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Juicios de valor

Julián Zubieta. Noticias de Navarra, | 13 junio 2011

Se puede culpabilizar a la Academia de la Historia por la elección del autor, puesto que el presupuesto para la construcción del diccionario parte de las arcas públicas

 

POR JULIÁN ZUBIETA MARTÍNEZ, HISTORIADOR – Lunes, 13 de Junio de 2011 –

UNA de las acepciones que propone la Real Academia Española (RAE) sobre la voz juicio lo determina como una «facultad del alma por la que el hombre puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso». Sorprende un poco la facultad demiúrgica que se le concede a esta acción todopoderosa, aunque su aceptación viene precedida por un largo proceso de hechos históricos que así lo han exigido. Por ejemplo, la inclusión en el Diccionario Biográfico Español del panegírico sobre Franco, cuyo autor, el historiador medievalista Luis Suárez, no duda en divulgar, bajo presupuesto estatal, su propio juicio de valor.

En consonancia a lo dicho hasta aquí, podemos considerar un juicio de valor como un sistema particular de valores que implican una interpretación de acuerdo con una determinada orientación. Ningún problema. La libertad de expresión acoge sin ninguna dificultad, o por lo menos así debería, toda opinión; en el caso del medievalista, transformado en contemporaneista para construir la biografía del caudillo por la gracia de Dios, es evidente su orientación personal, donde se distingue una clara inclinación hacia la ideología que predomina en la Hermandad Valle de los Caídos, de la cual es presidente y colaborador de su revista Altar Mayor. En el nº 97 (enero de 2005) de la revista señalada leemos, bajo la firma del autor citado, que los «sectores importantes del catolicismo francés estuvieron a favor de la España roja y en contra de la España nacional, como si los mártires producidos en aquella contienda no tuvieran nada que ver con la Iglesia católica y sí, en cambio, lo que ellos llamaban el espíritu de libertad». Queda claro su posicionamiento ideológico, sobre todo en el énfasis diferenciador entre los bandos: rojos y nacionales.

Como digo no hay nada que reprochar al investigador citado. Se le ha propuesto la elaboración y confección de una biografía, y él ha seguido unos criterios personales relacionando los acontecimientos que han determinado el juicio de valor correspondiente, que puede gustar más o menos, pero, no olvidemos, que es su opinión. Por el contrario, sí se puede culpabilizar a la Real Academia de la Historia (RAH) por la elección de este autor, puesto que el presupuesto para la construcción del diccionario parte de las arcas públicas del Estado, o sea de todos nosotros. En este punto no podemos dejar pasar que una de las finalidades del Estado es armonizar los derechos de libertad individual en sociedad (en base a la idea kantiana de la libertad como derecho básico del individuo), es decir, evitando los conflictos entre individuos que pueden derivarse de su ejercicio. Este planteamiento supone que el Estado no debe configurar la libertad individual, por ejemplo mediante publicaciones con un sesgo ideológico determinado, como es el caso de la voz correspondiente a Franco en ese diccionario, ya que se entromete en la esfera de la educación individual.

El Estado debería otorgarse exclusivamente la función de la regulación de los conflictos, buscando la objetividad de los hechos históricos, en este caso más insistentemente, debido a la sensibilidad que almacena la memoria de los desaparecidos y los asesinados por el general mencionado. Ya que su muerte no debe confiarse a ningún panfleto divulgativo propagandístico y apologético como el citado, sino a la fidelidad histórica que desafía al tiempo y al poder que se resiste en reconocer los asesinatos. Y no vale la excusa propuesta por el director de la RAH, Gonzalo Anes, cuando sugiere que la voz de una entrada mal entendida no puede desvirtuar toda la labor realizada por la academia. Recordarle al historiador que Franco es uno de los mayores asesinos de la historia de la humanidad, como muchos investigadores han dejado y están dejando constancia desde la otra vertiente de la historia. Por lo tanto, no se trata de una entrada sin más. Es la figura que determina la tragedia histórica del siglo XX en España.

