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El taller de la Memoria

Deia, | 12 septiembre 2010

El hecho de que, siete décadas después de su muerte, cientos de desaparecidos sean encontrados, desenterrados y, en ocasiones, identificados, no se debe al azar

 

 

Miguel cienfuentes – Domingo, 12 de Septiembre de 2010

donostia

no es casual. El hecho de que, siete décadas después de su muerte, cientos de desaparecidos sean encontrados, desenterrados y, en ocasiones, identificados, no se debe al azar. No es una cuestión de suerte. No ocurre porque sí. Detrás hay un trabajo, una dedicación y, sobre todo, una implicación. Una intervención necesaria que pretende encontrar, en última instancia y a través del análisis de unos restos, un nombre y unos apellidos, pero que, aunque no lo consiga, siempre merece la pena. Porque, aunque el resultado no sea el pretendido en todos los casos, en este tema, el fin se justifica en los medios. Lo importante es lo que se hace, más allá de lo que luego se pueda conseguir.

«No siempre sale bien. A veces no encuentras la fosa, otras veces está vacía, en otras los restos están destruidos y, en otras, no logramos extraer el ADN del hueso», explica Paco Etxeberria, médico forense de la UPV y presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi sobre ese desenlace no siempre exitoso. Pero, pese a ello, la búsqueda habrá sido positiva. Habrá ayudado a sumar en la restauración de la memoria y, como suele subrayar el propio Etxeberria, en la recuperación de las dignidades en su día arrebatadas. Y habrá servido, por supuesto, para atender la solicitud de una familia.

el proceso

Una rutina que se repite

El presidente de Aranzadi formula sus palabras desde el lugar en el que, precisamente, trata de completar esa labor de recuperación: el laboratorio de la Facultad de Medicina de la UPV en Donostia. En él, durante todo el tiempo que le es posible, el equipo de Aranzadi ejecuta esa parte del proceso que sucede a la exhumación y que precede, cuando es posible, a la entrega de los restos a las familias. Esa tarea que se ha repetido allí más que en ningún otro caso -la mayor parte de los desaparecidos de la Guerra Civil que han sido desenterrados han sido analizados por esta organización- y que mantiene siempre una misma rutina: limpieza, medición, documentación gráfica, extracción de ADN y elaboración del correspondiente informe técnico.

«El primer trabajo de laboratorio es de limpieza y ordenación. Se sacan todos los restos -que llegan separados en cajas individualizadas-, se limpian, se secan completamente y se guardan en bolsas nuevas, ordenados por regiones anatómicas», indica Etxeberria, que explica que los huesos están, a veces, deteriorados, fragmentados por la presión de la tierra, sucios o con un exceso de humedad.

antropometría

Primera aproximación

Una vez limpios, prosigue, se recurre a la antropometría para, mediante la toma de medidas, establecer la estatura, el sexo y la edad y fijar una primera orientación sobre la identidad. Y, después, se fotografía el conjunto. Se recogen en documentos gráficos tanto los huesos como aquello que sea más destacable, con mención también para las posibles patologías. En este sentido, se estudian, por un lado, las lesiones perimortem (las que llevaron a la muerte, normalmente impactos de arma de fuego), y, por otro, las lesiones antemortem -anteriores a ella-, que sirven igualmente para orientar la identificación (una cojera, una artrosis en la columna o una lesión en el ojo pueden resultar determinantes).

A partir de ahí, el protagonismo lo acapara la toma de muestras para analizar el ADN, que se obtiene, o bien de los dientes, o bien del hueso. En el primer caso, es preferible que sean muelas y, siempre, tienen que estar sanas. En el segundo, se corta una cuña de unos dos centímetros del fémur, porque es el hueso con más grosor y tiene el tejido mejor preservado. En una u otra situación, en cualquier caso, se envía la muestra para su cotejo en un laboratorio externo. Y ahí, de alguna forma, acaba la labor de análisis por parte de Aranzadi.

