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Fallece el penúltimo superviviente pitiuso de Mauthausen

Diario de Ibiza.es, | 26 febrero 2011

El exiliado ibicenco Bartomeu Marí había sido prisionero del terrible campo de concentración hitleriano entre 1941 y 1945

En Francia a los 93 años

XICU LLUY La suya fue una historia larga y azarosa, de amargo sabor, que no pudo evitar dos guerras (la Civil española y la subsiguiente segunda conflagración Mundial). Pero después de tanta lucha y tanto sufrimiento, Bartomeu Marí Escandell ya puede descansar en paz, aunque sea lejos de su tierra. El exiliado ibicenco, nacido en una casa payesa de can Misses de Vila en 1917, falleció el lunes en un hospital de Toulouse tras haberse mantenido fiel a sus ideas durante casi un siglo de tumultuosa existencia. Precisamente por defender sus convicciones, este republicano irreductible combatió en la Batalla del Ebro y la defensa de Catalunya. Más tarde, al otro lado de la frontera, hizo frente al nazismo. En ambos casos, perdió.

Huyó de Eivissa muy joven, en septiembre de 1936, por temor a las represalias franquistas. Ya en Barcelona, Marí Escandell se alistó en la columna de milicianos Carlos Marx, de inspiración comunista, y, a partir de 1937, se integró en el Ejército Popular de la República, mejor organizado. Participa en importantes acciones en Aragón —Tardienta, Alcubierre, Huesca, Jaca, Teruel y diferentes operaciones en la zona del Ebro— y Lleida antes de la gran desbandada de febrero de 1939, que arrastró a medio millón de españoles a refugiarse allende los Pirineos.

Camino del infierno

Las autoridades galas les apiñaron en los campos de concentración de Barcarès y Saint Cyprien. Para salir de aquel ignominioso encierro, se enroló, de forma más o menos voluntaria, en la Compañía de Trabajadores Extranjeros número 114, destinada a fortificar la Línea Maginot, de infausto recuerdo para los republicanos. Mientras la gente escapaba como conejos, la apisonadora de la Wehrmacht le atrapó el 18 de junio de 1940 junto al pueblo de Remirémont, abortando su desesperada retirada en dirección al sur, hacia la mal denominada Zona Libre de Vichy.

Del aún soportable Stalag—campo de prisioneros de guerra— de Trier, la ciudad más antigua de Alemania, lo trasladaron en ferrocarril, con otros 774 desgraciados pasajeros, a Mauthausen, el infierno nazi, donde fueron encarcelados y masacrados más de 7.000 españoles, de los cuales murieron casi 5.000.

Él nunca olvidó una fecha, la del 25 de enero de 1941, cuando accedió al matadero austriaco, y una cifra, 3.770, su matrícula. Desde ese momento, Bartomeu había dejado de ser un hombre para convertirse en un simple número.

Completamente deshumanizado, cosificado, probó el extenso catálogo de los horrores de Mauthausen. Pasó por la espantosa cantera Wienergraben y los Kommandos —centros de trabajos forzados dependientes del campo central— de Steyr y, al final de la Segunda Guerra Mundial, Gusen, cuya sola pronunciación todavía eriza la piel a cuantos lo padecieron en carne propia. Allí cayeron la inmensa mayoría de los reclusos por agotamiento, hambre, frío, enfermedades o a garrotazos.

En cambio, la solidaridad a la hora del reparto de comida, la firmeza ideológica y la esperanza ayudaban a superar los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años de calvario. A él, al muchacho de can Misses, las energías físicas, escasísimas, y, sobre todo, la fortaleza mental le permitieron resistir. El 5 de mayo de 1945, cuando irrumpió la avanzadilla de las tropas estadounidenses, supo de nuevo lo que significaba la palabra libertad.

Testimonio

Marí Escandell quiso narrar sus experiencias en diversos artículos periodísticos y libros, incluso aportó su valioso testimonio en el documental ´Más allá de la alambrada´, del realizador valenciano Pau Vergara. «Nada más entrar en Mauthausen, ya te comenzaban a matar. Me enviaron seis o siete meses a la cantera, la de la tristemente célebre escalera de los 186 peldaños, a cargar piedras de gran tamaño. A comienzos de 1942 fui esclavo en Steyr. Me mandaron para construir una fábrica de motores de aviación. Al principio creí haber tenido suerte, pero aquel comando todavía resultó peor que Mauthausen. Hasta los perros de las SS comían mejor que nosotros. Los Kapos [encargados de la vigilancia del resto de presos] eran bandidos y criminales de derecho común alemanes. Por ejemplo, El Chato, La Puta, El Bizco o El Cerdo, verdaderos asesinos. Unas semanas antes de la liberación, me llevaron a Gusen, donde trabajé en una fábrica de material bélico. Allí iban a parar los que ya se asemejaban a esqueletos humanos, los que debían ser liquidados. Cuando se abrieron las puertas, aquel 5 de mayo de 1945, sentí que fue el día más feliz de mi vida», explicó el veterano comunista.

Luego se casó con la también exiliada Teresa Gorostieta y tuvo dos hijas, Esther y Fabiola. Se instaló en Castres y ejerció mucho tiempo, hasta su jubilación, el oficio de obrero en una industria textil. Regresó frecuentemente a su isla natal y se acordaba, risueño, de que en casa «menjàvem flaó i bevíem cava».

Acallada su voz, perdura su relato estremecedor. Joan Torres Ribas, compañero de fatigas en Mauthausen, de 96 años, quizás le estará cantando ´La Internacional´ desde su retiro alpino de Saint Veran, un poco más cerca de las estrellas. Ninguno de los dos, pese a su lección de dignidad, ha sido objeto jamás del reconocimiento público de las administraciones insulares, ni con la UCD ni con el PP ni con el PSOE. Esa es y será su otra derrota. La tercera.

http://www.diariodeibiza.es/pitiuses-balears/2011/02/25/fallece-penultimo-superviviente-pitiuso-mauthausen/465812.html