Supervivientes españolas en el infierno nazi
Acaban de conmemorarse los 65 años de la liberación de los campos nazis y muy pocas mujeres siguen con vida
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MONTSERRAT LLOR 13/06/2010
Con 22 grados bajo cero, a las tres de la madrugada del 3 de febrero de 1944, 1.000 mujeres entramos en Ravensbrück. Con 10 SS y sus 10 ametralladoras, con 10 perros lobos dispuestos a devorarnos, empujadas bestialmente, hicimos nuestra entrada triunfal en el mundo de los muertos. ‘de la resistencia y la deportación’, Neus CatalÃ
Dantesca y cruel. Asà fue la entrada de miles de mujeres en uno de los peores campos nazis durante la II Guerra Mundial: Ravensbrück, cerca del pueblo de Fürstenberg, un lugar pantanoso unos 90 kilómetros al norte de BerlÃn. Una gran mayorÃa fueron presas por motivos polÃticos: luchaban contra el fascismo. Las españolas también. HabÃan combatido para defender la libertad y los valores de la II República durante la guerra civil española, pero Franco ganó la batalla y el exilio fue inevitable.
Terminaba la Guerra Civil en febrero de 1939 y en septiembre de ese mismo año comenzaba la II Guerra Mundial y la expansión de Hitler. De una u otra forma, sin importar nacionalidades, todas lucharon por unos ideales: colaboraron con la Resistencia, sirvieron de enlaces o combatieron como antiguas brigadistas internacionales. Un dÃa fueron capturadas por la Gestapo y conducidas a los campos de concentración.
De la deportación femenina siempre se ha hablado menos. Sufrieron todos, hombres y mujeres, pero a ellas habrÃa que añadir otros sufrimientos adicionales, los que se desprenden de su propia condición de mujer: experimentos médicos, esterilización, eliminación de sus hijos ante su presencia e incluso prostitución.
El impacto fÃsico y psicológico generado en ellas creó una larga etapa de silencio e introspección.
Acaban de conmemorarse los 65 años de la liberación de los campos nazis y muy pocas mujeres siguen con vida. Muchas viven en Francia, paÃs que acogió a los españoles temerosos de las represalias del franquismo. Nos desplazamos hasta sus domicilios para conocerlas, recordar detalles inéditos de sus vivencias, ver cómo viven y cómo lo recuerdan todo. Incluso saber cómo lograron superar aquella experiencia tan traumática.
Tienen entre 85 y 95 años: Neus Català , que reside actualmente en Rubà (Barcelona); Conchita Ramos, en Toulouse, ciudad en la que ha vivido siempre, aunque nació en Cataluña, y Lise London, en ParÃs, una mujer francesa de padres aragoneses y con profundas raÃces en nuestro paÃs. En ParÃs fue imposible visitar, por su delicado estado de salud, a Carmen Cuevas, nacida en Sueca (Valencia), deportada también a Ravensbrück. No se tiene noticia de la existencia de más supervivientes españolas en campos nazis, según indica la asociación Amical de Ravensbrück, cuya sede en España se encuentra en Barcelona. Neus Català es la presidenta de honor de dicha asociación, y su hija, Margarita Català , igual de activa y solidaria que su madre, forma parte del Comité Internacional de esta entidad junto con Teresa del Hoyo, secretaria de la Amical Ravensbrück, y Anna Sallés, su vicepresidenta ejecutiva. La Amical rinde homenaje a estas mujeres dando la máxima difusión a aquellos acontecimientos y recuperando las voces de las supervivientes.
Entre 1939 y 1945, la fecha de su liberación, fueron presas en este campo unas 132.000 mujeres de más de 40 paÃses, sobre todo de Polonia, Alemania, Austria y Rusia. Algunas, pocas, llegaron con sus hijos, la mayorÃa exterminados, al igual que los cerca de 20.000 hombres que a partir de abril de 1941 fueron destinados a un anexo construido para ellos.
Eran agrupadas en función de sus caracterÃsticas o condición: delincuentes comunes, judÃas, gitanas, polÃticas, homosexuales o testigos de Jehová… Todas eran marcadas con un triángulo invertido de diferente color. Verde para las presas comunes, negro para las criminales, amarillo para las judÃas. Las españolas, unas 400, aproximadamente, de las que apenas existe información ni datos precisos, fueron señaladas con el color rojo destinado a las presas polÃticas más un número de matrÃcula. Ya no tendrÃan jamás un nombre. Sólo un número que las supervivientes recuerdan a la perfección incluso hoy.
