AntÃgona
Todo el suelo de la patria está fermentado de cadáveres que aún siguen gritando como lo hicieron un segundo antes de recibir una descarga de plomo
Â
Â
MANUEL VICENT
Es muy dulce el sol de las ánimas. El dÃa primero de noviembre la gente lleva al cementerio las flores carnosas de los pensamientos, pero debajo de esa luz suave que ilumina la memoria de los muertos, en España sigue vigente el mito de AntÃgona. Es todavÃa nuestra tragedia. Durante setenta años, desde el final de la Guerra Civil, decenas de miles de españoles están enterrados en cunetas y barrancos. Fueron vencidos, humillados, ejecutados y hacinados en fosas comunes. Todo el suelo de la patria está fermentado de cadáveres que aún siguen gritando como lo hicieron un segundo antes de recibir una descarga de plomo. Es el mismo grito, son las mismas lágrimas. AntÃgona sacrificó su vida por dar honrada sepultura a su hermano para que su alma no vagara sobre la tierra en busca de venganza sin encontrar reposo. Desde entonces existe la creencia de que es imposible la paz entre los vivos mientras no estén sosegados todos los muertos. El rito funerario está unido al primer acto de piedad que sintió el homÃnido, hace 130.000 años, y fue la señal de que el germen de la conciencia se habÃa implantado en su cerebro. Este hecho religioso coincidió con la fabricación de la primera hacha de sÃlex, que sirvió para matar. Más allá de la Guerra Civil y de la polÃtica de uno u otro bando, el que después de treinta años de democracia y de libertad haya decenas de miles de cadáveres en sepulturas innominadas supone la degradación más evidente de una conciencia colectiva.
Puede que las almas, cuando abandonan los cuerpos, vayan a formar parte de la energÃa universal y constituyan el espÃritu de la materia o puede que se disuelvan en la nada, pero aquellas que un dÃa animaron los despojos de los vencidos en la Guerra Civil están todavÃa presentes en la vida polÃtica alimentado odios y resentimientos, y también una piedad que viene de la noche de los tiempos. Durante millones de años los cadáveres quedaron a merced de las alimañas sobre la piel de la tierra. Hubo un momento en que un primate se dio cuenta de que eso mismo que hacÃan los buitres con las vÃsceras de otro, un dÃa lo harÃan con las propias entrañas y decidió el primer enterramiento sagrado. Es muy cruel que familias españolas deban asimilar todavÃa las flores para sus muertos a un recuerdo envenenado.
http://www.elpais.com/articulo/ultima/Antigona/elpepiult/20101031elpepiult_1/Tes