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El padre del que Isaac heredó una estrella

farodevigo.es, | 17 octubre 2010

Díaz Pardo pide a Argentina investigar la «inmolación» por Galicia de Camilo Díaz Baliño, víctima del franquismo

 

Camilo Díaz Baliño – Retrato de un buen hombre

Al igual que lo hicieron cientos de miles de gallegos, hacinados en barcos que transportaban carne humana, la causa contra Franco también ha cruzado el Atlántico para ir a buscar refugio en esa quinta provincia donde intelectuales como Castelao esperaban el fin del exilio para volver a Galicia. La Justicia argentina ha dado el visto bueno a investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el franquismo. Una lista de 5.000 gallegos represaliados forma parte de la causa y a ellos se suma ahora el nombre de Camilo Díaz, progenitor del intelectual y galleguista Isaac Díaz Pardo.

CARMEN VILLAR – SANTIAGO En julio de 1936 la sublevación del general Francisco Franco, tuvo consecuencias cósmicas, como advertiría el poeta Celso Emilio. Se iniciaba una «longa noite de pedra». Muchas estrellas se apagaron a golpe de fusil en las cunetas y otras tuvieron que mudarse a constelaciones australes a la espera de mejores épocas para iluminar Galicia. No obstante, algunos de esos astros perduraron porque ciertos padres, aunque no pudieron dejar a sus hijos una hacienda, sí les transmitieron unos ideales que marcarían su vida.

Así ocurrió con Isaac Díaz Pardo. La herencia de su padre le llegó desde la cárcel, en un trozo de papel. «Prendinlle na cabeza do meu fillo, unha estreliña forxada na irmandá e quero ver brilar a lus d´esa estreliña hasta chegar cegar. Que vexan os demais n´esa estreliña a lus da libertá, que vexan que o tesouro máis querido o ten o seu brilar. Estreliña feituca de cariños, estrela do meu lar, que sempre te levei como reliquia de Terra, Dios e Nai, xa te deixo prendida no meu fillo por sempre endexamais». Esta poesía, casi un testamento, la escribió Camilo Díaz pocos días antes de convertirse en uno de lo siete mil gallegos ejecutados durante el franquismo.

Isaac Díaz Pardo, destinatario del mensaje y heredero de esos ideales disfrazados de una «estreliña» que recuerda a la que Curros Enríquez dibujó en la frente de Rosalía, aún se sabe el poema de memoria y lo recita de un tirón, a pesar de que no deja de repetir lo «viejo» que es. Ahora Díaz Pardo tiene poco menos del doble de la edad con la que fusilaron a su padre (47), el escenógrafo, cartelista y pintor Camilo Díaz Baliño, cuyo cadáver apareció junto al estudiante de Medicina de Rianxo Sixto Aguirre en Palas de Rei.

El progenitor de Isaac –galleguista y miembro de las Irmandades da Fala– fue el autor de buena parte de los carteles que sirvieron para pedir el «sí» para el Estatuto de Autonomía de Galicia del año 1936 y uno de los responsables, por lo tanto, de que Galicia fuese considerada una comunidad histórica. Motivos suficientes para los vencedores de la guerra civil, que, no obstante, no lograron eliminar del todo las huellas que dejó Camilo Díaz y cuyo hijo atesora en su casa de Sada, que ha abierto, como su corazón, para este periódico. Pinturas, carteles y fotografías familiares demuestran que es imposible borrar la memoria.

A Isaac no le gusta hablar de «asesinado» o «fusilado» al referirse a lo que los falangistas hicieron a su padre, sino que prefiere usar un verbo con connotaciones bíblicas: «inmolar». «A mí no me parece bien eso que dicen de asesinado, me parece de una novela por entregas. Ni fusilado. A Bóveda, el primer mártir del galleguismo, sí lo fusilaron después de juzgarlo y condenarlo. Yo siempre utilicé la palabra «inmolado», que creo que es la más adecuada para significar lo que representaba la gente que mataban. Porque lo que hacían era inmolarlos por una causa importante, por una idea, como a los mártires del cristianismo», explica desde su estudio de O Castro de Samoedo, rodeado aún del testimonio de una mudanza precipitada del Instituto Galego da Información.

Camilo Díaz Baliño fue «inmolado,» tras varios días en prisión, el 14 de agosto de 1936, cuando solo una semana y un día separaban a Isaac de los 16 años. Una mañana, cuenta Isaac, la chica que iba a llevarle el almuerzo no se lo pudo entregar porque ya no estaba allí. Aunque, tal y como reconoce al menos la memoria del nonagenario hijo, no hubo más represaliados en la familia, la desaparición de Díaz Baliño desembocó en la muerte de su esposa, la madre de Isaac, dos años después, tras «perder el sentido».

