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Lesbianas en el Franquismo: «Peligrosas, borrachas y patológicas»

María Jesús Méndez, 9 Nov 2010 | 10 noviembre 2010

Eran algunas de las denominaciones que recibían las lesbianas durante la dictadura franquista

 

Peligrosas, borrachas y patológicas eran algunas de las denominaciones que recibían las lesbianas durante la dictadura franquista, tiempo en el cual la homosexualidad estaba penada por ley y los únicos roles apoyados por el Estado, la sociedad y la Iglesia que las mujeres podían desempeñar eran los de madre abnegada y esposa sumisa.

Encarnación Granjo y Paulina Blanco llevan 38 años juntas. Ambas provienen de entornos rurales y vivieron la dictadura de Franco, por lo que estuvieron mucho tiempo encerradas en un armario sofocante. Son católicas activas. Saben que la Iglesia las rechaza pero quieren cambiar las cosas desde dentro, desde la parroquia en la que participan. Hoy, libres y casadas, nos cuentan su historia:

“Yo nací diez años después de acabada la guerra civil española, en 1949. Ambas somos extremeñas, de pueblo. Yo de El Torno, el lugar más bonito de Cáceres, y Encarnita es de Zorita. Nuestro origen es humilde, rural. Las dificultades económicas eran enormes”, cuenta Paulina.

“En ese tiempo las mujeres daban a luz en casa, muchos niños enfermaban de polio. No había agua en las casas, las niñas alimentábamos a los animales, íbamos a recoger castañas a la sierra antes de irnos a la escuela, nos levantábamos muy pronto.

Era un mundo pensado para hombres. La situación social de la mujer no era nada sin el apoyo del hombre; dependíamos del padre, del hermano o del esposo. Era necesario el permiso paterno para abrir una cuenta y sacar un pasaporte. Esposa y madre eran los únicos roles que había y estaban muy calculados por el régimen franquista y muy apoyados por la maquinaria ideológica de la Sección Femenina, lugar por el que todas debíamos pasar para tener un trabajo o tener una oposición. Ahí había una persona encargada que nos daba formación política franquista y teníamos que aprobar.

Se hacía mucha diferencia entre hijos e hijas, se invertía en la educación de los hijos porque serían el sostén de su familia. En cambio las mujeres, ¿para qué? Si nos íbamos a casar y el marido iba a trabajar. Nadie te preguntaba qué querías ser en la vida, ¿para qué? Si el futuro ya lo decidían ellos. Los padres, los maridos. En el colegio tuve una gran suerte, las monjas me becaron y así pude estudiar.

Yo descubrí mi homosexualidad en la adolescencia y me supuso un altísimo nivel de soledad, de tristeza, de no saber qué hacer, no poner nombre a lo que yo sentía porque no sabía lo que era aquello, no tener referentes, no poder comunicarlo a nadie. Me refugié en los estudios y fueron la salvación, hasta que conocí en un pueblo de Cáceres a Encarnita, con quien comparto la vida desde el año 1972.

Y si hoy hablamos de las dificultades de las lesbianas en medios rurales, ¿qué diríamos de dos lesbianas que se encuentran en un pueblo por esos años?

Yo corría el riesgo de perder mi trabajo. Era maestra, ¿cómo iba a educar a las niñas, cuál iba a ser mi autoridad? Hasta mi hermano me retiró a su hija de mi escuela porque me dijo: Y tú ¿qué le vas a enseñar? Hoy esta niña tiene 34 años y nos hemos reencontrado hace solo unos meses.

No podía asumir mi homosexualidad porque lo desconocía, no sabía a quién decirlo. Era una lucha interna feroz considerarme lesbiana y cristiana a la vez. Así que acudí a un psiquiatra. Pensé que podía darme una solución y sí me la dio. Me aconsejó terapia de electroshock. Tuve la gran suerte de que mi ángel de la guarda dijo: Ni se te ocurra.

La legislación estaba en nuestra contra también, pero nosotras como dos locas enamoradas muy jóvenes, ¿cómo íbamos a pensar que esto estaba penado por ley? No sabíamos ni lo que era, pero suerte que nadie nos denunció, porque los que más te tienen que querer y proteger son los que más difícil te hacen la vida, que son los de la familia.

En 2005 llegó el momento que nunca jamás habíamos pensado, porque cuando nos enamoramos aquello ni se nos pasaba por la cabeza. Pero la sociedad cambia, las leyes cambian. Se aprobó la ley del matrimonio y dijimos: ¿Pero para qué nos vamos a casar si estamos requetecasadas? Y pensamos: No, no, la ley es la ley y los papeles son los papeles. Nos casamos y se nota la diferencia. Ahora tienes todos los derechos, todos. Nuestra santa madre Iglesia que se comporta como una malvada madrastra no nos da la bendición, no nos quiso bendecir, pero un amigo jesuita lo hizo.

