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Pepe, El Algabeño, matador de toros y de rojos

Fusilados de Torrellas, | 31 diciembre 2010

Grandes asesinos fascistas (III)

Hijo y sobrino de matadores de toros, pero nunca llegó a ser un gran torero. Su estilo era demasiado “tosco y campero” aunque El Cossío, la “biblia” de la tauromaquia, señala que sobresalía en la suerte de matar ya que siempre «hincaba la espada hasta el puño».

Esta frase no sólo describe el toreo de José García Carranza, alias El Algabeño, sino también su forma de ser en la vida. De temperamento violento y maneras intimidatorias, era un auténtico fascista, involucrado ya desde 1931 en acciones subversivas contra la República. Junto a otros conspiradores derechistas, asesinó a cuatro obreros en el Parque de María Luisa de Sevilla. Este hecho, y su talante claramente provocador, le ocasionaron el atentado de un anarquista, quedando herido de varios disparos dentro de su coche cuando salía de la plaza de toros de Málaga en 1934.

En 1936, la gente del toro, en su gran mayoría antirrepublicanos viscerales, optó por apoyar la causa del ejército sublevado. Algo normal, teniendo en cuenta la condición de terratenientes de los ganaderos y la situación de los toreros que, aunque hubieran salido del pueblo, se encontraban claramente desclasados.

Producido con éxito el golpe militar en Sevilla, Algabeño, al frente de una cuadrilla de pistoleros, se ofreció enseguida a Queipo de Llano para realizar el trabajo sucio de la represión encabezada por este militar golpista. Bien formando parte de la camarilla de guardaespaldas de Queipo, bien al frente de grupos de voluntarios de extrema derecha (“bandas negras”, como eran conocidos entre el pueblo) Algabeño se dedicó primero a la represión en los barrios obreros de Sevilla.

En esta labor lo acompañaban hombres armados, jóvenes como él, atraídos por los atributos de la masculinidad y movidos por intereses de clase que justificaban la “limpieza” de los adversarios políticos que preconizaba Queipo de Llano en sus soflamas radiofónicas.

Pero en lo que verdaderamente destacó, y por lo que pasó a formar parte del imaginario fascista, fue en el llamado “saneamiento de los campos”. Desde el principio del golpe militar, unidades voluntarias e irregulares de caballería financiadas por el capital latifundista andaluz, se hicieron dueñas de la campiña, buscando, acosando y asesinando a cuantos jornaleros les parecieran sospechosos de izquierdismo.

Su funcionamiento, altamente jerarquizado, respondía a un esquema claramente medieval. Un “señorito”, el dueño de un cortijo, o uno de los caciques de cualquier pueblo, aportaba a sus expensas varios caballistas armados, junto con el equipamiento y varios criados, también montados, para servirles.

Siguiendo los cauces anquilosados e inamovibles de la tradición, se oía misa antes de salir de partida. La misa la presidía, cómo no, el señorito, seguido de sus hijos mayores. Las mujeres se encontraban, gracias a Dios, refugiadas y a salvo en Sevilla, o quizás en Biarritz, Cascais o Gibraltar.

En un segundo plano se situaban el administrador de las fincas, el aperador (*) y el manijero(**). A nadie se le pasaba siquiera por la cabeza moverse del lugar asignado. Una arenga que finalizaba con un “¡Viva España!” y la bendición del cura era la señal para que la columna se pusiera en marcha con sus componentes armados con escopetas, situados tan jerárquicamente como en la misa y bien dispuestos para la caza del “rojo”. Al final estaban, claro está, los mozos montados: vaqueros, yegüerizos, pastores, gente del campo nacida y criada a la sombra del cortijo. La patrulla cabalgaba al encuentro de otras tropas de caballistas, formando la conocida como Policía Montada de Sevilla, aunque también la hubo en otros lugares de Andalucía y de Extremadura.

Una de las columnas montadas más “floridas” estaba capitaneada por José García Carranza, el Algabeño, y en ella iban los mejores jinetes de la aristocracia sevillana y los hombres de su cuadrilla, banderilleros y picadores. Vestidos a la campera, con sombrero cordobés con una escarapela con la bandera monárquica, sus trajes pasarían a ser, terminada la guerra, el uniforme de los guardas del parque de Sevilla.

Algabeño, convertido en un falangista temible y destacadísimo, era el señor de vidas y haciendas, paradigma del “terror blanco” en Andalucía. Acostumbrados sus hombres a la montería y a la «garrocha», gustaban de acosar y abatir a los jornaleros «marxistas» que huían por los campos como hacían habitualmente con las reses bravas.

