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Las dos Españas…y media

Antonio Mora Plaza. Nueva Tribuna, 02/09/2010 | 3 septiembre 2010

No había exactamente dos bandos, sino el bando de los curas, militares y aprovechados contra el bando de la legitimidad republicana, de la democracia de la época

 

NUEVATRIBUNA.ES – 2.9.2010

¿Cómo acabar con las dos Españas, con la España de los vencedores y de los vencidos? Con mucha memoria histórica, con el reconocimiento de que no había exactamente dos bandos, sino el bando de los curas, militares y aprovechados contra el bando de la legitimidad republicana, de la democracia de la época.

Hojeaba estos días el que creo que fue la primera novela ya seria -si tal se puede considerar- que leí casi de niño: era nada menos que “Paz en la Guerra”, del otro gran Miguel de España, el vasco, el gran sufriente, porque creía en Dios -lo pongo con mayúscula por respeto al lector creyente- con el corazón, pero no podía aceptarlo con la cabeza. Gracias a eso nos dio el gran Unamuno tan magníficas novelas, tan apasionados versos, tan profundas y laceradas reflexiones. El libro es una colección de vivencias de su infancia en su Bilbao natal, envuelto en la III Guerra Carlista (1872-1876). Justifica su obra diciendo que era “en lo que se pensaba, se sentía, se soñaba, se sufría y se vivía en 1874, cuando brizaban mis ensueños infantiles los estallidos de las bombas carlistas, podrán aprender no poco los mozos, y aun los maduros de hoy”. Escribe Don Miguel en 1923. Lo de “Paz en la Guerra” es una boutade trastocando el título de la obra de Tolstoi, “Guerra y Paz”. Él era así. Recuerdo otra boutade suya que decía: “yo no soy hombre de partido: aún estoy entero”. Las guerras carlistas han sido las guerras civiles del siglo XIX de nuestra Historia, y todo por un quítate tú, Isabel, que me pongo yo, D. Carlos María Isidro. ¡Lo que costó a nuestros tatarabuelos en vidas, desastres y atrasos, colocar, en este caso, a una reina! Da igual que fuera rey o reina, el coste era el mismo. No somos diferentes de los europeos, que a otros les ha costado también lo suyo, tanto para ponerlos como para quitarlos. Cuenta Unamuno que unos carlistas se lanzaban al ataque gritando: “¡Viva Dios! ¡Guerra al Infierno y sus satélites!”. Lo de los satélites queda muy de Sistema Solar. Había dos bandos, es cierto, pero el bando mayoritario de la burguesía -que es la que entonces pintaba o, al menos, contaba la historia- cantaba una canción que decía:

A mí que me importa

de paz ni de guerra.

Pirata de tierra

yo tengo que ser

——————

Cuento las monedas de oro

Y ¡viva la religión!

 

Claro que, no siempre, los bandos se lo toman tan a pecho como los carlistas del Infierno y sus satélites. También cantaban:

Cuando se van a sus puestos

los soldados de la octava,

además del armamento

llevan siempre la guitarra.