Ahora nos hemos hecho mayores y hay otros retos y otras luchas. ¿Cómo será nuestra vida a partir de ahora? ¿Cuánto tiempo más podremos ser autónomas? En caso de ingreso en una residencia de mayores, ¿podremos ser admitidas como matrimonio o tendremos que volver al armario?

Salimos del armario en 2004, nuestro armario ha durado muchos años como para volver a entrar otra vez.

Ahora somos libres y aconsejamos a la gente que salga, porque el día que lo haces no eres la misma persona; eres otra y ya no hay vuelta atrás, te sientes liberada de un gran peso que has soportado durante años y años, en nuestro caso décadas y décadas.

Toda la vida nos hemos sentido forasteras en nuestra propia casa, con nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra comunidad eclesial, nuestras amistades. Nuestra elección de pareja ha sido firme, aunque eso supuso un desafío para el orden establecido. El precio fue muy alto, el goce nos estaba prohibido y el peso de la culpa fue excesivo. Nos desagradaba tener que vivir una doble vida, pero ¿qué podíamos hacer? Habíamos roto con la tradición. No éramos casadas, no éramos esposas, no éramos madres, éramos dos mujeres que nos ventilábamos la vida.

El tiempo ha transcurrido, hemos envejecido, soportado cambios, ganado en madurez, sufrido pérdidas, hemos superado vendavales y aquí estamos. La defensa de nuestra dignidad está por encima de todo. Reconocernos como lesbianas y como cristianas ahora no nos culpabiliza más; al contrario, nos identifica. Siempre cuando nos presentamos decimos cuál es nuestra orientación sexual aunque no sea necesario. Decimos: Es mi esposa, porque tengo muchas ganas de decirlo, porque durante muchos años no lo hicimos.

No os durmáis en los laureles las jóvenes, no penséis que está todo hecho. De aquí a algunos años podrían volverse las cosas del revés y corremos un riesgo de volver a entrar todas otra vez en el armario. Esto no es definitivo, tenemos que defenderlo día a día”.

 

El caso de María Helena

María Helena N. G. tenía 21 años el día que fue detenida por la policía cuando, vestida con ropa de hombre, se tomaba una copa en un bar de Barcelona. Las causas de su detención fueron “su actitud sospechosa” y la idea de que su vestimenta era señal inequívoca de que pretendía engañar a las mujeres, por las cuales sentía una “irresistible inclinación”, como se señala en su expediente.

Tras su detención fue llevada ante el juez Antonio Sabater, que además era el autor de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que criminalizaba la homosexualidad. De aquí en adelante, todo lo que podemos saber de María Helena se encuentra en el expediente 296 del 30 de marzo de 1968.

Por este expediente sabemos, por ejemplo, que María Helena nunca había querido jugar a las muñecas, que desde pequeña mostraba una conducta más bien masculina y que su primera relación sexual la había mantenido a los 12 años con una niña. Que no solo odiaba las faldas y los zapatos de tacón, sino que además rechazaba la ropa interior femenina y se sentía a gusto usando calzoncillos y zapatillas deportivas.

María Helena podía perfectamente ser una lesbiana masculina o una transexual lesbiana.

Después de su detención, María Helena fue recluida en la cárcel de Barcelona, en un psiquiátrico y en el Patronato de Sección de la Mujer de la Junta Provincial de Madrid, del Ministerio de Justicia, en la que según el expediente: “Su clara, definida y manifiesta tendencia a la homosexualidad, la hacen particularmente peligrosa para convivir con las jóvenes acogidas a este patronato, a las que ya ha pretendido hacer objeto de sus prácticas homosexuales en los escasos días que lleva internada. Tal peligrosidad […] es lo que nos hace poner a la referida joven a disposición de ese último Juzgado Especial, máxime cuando, a mayor abundamiento, nuestros servicios de readaptación nos informan en sentido absolutamente negativo en cuanto a la posibilidad de reeducación de esta joven, dada su edad y características”.

María Helena no solo fue minuciosamente interrogada, sino que además su cuerpo fue investigado con mucha precisión; midieron sus pechos y su clítoris. La conclusión fue que su cuerpo cumplía los parámetros de normalidad en el mundo femenino, dejando las causas de su lesbianismo a factores externos.

María Helena fue condenada a un año y 127 días de internamiento, a 2 años impedida de vivir en Barcelona y a 2 años de vigilancia.