 

«Fue un drama muy gordo», prosigue el galleguista, que admite que ni siquiera pudieron investigar dónde estaba el cuerpo de su padre. «No nos preocupamos de saberlo porque no podíamos. Mi hermana cuidaba a mi madre y yo estaba escondido en A Coruña, en casa de mi tío Indalecio, donde pasé seis meses sin salir porque el doctor Puente Castro temía que mi vida también corriese peligro y les llamó para que viniesen a buscarme. Me fui a Coruña disfrazado. Aunque era verano llevaba un sombrero y un abrigo. Nos fuimos de muy amanecida en un Castromil que se detuvo unas seis o siete veces porque estaban los inmolados allí tirados y los familiares buscaban a sus muertos en las carreteras. Era un espectáculo terrible. Fueron momentos muy difíciles. Además nos dejaron sin nada. Entraron en nuestra casa y destrozaron mucho», explica. Triste e irónico destino para la familia de un galleguista cuyo segundo nombre era Buenaventura.

Pero de Díaz Baliño no solo heredaría Isaac su entusiasmo, sus ideales y su amor por Galicia, sino que también, en buena medida, fue el que le puso un lápiz en las manos. No por casualidad Manuel Rivas dedicó al que fue también el primer gran escenógrafo de Galicia «O lapis do carpinteiro», donde crea un trasunto literario del pintor que, antes de morir, dibujó los retratos de los que le acompañaban tras las rejas. Isaac no se atreve a hacer cábalas de cómo hubiera sido su vida si…, pero reconoce que probablemente seguiría los consejos de su padre, que ejercía también de delineante en el Concello de Santiago, y que deseaba que su retoño fuese arquitecto. «A mí también me parecía bien», concede, «pero quedamos arruinados de todo». «Ser arquitecto entonces, cuando no había más que dos escuelas de arquitectura, en Madrid y Barcelona…». No necesita acabar.

En todo caso, trabajar en el taller de su padre –donde realizó varios carteles para el Estatuto de Autonomía, aunque Camilo Díaz solo le dejó firmar uno, «el de los comunistas»– le valdría para salir adelante y ganarse la vida en un taller de pintura industrial. Luego su habilidad con el pincel le permitiría irse a Madrid para estudiar arte ganando una beca a un único competidor del que lamenta el olvido: Garrote. Aunque la pintura es una parte de su vida que Isaac siempre minimiza al lado de lo fundamental: O Castro, Sargadelos y el Laboratorio de Formas.

Si bien en lo de la carrera parecían coincidir, en otros asuntos no estaba de acuerdo con Camilo –nombre, por cierto, que le puso a su hijo mayor–. Tras señalar que a día de hoy –»entonces no la veía porque tenía 16 años»–, es consciente de que la mayor cualidad de su padre fue la «honestidad», también confiesa que entonces no se «llevaba bien con él». La causa del «conflicto» era la negativa de Isaac a unirse a los «ultreia», una organización juvenil fundada por Álvaro de las Casas que pretendía que los jóvenes conociesen la realidad de Galicia de primera mano y que cultivasen su cuerpo. Algo así como unos «boy scouts» solo para chicos sin disciplina castrense.

Isaac recuerda a su padre como artista, como «un modernista de su época», y como hombre, como un ser afectuoso y cariñoso, con mucha gente que lo quería, muchos amigos. En el taller de su progenitor, el prócer galleguista conoció a sus predecesores en la tarea de levantar Galicia. Castelao, Ánxel Casal, Cabanillas, Blanco Amor, Pedrayo, Risco o Asorey se reunían allí para debatir sobre lo que los unía: su amor a Galicia. «Esta gente, y mi padre, entendía Galicia como se entiende hoy, con una personalidad histórica que había que recuperar. Él quería a Galicia», subraya. Y así desea Isaac que se recuerde a su padre, como «una persona honesta que luchó por Galicia».

«Hay un dibujo de él en el que se ve la cabeza de un guerrillero con alambradas detrás que dice «mañá estarás morto, mañá miña terra espertará, quen pensará no que ha acaír, a miña terra vivirá». «Y así fue lo que pasó», sintetiza Isaac. Bueno, no exactamente, porque luego sonríe con resignación y reconoce que Galicia todavía no se ha despertado del todo.

Del padre de Isaac queda su obra –sus carteles, sus cuadros, incluso un libro– y varias calles dispersadas por Galicia con su nombre. También existe un monolito que señala donde los falangistas enterraron su estrella y un busto de bronce que el Concello de Ferrol, ciudad donde nació, colocó en 1999 y que desapareció en 2007. Nunca más se supo de él. Para Díaz Pardo hay una respuesta: «Siguen los enemigos todavía, ¿eh?»

http://www.farodevigo.es/galicia/2010/10/17/padre-isaac-heredo-estrella/481873.html