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Dinastía Carceller, de la corrupción franquista al fortunón democrático

José García Abad. El Siglo, Nº 889, 12/7/2010 | 13 julio 2010

Demetrio Carceller Segura amasó una formidable fortuna gracias al franquismo, en cuya dictadura fue ministro de Industria entre 1940 y 1945

 

Demetrio Carceller Segura, inmigrante turolense al textil de Barcelona, amasó una formidable fortuna gracias al franquismo, en cuya dictadura fue ministro de Industria entre 1940 y 1945, la época más dura del régimen. Fue pionero de la corrupción franquista. Su hijo, Demetrio Carceller Coll, redondeó patrimonio a caballo entre el franquismo y la democracia. Su nieto, Demetrio Carceller Arce, tan clandestino como su padre, de quienes es imposible conseguir una foto, lo ha elevado a la chita callando hasta alturas que desafían a la imaginación. Demetrio Carceller I, falangista valeroso, camarada del fundador, José Antonio Primo de Rivera, germanófilo acérrimo que acompañó a Serrano Suñer en su visita a Berlín en septiembre de 1940 para negociar la entrada de la España en la guerra al lado de Hitler, murió en 1968 en la Barcelona de la que fue jefe provincial del Movimiento. Ya sólo puede ser juzgado por Dios y por la Historia como reclamaba Franco para sí.

No tendrá la misma suerte Demetrio Carceller II, industrial y financiero, el patriarca de la familia que controla junto a su hijo, el III, entre otras empresas, la petrolera DISA y la cervecera Damm, y que poseen importantes participaciones en Sacyr, Gas Natural, Ebro, CLH, etc. Agazapado tras una selva de sociedades cuya última referencia se esconde en paraísos fiscales, ha sido finalmente cazado en una causa que instruye Pablo Ruz, el magistrado que sustituyó a Baltasar Garzón.

La Audiencia Nacional ha inmovilizado activos valorados en unos 500 millones de euros. La operación, que ha sido denominada Pinta, ofrece, al parecer, pruebas de que el personaje en cuestión llevaba quince años simulando no vivir en España para no declarar al Fisco. Se le acusa al Pinta de perpetrar delitos de evasión fiscal y blanqueo de capitales sin parangón en la historia de España. Demetrio Carceller III, el nietísimo, que, inteligentemente ha procurado pasar desapercibido, no podrá en este caso ponerse de perfil, pues es ahora quien desempeña el mayor protagonismo en la gestión del patrimonio familiar dada la provecta edad del patriarca.

La memoria histórica se ha limitado hasta ahora a reivindicar los hechos más luctuosos, los muertos mal enterrados en las cunetas, lo que es razonable. No se han pedido cuenta de las grandes fortunas franquistas, algunas amasadas cuando el pueblo sufría el látigo de la miseria; aunque es preciso reconocer que son pocas las grandes fortunas que se hayan iniciado limpiamente.

La Transición ha sido generosa y me parece bien que se pase página, pero, antes de pasarla, hay que leer lo que está escrito en ella. Resulta pertinente dedicar unos minutos a Demetrio Carceller Segura, nacido en las Parras de Castellote, Teruel, en 1894 y muerto en Barcelona en 1968, conocido como el cerebro económico de la Falange. Fue germanófilo encendido e inicialmente incondicional. “A la hora de la victoria –sentenció a la vuelta del aludido viaje a Berlín– verá Hitler quienes han sido sus verdaderos amigos y recibiremos el premio que nos hemos merecido”. Hasta que, ya en 1942, se percató de que Alemania perdería la guerra y acudió en socorro de los vencedores.

Demetrio Carceller se aprovechó de las oportunidades que proporcionaba en aquellos tiempos de autarquía la cartera que desempeñaba. Josep Fontana, el prestigioso historiador económico, señala que “ninguno de los negocios, empresas, industrias, comercios, permisos de importación, de explotación, negocios bancarios, establecimientos de industrias o su ampliación, o de comercio, ni una sola actividad industrial, comercial o de la banca españolas, puede realizarse sin contar con el beneplácito de don Demetrio Carceller”.

No me resisto a recoger una anécdota publicada por José Ramón Villanueva Herrero en el Diario de Teruel: “En cierta ocasión, hablando con el agregado comercial de los Estados Unidos, le preguntó cómo podría obtener un coche Buick del último modelo que acababa de salir de fábrica. El americano, amablemente, le contestó que él se encargaría de que el ministro tuviera el vehículo que tanto deseaba. “Acepto –respondió Carceller– , pero nada de regalos. Lo quiero pagar”. Pasaron unas semanas y el mismo diplomático se presentó para anunciar: “Señor ministro: a la puerta del Ministerio está el Buick que usted deseaba. Le sugiero un paseo a prueba”. Carceller abandonó todos los asuntos y subió al coche. Terminada la prueba y encantadísimo de su Buick, dijo al norteamericano: “Me tiene que decir lo que le debo, pues quedamos que lo quería pagar”. “Me debe 500 pesetas”, replicó el norteamericano al indicar un precio simbólico con el cual deseaba congraciarse con el ministro Carceller. Acto seguido, éste sacó la cartera y alargó un billete de 1.000 pesetas. “No tengo cambio”, se excusó el yanqui. “No importa –respondió el ministro–, quédese con las 500 pesetas y envíeme otro Buick”, fue la respuesta del ministro turolense.

http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2010/889/889%20sin%20maldad.html