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¿Dónde estaba Dios?

Alberto Ruiz Gallardón. El País, 02-02-2011 | 3 febrero 2011

Reflexiones del alcalde de Madrid tras asistir en Auschwitz a un acto de la Unesco para conmemorar el 66 aniversario de su liberación

Por ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN * 02/02/2011

Regreso de Auswichtz convencido de haber contemplado el fondo más negro del alma humana. Cruzar el umbral fatídico donde aún campea el cínico lema del lager -Arbeit macht frei (El trabajo os hace libres)-, caminar entre los barracones en los que 1.100.000 hombres, mujeres y niños aguardaron su hora final o lucharon por aplazarla, ver las cámaras de gas y saber lo que allí ocurrió… constituye una experiencia sobrecogedora después de la cual resulta muy difícil no reflexionar acerca de los límites de lo humano.

Así lo hice ayer junto a una delegación de presidentes, dignatarios y alcaldes de varias ciudades de todo el mundo, entre las que se encontraban París, Rabat, Casablanca y Sarajevo, a quienes la UNESCO, el Proyecto Aladin y el Ayuntamiento de París nos habían convocado para rendir homenaje a las víctimas del Holocausto justo en uno de los escenarios más atroces en los que éste se perpetró. Nuestra presencia en ese agujero negro de la historia, donde desaparece, siquiera temporalmente, cualquier indicio de progreso o racionalidad, sirvió también para expresar el compromiso de nuestras ciudades para erradicar todo atisbo de intolerancia racial, religiosa, ideológica o de cualquier otro signo.

Además de su amplitud y tenacidad, lo que distingue la Shoà de otros genocidios es su carácter particularmente exhaustivo y organizado. Por vez primera, toda la capacidad de gestión de un Estado moderno se puso al servicio de la producción industrial de la muerte. Los jerarcas nazis se enorgullecían ante todo del aparato logístico que hacía posible el exterminio, el cual no dejó de funcionar como un auténtico reloj incluso en los momentos más difíciles del esfuerzo de guerra, anteponiendo su nefasto objetivo a las propias necesidades bélicas. Auswichtz es el símbolo efectivo de esa planificación criminal en la que se combinan la impiedad y el absurdo con la precisión de una máquina implacable que no atiende a más razón que la de su propio funcionamiento. Muchos han visto en esto la metáfora de una deshumanización más amplia, que sería la de nuestro tiempo, o, en el mejor de los casos, la del tiempo que dejamos atrás en 1945. Y lo más descorazonador de todo es comprender, con Hannah Arendt, que el mal radical que Auswichtz representa no puede alcanzarse sin otra clase de mal mucho más banal: el de los funcionarios, administradores y proveedores que colaboraron dócilmente sólo porque creyeron que su posición dentro de un engranaje mayor les eximía de toda reflexión, sin que se sintieran autorizados a juzgar los propósitos últimos de la monstruosidad a la que contribuyeron.

Es esa peligrosa mansedumbre del hombre que no quiere pensar, que rehúsa tomar partido, que se conforma con acatar órdenes y cumplir con su mal entendido deber, la que en cualquier momento puede prender la llama de una nueva sinrazón, en toda época y circunstancia. Mantenernos alerta ante ese riesgo, someter al ejercicio de la razón moral todos y cada uno de los actos que realizamos o se nos requieren, es una obligación cívica que después de Auswichtz nadie puede ignorar.

Así y todo, una cosa es leer la atrocidad en los libros de Primo Levy, Elie Wiesel o Imre Kertész, imaginando los gritos de los kapos y el ladrido de los perros, y otra muy distinta viajar hasta allí, sentir siquiera una mínima parte del mismo aire frío que envolvió a las víctimas e intuir entre las alambradas la sombra de aquellos que dejaron en aquel complejo siniestro proyectos, sueños, amigos y familias.

En la oración interconfesional que llevamos a cabo participaron el Gran Rabino de Israel, Señor Meir Lau, superviviente del Holocausto, el cardenal André Vingt-Trois, Arzobispo de París, y el Gran Mufti de Bosnia, Señor Mustafa Ceric. Ver rezar juntos a cristianos, musulmanes y judíos nos permitió respirar aire limpio entre el recuerdo de tanta ciénaga moral. Pero después de oír la reflexión del Gran Rabino cuando nos recordaba que los autores de aquella atrocidad no pertenecían a una civilización bárbara e inculta sino que eran gente educada como nosotros, que interpretaban a Bach y leían a Goethe, que mostraban emociones cuando besaban a sus hijos, después de todo eso no hay más remedio que preguntarse dónde estaba Dios, el mismo Dios de los asesinos y de los asesinados, cuando el ser humano escribió la página más negra de su historia.

http://www.elpais.com/articulo/espana/estaba/Dios/elpepuesp/20110202elpepunac_19/Tes