Existen los grandes horrores de este campo. Como el quirófano donde el temido doctor Gebhardt y su equipo efectuaban horribles experimentos médicos con mujeres y niñas, las llamadas kaninchen o conejitas de Indias. Y el crematorio, inaugurado en abril de 1943, y la cámara de gas, a finales de 1944. Allà fueron gaseadas unas 6.000 presas, pero al mes morÃan, de promedio, 1.000 mujeres debido a las pésimas condiciones higiénicas, la tuberculosis, la disenterÃa o el tifus.
Viendo el final de su imperio, a finales de marzo de 1945, Himmler ordenó la evacuación de los campos, y el comandante de Ravensbrück, Fritz Suhren, mandó salir a todas las mujeres que aún quedaban con vida y en condiciones de caminar. Eran las conocidas marchas de la muerte en las que tantos presos quedaron sin vida en la cuneta de las carreteras. HabÃan dejado en el interior del campo a cerca de 2.000 mujeres, muchas moribundas, que el Ejército Rojo encontró en el momento de la liberación, el 30 de abril de 1945.
Eran libres, pero muchas morirÃan a los pocos dÃas, tan debilitadas y enfermas estaban. Las rusas padecieron después otro horror: su traslado a los gulags estalinistas. Las españolas tampoco pudieron volver en muchos años a España, donde gobernaba Franco.
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NEUS CATALÀ
«Ravensbrück aún me impresiona. En cuanto piso Alemania, me cambia la cara y no me doy cuenta. Me viene la entrada, es algo que nunca he conseguido explicarlo, la llegada a las tres de la madrugada por un camino de piedras y con un frÃo que pelaba.
En el Báltico era el infierno, pero helado y, dÃa tras dÃa, oscuro, tétrico… Siempre me viene aquello».
Lo cuenta sentada en el sillón de su casa en Rubà (Barcelona), mientras sostiene en sus manos una piedra pequeña y redonda. Le encanta la energÃa de la piedra. Es natural, Neus Català , a sus 95 años recién cumplidos, es una mujer fuerte, de carácter enérgico y rebelde, que sobrevivió por su dureza y su buen humor. Ella asegura que fue cuestión de suerte y tener un espÃritu fuerte. Me dice que, en cierto modo, la ayudaron las golondrinas de su calle.
«Me gustaban mucho. Yo no sabÃa dibujar, pero allà en el campo lo hacÃa, y esto me ayudó a no pensar en otras cosas».
Nació en Els Guiamets (El Priorat, Tarragona). Hija de campesinos, adoraba a su padre, con quien compartió su pasión por el teatro. Organizó las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña (JSUC) y fue miembro fundador del PSUC. Diplomada en EnfermerÃa, al final de la Guerra Civil cruzó la frontera y se estableció en Francia. Junto con su primer marido, Albert Roger, fallecido durante la deportación, participó en actividades de la Resistencia francesa y llegó a ser enlace interregional con seis provincias a su cargo. Su casa era un punto clave donde escondÃa a guerrilleros españoles y franceses y a antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales. Centralizaba la transmisión de mensajes, documentación y armas. Hasta que fue denunciada a los nazis.
Fue detenida junto con su marido y tres guerrilleros más el 11 de noviembre de 1943 por la Gestapo. Sufrió su primer interrogatorio a punta de pistola en cada sien y fue conducida a la cárcel de Limoges, en cuya komandatur recibió una gran paliza. Fueron dos largos meses y la última vez que vio a su marido.
Como todos los deportados, fue trasladada al campo de concentración a bordo de un tren de ganado en condiciones infectas. El recuerdo de aquellos vagones quedó imborrable en todos, hombres y mujeres. En su interior la situación era insostenible, imperaba el miedo: «Mil mujeres, muchos vagones y cuatro dÃas de viaje sin parar, sin higiene, sin aire para respirar, sin saber qué serÃa de nosotras. No tenÃamos sitio para sentarnos, nos apañábamos, ponÃamos espalda contra espalda como podÃamos. Éramos 90 o más en cada vagón con un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades y que con el traqueteo se volcaba. OlÃa muy mal. Algunas salieron muertas ese 3 de febrero de 1944, cuando desembarcamos en Ravensbrück».
Comenzaba el ritual del terror que todas recuerdan. Duchas de «desinfección», pelo rapado al cero, inspección de todos los rincones del cuerpo, el traje de rayas y un número. El de Neus: 27.532. Antes que nada, eran encerradas para pasar la cuarentena, momento en que vio morir a varias compañeras. Una de las situaciones más humillantes para las mujeres era el exhaustivo control ginecológico, efectuado en condiciones vergonzosas y antihigiénicas. Con el mismo utensilio eran inspeccionadas todas las presas. «A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que serÃamos más productivas. Ocurrió en 1944; no la volvà a tener hasta 1951».
