). Cada vez quedamos menos y por eso hay que refrescar la memoria, porque aquella pesadilla es reeditable.

Franco murió en 1975; el franquismo, no. El franquismo existía antes de Franco y existe aún hoy. El franquismo era, y es, el espíritu de la España profunda, concepto sociológico con ámbito geográfico asociado. Él lo encarnó, lo enalteció, lo elevó al poder y acabó dándole nombre. Frente a republicanos o rojos, denominaciones de un modelo de Estado o de una ideología, los franquistas eran los nacionales, término que evoca las esencias patrias. Los actuales nacionalismos periféricos son un juego de niños comparados con el nacionalismo español de verdad, en cuyo nombre media España se sublevó, provocó una guerra atroz con millones de muertos, mutilados o heridos psíquicos y hundió al país en 40 años de dictadura retrógrada.

Muchas personas de mi edad o mayores han preferido olvidar. Se comprende. Pero una cosa es dejar atrás las pesadillas personales y otra borrar la historia. La realidad de aquellos años ha de ser explicada a fondo a las nuevas generaciones, justamente porque el franquismo latente está tan vivo como entonces. La España profunda quizá no sea tan extensa, pero conserva intacta su oscuridad abisal. Muchos suspiran por volverse a sumergir en ella. Por eso procesan a los jueces que quieren condenarla.

Sostenibilidad

Franco fue el líder pasajero de una sólida actitud intemporal. Lutero, Galileo o los ilustrados franceses dotaron de argumentos a la Europa moderna. En esta parte de los Pirineos fueron referentes anecdóticos y casi siempre denigrados. España entró en la Unión Europea antes que en la modernidad. En España, con uno u otro nombre, lo que más se lleva es el franquismo. Por eso cuesta tanto que penetre el discurso sostenibilista, más que moderno porque es posindustrial.

En Catalunya, no tanto. Somos más republicanos que nacionales. Mucho más. Y, como poco, industriales. Vivimos en la periferia mental europea, pero dentro. Podemos aspirar a un futuro discretamente sostenibilista porque tuvimos un pasado lo bastante industrial (sociológicamente hablando, entiéndase). ¿Cómo vamos a entendernos con la caverna preindustrial, por más leyes de economía pretendidamente sostenible que el ala leída ose enarbolar? «¡Que inventen ellos! El objeto de la ciencia es la vida y el objeto de la sabiduría es la muerte», decía Unamuno reivindicando el misticismo ante el racionalismo. Demasiado nacionalismo español veterocatólico para pensar en términos globales.

Ya lo decía el último comunicado de guerra que los colegiales debíamos memorizar: «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, primero de abril de 1939. Año de la Victoria. El Generalísimo Franco». Más claro, el agua.

http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=701416&idseccio_PK=1498