“La construcción de María Helena como una peligrosa y criminal aparece con vínculos claros a la prostitución, la prelación sexual y la desviación sexual. Se trata de una persona cuya sexualidad es a todas luces un peligro, una predadora que pervierte a otras mujeres y que no es idónea para estar en un establecimiento penal para mujeres, lo cual la pone en ningún lugar. No es un hombre, se la castiga por hacerse pasar por uno, pero no puede estar con las mujeres, por el peligro que supone para las internas. El expediente de María Helena nos enseña mucho sobre las normas, la trasgresión y la necesidad de esta dictadura por regular la vida de las mujeres. También nos invita a hacer una reflexión necesaria sobre cuánto ha cambiado o no la aceptación de las mujeres masculinas en la sociedad actual, tan preocupada por mostrar modelos aceptables de las minorías sexuales”, afirma Raquel Platero, activista de los derechos LGTB, escritora, académica e investigadora.

 

Peligrosas, patológicas y borrachas

Madres y esposas. Sumisas y serviciales. Religiosas y abnegadas. Tales eran los parámetros por los que podía moverse una mujer en los años de la dictadura. Se dibujaban como verdaderas fronteras que delimitaban lo correcto de lo incorrecto, lo moral de lo amoral.

En una sociedad femenina vestida de madres y esposas, la mujer lesbiana no solo no encontraba un referente, sino que tampoco tenía la posibilidad de existir sin ser considerada un elemento extraño e indeseable.

Las instituciones, como la Iglesia católica, el Gobierno y la psiquiatría seguían la misma línea de represión.

La Sección Femenina, institución creada en 1934, por la que debían pasar las mujeres, era un intento de crear un solo modelo de mujer patriota, subordinada al hombre, católica y hogareña.

En la Sección Femenina se temía, por ejemplo, la masculinización de la mujer, tanto en su vestimenta como en sus actitudes. Por eso se llegó a prohibir la realización de ciertos deportes, como el atletismo, ya que además de considerarse una práctica de hombres, existía la creencia de que en el mundo deportivo se corría el riesgo de encontrar más lesbianas.

“Para la psiquiatría”, sostiene Raquel Platero, “las mujeres eran inherentemente patológicas, de una naturaleza inferior, seres infantiles, y así se hace necesaria la regulación de sus instintos y comportamientos. Requieren de unos frenos que han de proveer tanto los varones como el Estado, para poder manejarse con un ser que será siempre menor de edad e inmaduro.”

Una mujer que no necesitaba de un hombre y que además desafiaba el modelo impuesto se convertía inmediatamente en un ser peligroso. A la hora de buscar una explicación al lesbianismo encabezaban la lista causas como el alcoholismo, la inmadurez sexual, las seducciones, las enfermedades venéreas, las decepciones, las influencias sociales y las aspiraciones de ser hombre, entre otras.

“El lesbianismo no solo es un acto criminal por la persona, sino porque estás pudiendo seducir a una perfecta ama de casa, madre y esposa. Es la terrible idea de que van a robar a las mujeres y sacarlas de lo que deben ser. Hay un párrafo de un libro de Antonio Sabater acerca de la alarma que causaban las relaciones entre mujeres: Las relaciones femeninas residen en lo afectivo; por ello su erotismo es más violento que el de los varones; sus relaciones son más duraderas e intensas, lo que da lugar, con cierta frecuencia, a que mujeres casadas y con prole abandonen su hogar”, comenta Platero.

La citada escritora hace una importante distinción del tipo de represión sufrida por hombres y mujeres homosexuales durante el franquismo. La represión sufrida por ellos era más bien una agresión física, como podía ser la cárcel, el destierro, la tortura. En 1954 se sumó a homosexuales en la lista de personas peligrosas para la sociedad en la Ley de Peligrosidad Social, junto con los proxenetas, asesinos y rufianes.

La homosexualidad masculina se castigaba con el encierro, terapias represivas y de electroshock. En una institución en Huelva se encerraba a los gays activos y en una de Badajoz a los pasivos. Ante la creciente cantidad de internos, los gays fueron finalmente encerrados en cárceles comunes.

La represión de la homosexualidad femenina era más bien ideológica, ejercida desde las instituciones, la educación, la cultura, el Gobierno y la Iglesia. “Las mujeres que deseaban y se enamoraban de otras mujeres vivieron en la más absoluta represión de su sexualidad, que las condenaba al silencio y clandestinidad. Estaban a menudo sumidas en una situación que carecía de inteligibilidad, carentes de redes, términos y referencias. A diferencia de ellas, los varones eran perseguidos y castigados de forma explícita con medidas y castigos que estaban contenidos en las leyes vigentes, lo cual les otorgaba un lugar y una identidad inequívocos para el imaginario colectivo, aunque ésta fuera una representación negativa. Los únicos espacios de referencia eran aquellos que patologizaban, señalaban y etiquetaban a las mujeres que rompían las normas como malas, pecadoras, borrachas o patológicas”, sostiene Raquel Platero.

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