Muchos de los crímenes de García Carranza fueron recogidos y pormenorizados por testigos y coetáneos. Una madrugada abrió la puerta del camión que trasladaba a varios detenidos a uno de los dos barcos prisión anclados en el Guadalquivir. Preguntó por uno de ellos que le habían dicho que se encontraba allí. Al no contestar, vacío el cargador de su pistola sobre los presos, haciendo dos muertos y varios heridos. “Sois unos gallinas; si fuerais hombres, daríais la cara”, se marchó diciendo.

En otra ocasión, estando con su tropa de caballistas en tierras de Huelva, detuvieron a un grupo de mineros a los que les encontraron unos cartuchos de dinamita. “Con éstos no tenemos que gastar municiones”, dijo el Algabeño. Mandó que pusieran en la cintura de cada uno de ellos un cartucho, y él mismo puso fuego a las mechas mientras sus hombres se alejaban. Así lo hizo, de uno en uno, hasta que terminó con todos. Los cuerpos de los mineros quedaron destrozados. Muchas veces se le oyó al Algabeño jactarse de este episodio sangriento. De vez en cuando visitaba a Queipo, que se complacía en oir sus «hombradas».

Algunas veces se ponía serio y trascendente y, como si cumpliera una misión divina en la Tierra, explicaba a todo el que quisiera oirle la diferencia que él veía entre ellos, los «nacionales», y los “rojos”. «Nosotros somos España; ellos, la anti-España. Nosotros hemos fusilado a muchos, es verdad, pero confesándolos y comulgándolos, y ellos, no. Ya ven ustedes la diferencia…» .

Amigo de tirotear con su fusil a los presos indefensos, como recuerda un soldado de guardia de la prisión de Antequera, no deja de ser curioso que cayera gravemente herido en la que probablemente fue la única verdadera acción de guerra en la que tomó parte. Abatido por una bala en la Batalla de Lopera, contra las Brigadas Internacionales, fue trasladado de urgencia a Córdoba.

Esa noche, la “charla” radiofónica de Queipo de Llano en Radio Sevilla tuvo otro tono:

«Esta noche no estoy para hablar, porque tengo un gran disgusto . En el día de hoy José García «El Algabeño» , falangista, agregado a mi Cuartel General, se empeñó en llevar personalmente una orden que yo le dí al extremo en que se hallaba operando la caballería . Había bastante fuego y recibió un balazo de bastante gravedad y tanto en el momento de caer como en el de ingresar en el Hospital sólo salía de su boca una frase : ¡Viva España!. Ha caído como un bravo. Haga Dios que Pepe el Algabeño se restablezca pronto de las heridas que sufre”.

Pero Dios debía de tener otros planes. Operado de gravísimas heridas abdominales en el Hospital de la Cruz Roja de Córdoba, el Algabeño no sobrevivió. Queipo de Llano impuso al cadáver la Medalla Militar y Franco le nombró, a título póstumo, teniente honorario de Caballería.

Su cadáver fue recibido en Sevilla de una forma apoteósica, con toda la pompa fascista. Elevado a la categoría de héroe, su prematura muerte fue mitificada en varios romances compuestos por poetas paniaguados del régimen.

Esos romances, que exaltaban los tópicos del señorito andaluz latifundista, del torero valiente y viril, rudo y simpático, adorado por las mujeres, no hacían mención a los innumerables asesinatos que cometió, la mayoría de ellos a sangre fría, a las innumerables detenciones y torturas que practicó, a los innumerables desmanes de los que fue protagonista indiscutible y que con todo merecimiento lo incluyen en esta serie de “grandes asesinos fascistas”.

(*) Encargado de cuidar de la hacienda del campo y de todas las cosas pertenecientes a la labranza.

(**) 1. Capataz de una cuadrilla de trabajadores del campo.2. Hombre encargado de contratar obreros para ciertas faenas del campo.

(Diccionario online de la R.A.E.)

Fuentes documentales

Bibliografía

– Bahamonde, Antonio. «Un año con Queipo de Llano: memorias de un nacionalista». Ed. Espuela de Plata, Sevilla, 2005.

– Beevor, Anthony. «La Guerra Civil Española», Crítica, Barcelona, 2005.

Páginas web y blogs

– «José García Carranza», entrada de Wikipedia

– «La Guerra de nuestros abuelos», de Aurelio Mena Hornero.

– «Utilización política de los toros», artículo de Javier Villán, publicado en la web de la Peña Taurina El Albero.

– «Batalla de Lopera», web Vestigios de la Guerra Civil en Lopera (Jaén)

– «Sangre que canta sin fronteras», web sobre las Brigadas Internacionales.

http://fusiladosdetorrellas.blogspot.com/search/label/Algabe%C3%B1o