Todo esto los recojo del libro de Don Miguel. Releyendo y hojeando su libro me venía a la mente los sucesos de Montejurra, esta vez como víctimas los nuevos carlistas del siglo XX, o una facción de ellos. Corre -o anda- el año de 1976. Murieron dos personas y entonces era ministro de la Gobernación, claro está, el inefable Manuel Fraga, uno de los 3 presidentes del P.P. actual. Sé que mezclar, aunque sea tan indirectamente, a Unamuno con Fraga es casi repugnante, por lo que pido perdón. ¡La primera guerra carlista comienza en 1833 y los últimos coletazos del carlismo tienen lugar en 1976! Y que yo sepa aún existen varios partidos o facciones, ahora creo que legales. Las guerras carlistas forman parte de nuestra Historia y hasta hace poco… de las conciencias de algunos. Y estas guerras fueron localizadas, esporádicas, aunque siempre asomaban por los oteros de la Historia sus rebrotes y sus coletazos ¿Y quieren algunos que olvidemos la Guerra in-civil de nuestro siglo XX y, sobre todo, los 40 años de franquismo? Tarde o temprano lamentará la derecha, el P. P., los 40 años de dictadura, aunque sea una dictadura ganada e implantada por sus ancestros ideológicos. Yendo de nuevo al XIX, había dos Españas, la tradicionalista, encarnada su violencia en los carlistas, y la España cristina, la de Isabel II, la de la democracia, la liberal, claro está, a la manera de la época, porque esa democracia hoy no pasaría el corte del mínimo de democracia exigible. Eran otros tiempos. Por supuesto, estaba la España de la incipiente burguesía que contaba Josep Fontana en un librito que también leí hace tiempo que llevaba el título de “Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX”. A lo mejor ya se ha quedado obsoleto, pero uno se resiste a revisar nuestras lecturas y a nuestros maestros de antaño. Todo pasa y todo queda. Así ha pasado con el carlismo y con la Guerra in-civil y con los 40 años de franquismo. Y no pasa la Historia porque aún los herederos del franquismo siguen obstaculizando lo que pueden para que los vencidos puedan desenterrar a sus muertos; muertos o asesinados en las cunetas y en las plazas, la gran mayoría porque defendían o simplemente representaban la legalidad de entonces.

A veces quiero pensar que ya no hay dos Españas, pero cuando oigo hablar mal de España en el extranjero al Aznar, halagar la dictadura franquista al Oreja, tratar por igual a los dos bandos a la Aguirre, decir las trivialidades que dice ese señorito andaluz que es el Arenas, atropellar el habla mirando al cielo a Fraga, ufanarse de impunidad e inmunidad a la justicia al Camps, al Fabra, saltar cual heredera del régimen del P.P. a la Rita, leer a los articulistos del ABC, el bastión mediático de la dictadura, me digo: he aquí el rescoldo, gigantesco rescoldo, del franquismo. Ahí están, y con ellos, parte de su militancia y parte de sus votantes. Y digo parte porque quiero ser optimista y me puede más el oteo al futuro que la ceñuda mirada al pasado. Sí, esta es la herencia del franquismo y de lo que el franquismo recogió del pasado. Ahí está la España tradicionalista, siempre negada al progreso y al optimismo, la de la bota de Frascuelo y de María, las de las procesiones excluyentes y exclusivas, la de los toros como pan y circo para solaz del poder institucional, la de Santiago (Matamoros) y cierra España, la de los curas y monjas en la enseñanza pública y concertada, la España de Rouco y Camino; también la del fallecido monseñor autor de “El Camino”, la España del arzobispo Plá y Daniel de entonces; la de antes roja que rota, la de la prohibición del aborto para los pobres porque los pudientes tienen a la Pérfida y Suiza para tal menester. Todas estas Españas, lo que representan, la de sus herederos biológicos -aunque no en todos los casos- y, sobre todo, ideológicos, añoran en lo más profundo la dictadura franquista o similar, y ven en el P. P. el reflejo que viene del pasado. Porque el futuro no existe, pero el pasado sí, porque las personas no somos peces sin memoria, sino todo lo contrario: somos personas -o somos la misma persona- en la medida que tenemos memoria, para bien y, a veces, para mal, esa misma memoria que nos quiere quitar la derecha franquista de ahora.