Las embarazadas tenÃan pocas o ninguna esperanza de sobrevivir. «Se salvaron muy pocas; los bebés nacidos eran automáticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones higiénicas del parto o se volvÃan locas por la impotencia de presenciar tales asesinatos».
Aun asÃ, y aunque parezca imposible, consiguió robar algunas risas a sus compañeras. El domingo era el dÃa destinado al despioje y, por la tarde, al ocio. Neus procuraba distraer a las demás, contar chistes, leer, «lo que fuera, con tal de no dejarse llevar por el abatimiento». «También recuerdo que al principio me dieron unos zapatos del 43 cuando yo calzo un 36, y claro, al ser tan largos, hacÃa la broma de ser Charlot. Asà que le imitaba y nos reÃamos un poco».
Una noche irrumpió de repente en su barracón un grupo de Aufseherinen con sus perros ladrando. Llamaron a gritos a varias mujeres, siempre por su número; entre ellas, a Neus. Las presas se despidieron con nerviosismo pensando que era su último adiós, que se trataba de una selección para la cámara de gas. Sin embargo, fueron introducidas en un tren y tras varios dÃas de viaje llegaron a Holleischen, en Checoslovaquia, un pequeño campo dependiente de otro central de hombres, Flossenbürg. Allà fue destinada a trabajar en la industria armamentÃstica nazi. DÃa y noche se fabricaban armas, obuses, balas, sin parar. «Mientras podÃas producir, te perdonaban la vida».
En este lugar recibieron un peculiar nombre: el Comando Faul, de las holgazanas, denominadas asà por su baja producción de armas. Cada equipo debÃa fabricar series de 10.000 piezas cuyo funcionamiento correcto se probaba. «En las balas escupÃamos o ponÃamos aceite, porque cualquier cosa mezclada con la pólvora las inutilizaba. No parábamos de escupir. Escupir y ¡sabotear, sabotear, sabotear! En nueve meses en nuestro comando la producción bajó de 10.000 piezas a la mitad. Dejamos 10 millones de balas inutilizadas».
El dÃa de la liberación las encerraron en el barracón y minaron el campo para hacerlo saltar en pedazos a las doce en punto. «Bloquearon las puertas con barras de hierro y vimos que se escapaban las SS. Por la ventana observamos un frente de fuego enorme y supimos que algo pasaba. ‘¡Están entrando los rusos en Praga, estamos salvadas!».
El primer marido de Neus murió tras la liberación. Dos años más tarde conoció al que fue su segundo esposo en una casa de reposo; con él tuvo a sus dos hijos. Natural de un pueblo de Segovia, Juarros del RÃo Moros, fue comisario general de las guerrillas españolas.
Años después de la liberación, Neus tuvo el coraje y casi atrevimiento de llamar a la puerta de antiguas compañeras deportadas para entrevistarlas, escribir su testimonio y darlo a conocer a la humanidad. Algunas no quisieron hablar, pero ella no se dio por vencida y persistió. Asà consiguió editar el libro De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas, que publicó casi cuarenta años después. La herida aún estaba muy abierta.
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LISE LONDON
Sus padres eran aragoneses y ella, Lise Ricol, más conocida como Lise London por su marido, Arthur London, fue miembro de las Brigadas Internacionales en Albacete. Es francesa, pero habla español perfectamente y conoce nuestro paÃs. En el portal de su piso de ParÃs hay una placa en recuerdo de su esposo, con quien compartió ideales y una convencida militancia comunista.
Lise estuvo en contacto con Santiago Carrillo, con quien mantiene aún hoy una excelente relación, y trabó amistad con Dolores Ibarruri, la Pasionaria, a la que conoció durante su estancia en Rusia cuando tenÃa 18 años.
Su casa es espaciosa e iluminada y parece un pequeño museo. Cuadros regalados por sus amigos, dibujos y pinturas que ella misma hizo a sus hijos y, en el salón, una gran fotografÃa en blanco y negro con el rostro de su marido, Arthur London, escritor y polÃtico checoslovaco que estuvo preso en Mauthausen. Lise o Elisabet es una mujer culta a la que le gusta escribir y pintar. Y que disfruta con su pasado, como militante de las juventudes comunistas, como resistente, como brigadista. Es fácil comprenderlo cuando uno lee su libro Memorias de la Resistencia, en el que narra miles de situaciones que parecen extraÃdas de una pelÃcula de intriga y espionaje.