Posteriormente llegan las conclusiones y, con ellas, la elaboración del documento de cadena de custodia, que revela todas las incidencias que han tenido los restos desde que fueron localizados hasta que se enviaron al laboratorio. Una especie de ficha secuencial a la que se agrega el estudio de los objetos encontrados junto a la víctima y que concluirá, finalmente, en el documento técnico-pericial, absolutamente descriptivo y documentado y que se entrega a las familias y a las personas implicadas al final del proceso.

Informe que, por encima de todo, pretende ser técnico e imparcial. «En los antecedentes puedes explicar lo que se sabe de manera objetiva y contrastada, pero no nos corresponde una interpretación o valoración», argumenta Etxeberria, que asegura que ellos aclaran cómo murieron esas víctimas, pero no por qué lo hicieron. «Nosotros decimos cómo ocurrió. Cuántos murieron, dónde fueron enterrados, quién era quién, cuántos disparos hubo… Pero es el historiador el que podrá explicar si la razón fue una venganza, una rivalidad, el hecho de tener una responsabilidad pública o la afiliación a un sindicato», dice.

A ese respecto, se muestra favorable a que los informes de cada ámbito sean independientes entre sí. «Hay estudios que tienen que estar hechos por historiadores, otros por arqueólogos, otros por antropólogos y, en su caso, otros por especialistas en balística. La suma de ellos da una visión completa», opina. Y agrega que, aunque no siempre se puede trabajar con la misma metodología, es preferible que siempre se intente seguir el mismo procedimiento.

tiempo variable

Tres meses, más de un año

En general, el análisis de cada individuo en el laboratorio exige diez días, pero el resultado de uno u otro conjunto -restos procedentes de la misma fosa- suele variar dependiendo de múltiples factores. «No se hace todo seguido. Se hace una tarea, luego otra, luego se va a una exhumación, más tarde a la recogida de un testimonio…», comenta Etxeberria. Además, cada conjunto presenta sus propias peculiaridades, como el número de cuerpos localizados o su estado de conservación. «Hace poco hemos podido completar todo el proceso de un conjunto de tres individuos en apenas tres meses, pero es posible que otro nos lleve más de un año», precisa, a modo de ejemplo. Eso sí, asegura, nunca falta trabajo. Siempre hay restos en este laboratorio de la UPV.

No en vano, y a pesar de que existen otros siete centros que analizan restos de la Guerra (en Galicia, León, Aragón, Barcelona, Madrid, Valencia y Sevilla), Aranzadi lo ha hecho con la mayor parte de los cuerpos desenterrados hasta la fecha (la sociedad ha participado en cerca de un 70% de las exhumaciones realizadas y lleva una década trabajando sin interrupción en este ámbito). En algunos casos, de hecho, es la saturación de sus instalaciones la que hace que esa tarea recale en otras universidades con las que, por otro lado, colabora.

Y también varía, de acuerdo con las características de cada desenterramiento, el porcentaje de identificación de los restos. «En fosas pequeñas es alto, en fosas grandes es muy limitado», explica el médico forense, que reconoce que, en cierta medida, el trabajo que ellos realizan en el laboratorio se corresponde con el que reflejan series televisivas como CSI. «La tarea que hacemos se tiene que ajustar a una serie de parámetros reconocidos internacionalmente y la metodología es prácticamente la misma que se utiliza para un caso reciente».

proceso normalizado

Mayor receptividad

Cuando se desconoce quiénes son las víctimas de una fosa, los restos suelen depositarse en un panteón habilitado para ellas. Cuando, por el contrario, se conoce la identidad y se sabe quiénes son los familiares, se les entregan a ellos los restos, si así lo desean y siempre y cuando haya garantía absoluta -mediante el cotejo del ADN- de la identidad de la persona fallecida. Todo ello, dentro de un contexto ahora ya más «normalizado», en el que la receptividad y el interés son cada vez mayores tanto por parte de las instituciones como de las familias.

Ello provoca que, también cada vez con más frecuencia, se repitan las escenas de la entrega de restos a los allegados de un desaparecido. Una fotografía que representa el final del proceso pero que no es casual. Es fruto de ese paso por el taller de recuperación de la Memoria en el que, de alguna forma, se convierte el laboratorio de Aranzadi.

http://www.deia.com/2010/09/12/politica/euskadi/el-taller-de-la-memoria