Sólo quieren el poder porque llevan un tiempo sin tenerlo. Lo tuvieron 8 años con Aznar, 40 años con Franco y desde siempre antes que el dictador, salvo breves períodos de tiempo, aunque también discutible si es que lo llegaron a perder o sólo lo cedieron para volver con más brios a por él, para poder emplear la razón de la fuerza si la fuerza de la razón -la suya- no les llega. Para la derecha, versión actual P. P., la democracia es sólo un sistema electoral, un trámite, una barrera que hay que saltar y, a veces,… asaltar, para llegar a su finca llamada “España”, y para mantenerlo como sea posible, unas veces por el borde de dentro de la democracia y, otras, por el borde de fuera si no queda más remedio. Sí, porque para la derecha, versión hoy del P. P., para llegar o mantenerse en el poder siempre hay remedio, con elecciones o golpes de Estado, con caciquismo de antaño o con bolsos de Louis Vuitton o pantalones de hogaño. O con recalificaciones según convenga.

La transición se hizo como se pudo, probablemente, y no tengo nada que decir a los que iban -íbamos, con perdón- desde la lucha contra la dictadura. Pero nada de modélica, por favor, porque siguieron los mismos políticos de la dictadura en la política, muchos de los mismos jueces y catedráticos que juraron los Principios Generales del Movimiento juzgando y enseñando, en definitiva, mandando. Ahora y en la Transición, esas mismas personas, con esos mismos cargos, salvo por los cambios institucionales, siguieron en la democracia. Y con esa lacra hemos tirado y seguimos tirando. Sólo la edad ha podido con ellos. Atado y bien atado. Hace poco murió un juez del Tribunal Supremo -García Calvo creo que se llamaba- que había sido Jefe Provincial del Movimiento en Málaga, ¡en la Málaga de la Guerra in-civil!

¿Cómo acabar con las dos Españas, con la España de los vencedores y de los vencidos? Con mucha memoria histórica, con el reconocimiento de que no había exactamente dos bandos, sino el bando de los curas, militares y aprovechados contra el bando de la legitimidad republicana, de la democracia de la época. Y lo que hubo de dos bandos fue la España que representaba el futuro, la justicia, la razón, la cultura, la de los derechos civiles y la de algo más de igualdad, frente a la España de la confesión y las sotanas, la de la luz de Trento, la católica a machamartillo y para todos guste o no guste con el brazo secular de la ley, la de los militares pos-Gloriosa, la del analfabetismo agrario, la España antisocialista, anticomunista, antinacionalista, la neoliberal como excusa (E. Aguirre), la del pelotazo pre-crisis, la burladora de la razón, la justicia y la ética (Camps, Fabra), la de los 40 años exiliando, apropiando, encarcelando, asesinando. Toda esa España aún sobrevivirá durante mucho tiempo, como ha sobrevivido la España del primer, segundo y tercer carlismo, hasta, al menos, Montejurra. La Guerra in-civil y los 40 años de dictadura marcarán nuestro siglo y hasta alguno más, lo mismo que forma parte de nuestra historia y de nuestra conciencia histórica la España celtibérica, visigoda, romana, mora, la España de El Cid de la épica, la de Lepanto vencedora, la de la Armada Invencible vencida, la del Descubrimiento (encontronazo), la del imperio que no se ponía el Sol, la de Trafalgar, la del Peñón, la de los últimos de Filipinas y de las últimas en Cuba. Aznar quiso pasar a la Historia con lo de Perejil, pero creo que las cuatro cabras y los dos soldados marroquíes que había allí no dan para tanto. Sí, hay ahora más Españas, la del progreso, la de los derechos civiles, las nacionalistas de derechas y alguna que intenta ser nacionalista y de izquierdas; la España integrada en la Unión Económica, para bien y para mal. Hay ya muchas Españas, hay 17 Españas vergonzosamente autonómicas porque debiera haber una España orgullosamente federal. Pero detrás de tantas Españas, habrá, para bien y para mal, dos Españas, la de los vencedores y la de los vencidos, y eso será para siempre. El que quiera engañarse, que lo haga, pero por favor, que no busque beneplácitos y consensos ajenos.

Antonio Mora Plaza – Economista

http://www.nuevatribuna.es/noticia/39077/OPINI%C3%93N/hubiera-ganado.html