Lise London nació el 15 de febrero de 1916 en el pueblo minero de Monceau-les-Mines. Sus padres emigraron a Francia en pésimas condiciones económicas y a los 15 años era militante comunista, al igual que sus dos hermanos. En 1934 partió hacia la Unión Soviética, trabajó de mecanógrafa en el Bureau del Komintern y allà conoció a Arthur London, con quien se casó en segundas nupcias. En 1936 trabajó, hasta julio de 1938, en el cuartel general de las Brigadas Internacionales en Albacete. De vuelta en Francia, nació su primera hija y comenzó a trabajar en La Voz de Madrid, el órgano de los republicanos españoles refugiados en Francia, y más tarde, en el Centro de Documentación y Propaganda de la República española. En julio de 1940, Lise entró en la Resistencia y en agosto de 1942 encabezó una manifestación en pleno corazón de ParÃs en la que hizo un llamamiento contra los alemanes, pidió una Francia libre y apeló a la lucha armada. Con la llegada de los soldados alemanes, todo el mundo comenzó a gritar y a correr. Hubo disparos y una muerte. Lise fue arrestada, encarcelada durante más de un año, juzgada y condenada a muerte. El embarazo de su segundo hijo la salvó de la pena capital, pero fue dictada orden de trabajos forzados a perpetuidad. En 1944, Pétain firmó un acuerdo con Alemania según el cual los prisioneros polÃticos franceses debÃan ser trasladados a campos de trabajo alemanes porque necesitaban mano de obra. Fue deportada a Ravensbrück, adonde llegó el 15 de junio de 1944. Mientras Lise London entraba en los campos nazis, su marido Arthur y su hermano habÃan sido deportados al campo de Mauthausen, en Austria, donde permanecieron más de 8.000 españoles y salieron con vida apenas 2.000.
Era la responsable de mantener en orden y limpio su barracón. Esa función le permitió aportar algunos momentos de alivio a sus compañeras y reforzar su ánimo para seguir el dÃa a dÃa, sobrevivir y no desfallecer. «Organizamos todo tipo de actividades para animar a las presas. HacÃamos teatro, poesÃa, actividades, incluso llegué a ocultar una pequeña biblioteca, algo absolutamente prohibido. La moral es una herramienta básica». Pero el hambre las acechaba permanentemente. «Por la mañana tomábamos café aguado con una ración de pan. ComÃamos una especie de sopa con alguna cosa dentro y poco más, alguna patata. El domingo daban pan y margarina con un poco de queso».
En su barracón consiguieron montar una estructura de supervivencia muy útil para las deportadas. Se organizaron en pequeñas familias de cinco o diez mujeres en las que una presa asumÃa el papel de madre. Era el apoyo directo moral, emocional.
En el momento de finalizar la entrevista, se despide diciéndome: «Y recuerde, yo nunca tuve miedo, ¡jamás! Yo era una luchadora».
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CONCHITA RAMOS
Tiene un hablar dulce, buena memoria y una conversación convincente y repleta de detalles. La entrevista con Conchita Ramos se desarrolla en un lugar peculiar: el Museo de la Resistencia y la Deportación, en Toulouse, dirigido por Guillaume Agulló, descendiente de catalanes. AllÃ, varias tardes a la semana, Conchita se dedica a impartir charlas a los adolescentes. El espacio es sencillo pero interesante, repleto de fotografÃas, trajes de presos expuestos, dibujos y pinturas de prisioneros y diversos objetos, como máquinas de escribir o transmisores de radio de la guerra.
Al bajar por las escaleras precisa ayuda, un punto de apoyo. Una fuerte artrosis se le desencadenó a partir de los 50 años. Esta es una de las consecuencias más evidentes fruto de los siete interrogatorios que sufrió en manos de la Gestapo.
Conchita Ramos nació el 6 de agosto de 1925 en Torre de Capdella (Pallars Jussà , Lleida). De padre francés -Josep Grangé- y madre española -MarÃa Veleta-, en los primeros meses de vida fue trasladada a Toulouse, donde fue educada y criada por sus tÃos. Por eso su historia está Ãntimamente unida a las dos mujeres más cercanas: su tÃa Elvira y su prima MarÃa; la familia Veleta.
Su tÃo participó en la Resistencia organizando grupos de maquis en la zona del Ariège; tras su huida -para no caer en manos de la Gestapo-, Conchita, una joven de apenas 17 años, se hizo cargo de la situación, reorganizó grupos de la Resistencia y fue integrada en la 3ª brigada de guerrilleros el mes de abril de 1943. Asà fue como se convirtió en enlace. Siempre en compañÃa de las mujeres Veleta. RecibÃan los partes, propaganda, cartas y órdenes de misión que llevaban a ciertos jefes del maquis.
