«Aún hay quien nos llama rojos con desprecio»
Una historiadora y una superviviente republicana de la Guerra Civil recuerdan a las mujeres que pagaron con la cárcel su oposición al fascismo
PATRICIA CAMPELO Madrid
Dos mujeres de diferente generación han compartido con un grupo de universitarios su modo de entender a la mujer republicana, desde perspectivas diferentes.
Carmen Arrojo (1918) habló de sus vivencias personales como maestra y militante de la Juventud Socialista Unificada (JSU) que tuvo que huir de Madrid para sobrevivir después de la guerra.
Mirta Nuñez, historiadora y profesora en la Universidad Complutense, dibujó el abanico de particularidades de las presas polÃticas del franquismo. Ambas complacieron la curiosidad de los numerosos jóvenes que llenaron el auditorio de la Universidad Carlos III de Madrid, donde hoy ha tenido lugar el acto Mujer y Memoria, dentro de la semana de celebraciones por el centenario del DÃa Internacional de la Mujer.
Las vivencias de Carmen Arrojo dotaron de realismo a las tesis de la historiadora, que ha indagado en la «estrategia de envilecimiento de la mujer» que adoptó el régimen franquista. Una idea que documenta en su publicación Mujeres caÃdas: prostitutas legales y clandestinas en el franquismo (2003).
Una de las tácticas consolidadas del régimen para denostar la imagen de la mujer republicana era la de equiparar a las presas por motivos polÃticos e ideológicos con las presas por delitos comunes. De esta manera, según explica Nuñez, las internas no sólo compartÃan el espacio fÃsico de la cárcel, sino también la terminologÃa. «Las presas polÃticas eran delincuentes polÃticas», aclara. El régimen trataba de esta manera convertirlas en delincuentes comunes y normalizar la existencia de los delitos por motivos polÃticos. De este modo, «tener un familiar en prisión por estas razones causaba la ocultación y el silencio por parte de sus seres queridos», sostiene.
El término rojas utilizado de modo despectivo formó parte del lenguaje del odio que acuñaron los franquistas. «Se utilizaba este término como objeto de insulto polÃtico que denigraba y humillaba a las mujeres», sostiene Nuñez, algo con lo que Carmen Arrojo —su apellido es la mejor descripción de su personalidad— no se sintió nunca identificada: «Aún hay quien nos dice rojos de forma despectiva. Yo les diré que escogà con libertad y orgullo mi opción polÃtica».
La distancia en prisión
Tanto Mirta Nuñez desde su formación teórica como Carmen Arrojo desde sus conocimientos empÃricos incidieron en el rol que adquirieron las mujeres encarceladas por motivos polÃticos. En primer lugar, Nuñez evidencia la paradoja del régimen en el tratamiento de la prostitución, una práctica que hasta 1956 era legal ejercer dentro de las casas de lenocinio. «Las mujeres que se prostituÃan fuera de estas casas eran detenidas y llevabas a conventos de mujeres caÃdas, a través de una orden del Patronato de redención de penas».
Desde ahà pasaban a prisión, donde la convivencia con las presas polÃticas se caracterizaba por la «distancia intelectual» que las separaba. «La mentalidad llevaba a concebir a las prostitutas como delincuentes comunes y las encarceladas por motivos polÃticos reivindicaban su condición ideológica para diferenciarse de esas otras presas», explica la profesora e historiadora.
La pretensión del franquismo era borrar las diferencias que pudieran tener con las mujeres encarceladas por ejercer la prostitución y asà despojarlas de su carácter polÃtico, «que para el régimen era sinónimo de delincuencia». Aún asÃ, la distancia entre presas era significativa y, «aunque el régimen querÃa tenerlas sucias dentro de las cárceles, ellas [las presas polÃticas] se esforzaban por mantener su higiene y organizarse», sostiene Nuñez.
Carmen Arrojo, que esquivó la cárcel viviendo en ciudades diferentes y bajo una identidad falsa, supo muy bien lo que era la vida en prisión de sus compañeras militantes de la JSU. A una de ellas la fusilaron junto con otras doce menores de edad en las tapias del cementerio del Este (hoy, de la Almudena). Se trataba de Joaquina López Laffitte, una de las Trece Rosas. «¿Conocéis la historia?», interpeló Carmen a los jóvenes allà presentes. «Era una chica maravillosa», rememoró.
Demandas insatisfechas
Interrogadas ambas ponentes por la Ley de Memoria Histórica, Mirta Nuñez aclara que la norma «llega tarde» y para Carmen Arrojo se trata de la ley de «desmemoria». Coinciden en que no satisface las demandas de las vÃctimas y Carmen, con dos de sus familiares fusilados, subraya: «Tenemos derecho a exigir la dignidad de quienes nos gobiernan».
La jornada concluye con una reflexión de Carmen Arrojo sobre la actual militancia polÃtica de los jóvenes: «La primera vez que la policÃa me vino a buscar a casa yo tenÃa 16 años. Nosotros tenÃamos una gran conciencia de las injusticias sociales e intentamos cambiar las cosas porque era lo que nos tocaba. Ahora es vuestro turno. De vosotros depende».
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