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El cuento de los niños muertos

Carmen Gómez Ojea. La Voz de Asturias, 17/02/2011 | 18 febrero 2011

Esta historia debe ser destapada y conocida en todos sus detalles

Aquí está sucediendo algo que, como el otoño al loco Nietzsche, parte el corazón, con ese goteo incesante de lúgubres noticias de recién nacidos robados, de historias falsas de sus muertes, de mentiras terribles, que empezaron en la época franquista y no cesaron con la dictadura, sino que prosiguieron durante una década de democracia y permanecieron en silencio pluscuamperfecto hasta hoy, mientras nos indignábamos con horror de lo que pasaba en Chile y en Argentina y padecíamos con las madres y abuelas y todas las mujeres de la bonaerense Plaza de Mayo que pedían justicia y exigían verdad, y vivíamos ignorantes de tantas tragedias padecidas calladamente por parturientas que vieron a su criatura sana y robusta, pero apenas le permitieron tenerla en brazos y luego le dieron la noticia de que había fallecido y ni siquiera se la enseñaron difunta ni le consintieron que la familia se encargara de enterrarla, o les dieron un ataúd que más tarde, cuando las dudas y las sospechas se hicieron insoportables, descubrieron que estaba vacío.

Fueron torturas que sufrieron padres y también niñas y niños que crecieron escuchando relatos misteriosos que les producían miedo y angustia acerca de hermanos y hermanas, algunos sus propios gemelos y mellizas, que llegaron a este mundo y parecieron esfumarse como elfos o duendes volátiles, sin que nadie, pese a la incertidumbre y la desazón producidas por las poco claras explicaciones recibidas en la maternidad, se atreviera a pensar en la realidad espantosa, malvada y horrenda de que al pequeño ser, nada más ser alumbrado, se le había robado su historia y dado otra que era un embuste, debido a algo que tiene un nombre muy feo como es codicia, aunque lo cierto es que en este sistema podrido todo se compra y se transforma en venal, de manera que, si se dan las condiciones exigidas por el mercado de la oferta y la demanda y las expectativas de beneficios son prometedoras, surgen quienes adquieren y venden hasta bebés acabantes de llorar su primer llanto y de salir del vientre materno, porque existen traficantes en todos los ámbitos, para quienes la vida es una mercancía.

Y así es que, en este fúnebre y clandestino negocio, intervinieron gentes de la clase médica y de la sacerdotal por afán de lucro, que engañaron a las gestantes y a los engendradores del pequeño, objeto de compraventa, y en algunos casos les contaron una fábula a los padres adoptivos que lo compraron y pagaron por él, pero no a sabiendas de que era fruto del más indecente de los latrocinios.

Esta historia debe ser destapada y conocida en todos sus detalles. Es preciso tirar de la mantilla, del mantón y de la manta, para ventilarla y mantear de paso y castigar a los guionistas, beneficiarios y cómplices de la macabrada. Ahora le ha tocado a la distante España -como la llama en un poema el poeta citado más arriba, exactamente en la primera línea de este escrito- que no estuvo tan lejos de las tierras hermanas de ultramar en lo tocante a un hecho tan pavoroso como tener en su suelo, bajo sus soles, circulando por sus calles, a una banda de ladrones de niños.

Y tocan las campanas de todos los relojes la hora de que también los que derraman lágrimas de cocodrilo por los fetos abortados y salen a las calles insultando a sus madres llamándolas asesinas exijan que se investigue este hecho delictivo y recurrente, repetido durante mucho tiempo, y que se sepan los nombres de los mercachifles embusteros, da lo mismo que se trate de tocoginecólogos de probada reputación y de comadronas de mucho prestigio, y es igual que estén vivos o muertos o demenciados, y se conozca la identidad de los firmantes que certificaron las falsas defunciones y de todos los colaboradores e intermediarios de la tétrica pandilla, a quienes les importaba sin duda medio pelo de sobaco si la mercaduría humana iba a parar a manos de pederastas, de sádicos, de degenerados o de vampiros bebedores de sangre, porque la gente de esa tan baja calaña e ínfima estofa no tiene ningún escrúpulo para apoderarse de los hijos del prójimo, como otros de manzanas, coches o joyeros ajenos, simplemente para obtener ganancia, por lo que hay más parecido en Ánsar pese a las anormales onzas de chocolate de los músculos de su trabajado abdomen con el Apolo del belvedere vaticano que similitudes entre esos sacrílegos, por su actitud glaciar efectuando esas tétricas transacciones, y muchos anticuarios sentimentales y enternecedores, a quienes la venta de alguna de sus piezas les produce dolor de corazón y le dan miles de recomendaciones a quien la adquiere sobre su limpieza y conservación, llenos de inquietud por si se tendrán con ella todos los miramientos que algo tan estimable se merece.

Esta historia es otra cuenta más del ábaco con que se contabiliza la larga relación de niñas y niños robados, cautivos, secuestrados, esclavizados, vendidos, comprados; cristianas cautivadas por piratas beréberes para crecer en harenes y serrallos, musulmanas raptadas por jinetes portadores de estandartes con cruces, para ser primero siervas de la dama del caballero cruzado y luego concubina del dueño de ambas; pequeños obligados a ser aprendices de soldados, convertidos en jenízaros del Gran Turco o en mamelucos de los sultanes. Es la historia de la impiedad, de la inmisericordia, de la falta de compasión, de la maldad y también de la esperanza, que es la espera más desesperada de gente que necesita que les cuenten la verdad del cuento de los niños muertos.

http://www.lavozdeasturias.es/opinion/cuento-ninos-muertos_0_428957107.html