El 24 de mayo de 1944, a las nueve de la mañana, los milicianos, la policÃa de Pétain, rodearon su casa de Francia justo cuando tenÃan a un grupo de tres hombres escondidos preparado para ir, al dÃa siguiente, hacia la frontera, y a un guerrillero, el capitán RÃos. Tras producirse un tiroteo, las tres mujeres fueron trasladadas a la prisión de Foix y, más tarde, entregadas a la Gestapo para ser interrogadas. En esta casa existe todavÃa hoy una placa en recuerdo a la memoria de las Veleta y su labor por la Resistencia.
Fue entonces cuando Conchita, muy joven, con apenas 18 años, recibió los primeros golpes y bastonazos de manos de la Gestapo. Su único objetivo era no hablar. Y lo consiguió. «Vi cómo les arrancaban las uñas de pies y manos a hombres y mujeres. TenÃa miedo de hablar, pero no lo hice».
Las tres mujeres permanecieron juntas en su viaje hasta el campo de deportación a bordo del terrible Tren Fantasma, el gran tren de los resistentes que tardó dos meses en llegar a su destino en Alemania. A bordo habÃa 700 hombres y 65 mujeres. «Dentro del convoy, en pleno mes de agosto, cumplà los 19 años».
Era un tren de ganado, maloliente, que recogió a presos de varias cárceles y de campos como el de Vernet o el de Noé, de donde salieron unas 200 españolas y volvieron unas pocas. Resulta casi una ironÃa que fueran enviadas a la muerte tantas personas justo cuando el fascismo comenzaba a perder su auge. Tras una parada y pocos dÃas en Dachau para dejar a los hombres, las mujeres seguirÃan su camino inexorable e incierto hasta llegar a Ravensbrück el 9 de septiembre de 1944.
Nada más llegar se produjo la primera selección. Las jóvenes, fuertes y aptas para trabajar, vivÃan; las demás eran gaseadas. Las tres mujeres Veleta seguÃan juntas. «En Ravensbrück he visto a las SS pegar con saña por cualquier cosa, a mujeres mayores, a los niños, y hemos pasado horas inmóviles al pasar lista en la Apellplatz. AllÃ, quietas bajo un frÃo tremendo y débiles, algunas caÃan y no las podÃas ayudar o te echaban a los perros encima».
Ver a algunas mujeres brutalmente mordidas por los perros y la imagen de niños golpeados y asesinados son los dos recuerdos que más impactaron a Conchita durante años. La maternidad también es uno de los temas más sensibles y dolorosos. Hicieron barbaridades con las madres. «Muchas fueron detenidas y no supieron durante años qué pasó con sus hijos. Los buscaron después con la ayuda de la Cruz Roja. Algunas tuvieron suerte y los encontraron en orfelinatos. Otras jamás volvieron a saber nada más».
Conchita presenció el asesinato de tres niños. «Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el más pequeño, tenÃa sólo tres o cuatro años y corrÃa por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinen le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó el perro. Lo mordió y lo destrozó. Después ella lo remató a palos».
La maldad llegó al paroxismo en los experimentos médicos. «Cuando me dijeron ‘te enseñaremos a las petites lapines’ -conejitas-, yo, inocente, preguntaba si acaso conseguirÃamos conejos para comérnoslos. Nos llevaron a un barracón donde vi mujeres a las que les habÃan operado las piernas, cortado tendones, los músculos, rasgado la piel, se les veÃa el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. TenÃan unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos quÃmicos o las amputaban».
Al poco tiempo fue conducida, una vez más junto con su tÃa Elvira y su prima MarÃa, a un Komando de Auberchevaide, una barriada de BerlÃn, donde debÃan trabajar, dÃa y noche, junto con otras 500 mujeres, en un gran barracón de madera. Fabricaban material de aviación, y también lo saboteaban. «Yo debÃa controlar las piezas, pero hacÃamos sabotaje. Lo hacÃamos todas. Me dieron muchos bastonazos y me cortaron el pelo al rape. De 650 mujeres quedamos sólo 115».
Conchita tiene muchas condecoraciones, como la Legión de Honor del Gobierno francés y la Medalla de la Resistencia; y posee el grado militar de sargento -lo recibieron las mujeres que hicieron de enlace-. Actualmente es la vicepresidenta de la Asociación de Deportados del Tren Fantasma.
En las navidades de 1946 se casó con el que hoy es su marido, Josep Ramos. La vuelta fue muy traumática y le costó superar el silencio; la ayudó su entorno y el nacimiento de su primer hijo, en noviembre de 1947.