Paul Preston: «Franco era un deficiente emocional»
Acaba de publicar el ensayo ‘El holocausto español»
La acción de contar tiene dos vertientes: una numérica y otra literaria. Paul Preston (Liverpool, 1946), en su último libro, El holocausto español, ha trabajado duro en ambas: cuenta los muertos que provocó la guerra civil (contabilidad) y cómo murieron muchos de ellos (narrativa). Contar. Eso es lo que ha hecho durante casi diez años, en los que ha vivido, según sus propias palabras, «sumergido en una galerÃa de los horrores». Su siniestra auditorÃa arroja el siguiente resultado: 500.000 asesinatos, de los que 200.000 fueron civiles represaliados en la retaguardia. Mientras escribÃa, el hispanista británico, un clásico ya en el estudio de nuestra guerra, difÃcilmente podÃa contener las lágrimas: «demasiado sufrimiento». Y muy poca compasión.
Pregunta.- ¿A algunos le parecerá exagerado emplear el término holocausto aplicado al caso español?
Respuesta.- Holocausto es una palabra del griego que luego se trasladó al latÃn. Se utiliza en la versión latina de la Biblia y también la emplean varios escritores en los siglos posteriores a la muerte de Cristo. Significa una gran matanza. No encuentro una palabra más adecuada para explicar lo que sucedió en la guerra civil española. Y el hecho de que la utilice para este tÃtulo no minimiza en nada la tragedia judÃa.
P.- Dice que en la guerra civil murieron 500.000 personas, de las que 200.000 eran civiles.
R.- SÃ, medio millón como mÃnimo, contando los caÃdos por los bombardeos de las ciudades, los asesinatos en la retaguardia y las vÃctimas de los éxodos masivos. Es algo que no tenÃa que haber pasado. Yo no participo de la idea de que la guerra era inevitable. Si no se hubiera producido el golpe militar no hubiera estallado. Y nada de lo que pasó en República justifica el alzamiento y todos estos muertos.
P.- ¿De esas 200.000 qué cifra cabe imputarle al bando republicano y cuál al franquista?
R.- En el bando republicano cayeron en la retaguardia 50.000. No es una cifra exacta, claro, pero sà muy aproximada porque en esta zona se llevó mejor el cómputo. Como los asesinatos se cometieron contra la voluntad de las autoridades, éstas, después, se tomaron muy en serio identificar los cadáveres. Todo está mejor registrado. Además, al finalizar la guerra, Franco abrió la causa general que empleó el aparato estatal para investigar estos crÃmenes. En la zona rebelde, en cambio, esas investigaciones se hicieron muchos años después por historiadores particulares. Son estudios desiguales: unos están muy bien y otros peor. Lo importante para el cálculo son los nombres, y nombres hay ya registrados unos 130.000. Sumando los de las provincias en que no se ha hecho ningún estudio, la cifra podrÃa ascender a 150.000.
P.- Cuenta que algunas veces, escribiendo el libro, su mujer le sorprendÃa llorando…
R.- Es difÃcil describirlo. He estado 10 años sumergido en una galerÃa de los horrores: abusos a niños, mujeres, gente inocente… Sólo alguien muy poco sensible puede permanecer inmutable entre tanto sufrimiento.
P.- Una de las historias más simbólicas de ese dolor es la de Amparo Barayón, la mujer del escritor Ramón J. Sender…
R.- Una chica, de familia católica, cuyo único crimen fue casarse con un escritor de izquierdas. Ramón J. Sender le aconsejó que se volviera a Zamora, su tierra, porque creÃa que estarÃa más segura que en Aragón. Pero allà la detuvieron, le quitaron los hijos, la metieron en una cárcel donde se ha demostrado que se abusaba de las mujeres. Ella simboliza el sufrimiento de los inocentes en la guerra. También los sacerdotes y las personas de familias acomodadas asesinadas por los anarquistas. Y en el pago que se daba a las tropas africanas después de tomar un pueblo: varias horas para hacer lo que quisieran, un tiempo que empleaban para violar a las mujeres. Fue una guerra muy cruel, en la que se importaron los métodos de la guerra colonial en Marruecos.
P.- Una guerra cuya barbarie queda descrita en una sola imagen que describe en El holocausto español: la de los legionarios que recibieron en 1926 a Primo de Rivera con cabezas indÃgenas caladas en sus bayonetas.
R.- SÃ, lo de cortar cabezas estaba a la orden del dÃa. El propio Franco lo cuenta en una entrevista que le hicieron en el Correo Gallego en abril del 22. Ahà narra cómo tomó un pueblo marroquà con doce legionarios que, como trofeo, se trajeron cada uno la cabeza de un resistente.
P.- ¿Cree que Franco responde al perfil psicológico de un psicópata?
R.- Bueno, yo no soy un psiquiatra y tampoco he tenido la oportunidad de tratarle de cerca, pero sà me parece una persona emocionalmente deficiente, con un vacÃo en su sensibilidad que le permitÃa ordenar todo tipo de crueldades sin manifestar la más mÃnima duda. En su cabeza los españoles del otro bando representaban la antiespaña y habÃa que eliminarlos.
P.- ¿Le pareció una buena manera de poner punto y final a la guerra civil la Ley de Memoria Histórica?
R.- Es una pena que se tardara tanto en hacer algo. A mà me parece muy positivo que se localicen las fosas. Es de justicia elemental que los familiares de los represaliados en el bando rebelde puedan conmemorar a sus muertos. Deben tener las mismas oportunidades que los de los caÃdos en la zona republicana. El problema es que muchos crean que lo que se busca es venganza. Yo, la verdad, no veo esa motivación.
P.- ¿Lo que más le alegrarÃa es que este libro fuese un paso más hacia la reconciliación?
R.- SÃ, todo el que mantenga una amargura por lo ocurrido en la guerra tiene que saber que también hubo muertes inocentes en el otro lado. Hay que saber exactamente lo que pasó para poder entendernos.
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