La elección de un autor en vez de otro por parte de la RAH, en este caso implica que no existe la igualdad en las condiciones de partida. Y más conforme a los datos que ha aportado sobre Franco, presentándolo como «un dirigente católico, moderado e inteligente (…) un jefe riguroso y eficaz que (…) se hizo famoso por el frío valor que sobre el campo desplegaba», y que «dibujó el nuevo orden constitucional»; que la Guerra Civil no fue un golpe de estado, sino «un pronunciamiento militar fallido que desembocó en una guerra civil» que duró «casi tres años»; y que la pericia del general «le permitió derrotar a un enemigo que en principio contaba con fuerzas superiores. Para ello, faltando posibles mercados, y contando con la hostilidad de Francia y de Rusia, hubo de establecer estrechos compromisos con Italia y Alemania». Y tras esto, y para más confusión, nos encontramos con dos acepciones distintas sobre el franquismo dentro de las dos Reales Academias: la RAE lo define como un «movimiento político y social de tendencia totalitaria, iniciado en España durante la Guerra Civil de 1936-1939, en torno al general Franco, y desarrollado durante los años que ocupó la jefatura del Estado», y por el contrario, ahora la RAH lo califica de «autoritario, no totalitario». Con cuál nos quedamos, porque no es lo mismo.

Al igual que las dos academias se contradicen, se podían haber buscado distintas opciones para vestir la enciclopedia más equilibradamente: la elección de dos autores, uno de cada tendencia ideología -la imparcialidad y objetivismo no existen en la investigación, el mero hecho de elegir un dato ya descarta otro-, para la confección de las entradas, de manera que sean los lectores los que pudiesen comparar y sacar sus propias conclusiones. Pero las directrices -recordemos que la RAH comienza sus juntas generales para «que el Espíritu Santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón» y que entre sus filas cuenta con eclesiásticos y algún que otro ilustre hijo del franquismo- no han abandonado su sesgo reaccionario y monárquico donde el ejercicio de la libertad es falaz. De manera que toda la culpa, en mi opinión, recae en el Estado, ya que debería cuidar más sus patrocinios y, desde luego, no debería ocultar ni callarse ni maquillar sus culpas, no olvidemos que Franco fue jefe de Estado. Los episodios más oscuros de este Estado, las crueldades, las torpezas y las injusticias cometidas en su nombre, por sus representantes legítimos o ilegítimos, son parte de nuestra historia, nos guste o no, son nuestra política, por lo tanto pertenecen al ser humano, y por eso el Estado no está exento de cometer errores. Pero sí que debemos exigirle que relate de una vez por todas la crónica negra de nuestra historia. Reconocerla sería la honradez que merecen todas las víctimas producidas por su poder, y no sería una profesión de fe hacia su condición, sino que sería una constatación democrática en la que estarían incluidos todos, víctimas y verdugos. Negar una parte de los hechos históricos es una automutilación de nuestra propia historia.

Una divulgación honesta y fiel es la base de toda cultura seria, y eso porque nadie puede conocer de primera mano todo lo que sería o, mejor dicho, es necesario conocer. Excepto los pocos campos en los que logramos profundizar, toda nuestra cultura es de segunda mano: es imposible leer todas las grandes novelas, ver todas las políticas, saber todos los sucesos. Por eso, los sucesos del siglo XX dependen en buena medida de la calidad de esta segunda mano: hay divulgaciones que, aun reduciendo y simplificando, trasmiten lo esencial, y otras que lo falsifican y lo alteran, incluso con petulancia ideológica, como es el caso del susodicho Real diccionario. Siempre Real y nunca más apartado de la realidad; siempre enjuiciando desde el poder reaccionario, olvidándose que también los juicios de valor deben evolucionar, que son el punto de partida, no el final, del progreso empírico del conocimiento y la evolución de los valores humanos.

http://www.noticiasdenavarra.com/2011/06/13/opinion/tribuna-abierta/juicios-de-valor