La RAH traiciona sus usos históricos
Un personaje no es propiedad de un historiador, pero sà es posible saber qué abanico de autores es el que cuenta a la hora de conocer una biografÃa
ANTONIO ELORZA 03/06/2011
El 2 de mayo de 1806 el canónigo y jurista Francisco MartÃnez Marina inició la lectura de su discurso introductorio a la edición de las Partidas de Alfonso X que la Real Academia de la Historia le habÃa encargado. La lectura en juntas ordinarias y extraordinarias duró hasta el 29 de agosto y tenÃa lugar «en cumplimiento de lo que previenen los estatutos acerca de las obras literarias encargadas a sus individuos». Casi todos los académicos aprobaron la obra, pero algunos encontraron motivos para «producir disgustos y comprometer a la academia», a la vista de lo cual MartÃnez Marina suspendió la lectura y pasó a imprimir en 1808 las Partidas como Ensayo histórico-crÃtico sobre la Antigua Legislación.
A la vista del malestar causado por la publicación en curso del Diccionario Biográfico, cabe pensar que muchos desastres para la obra, y para la imagen de la RAH, se hubieran evitado respetando ese uso tradicional, con una simple actualización que para trabajo tan enorme hubieran proporcionado los medios tecnológicos actuales. ¿Cómo? Tal vez encargando a instituciones académicas, por ejemplo a los departamentos de Historia de las universidades la revisión de aquellas entradas que pudieran resultar más conflictivas. Más valÃa que aquello que hizo posible la discreción de MartÃnez Marina se repitiera antes de publicar resbalones impresentables, que de paso ensucian el buen trabajo de otros.
Unos criterios similares debieran haberse empleado para la selección de los autores. Un personaje no es propiedad de un historiador, pero sà es posible saber qué abanico de autores es el que cuenta a la hora de conocer una biografÃa, trátese del infante don Carlos, de Enrique IV, de Cánovas o de Largo Caballero. El asesoramiento es también aquà posible, y de aplicarse hubiera eliminado adjudicaciones que más parecen revanchas.
La ideologÃa del historiador no debe contar en la elaboración de una biografÃa, y ahà está el magistral trabajo de un solo investigador, Alberto Gil Novales, hombre de izquierdas y defensor de los exaltados del Trienio, para mostrar cómo ese sesgo puede ser superado mediante el rigor en su monumental Diccionario biográfico de España, 1808-1833, editado por Mapfre.
Y queda la exigencia intermedia de encargar siempre la biografÃa a profesionales reconocidos en el tiempo y los temas del personaje. Un buen conocedor de los orÃgenes del comunismo puede no ser el más adecuado para abordar la biografÃa de Carrillo o Pasionaria, y lo mismo puede decirse de un medievalista lidiando con Franco, a quien además admira. Tenemos plétora de especialistas y es malo buscar aficionados respecto del tema elegido, y peor si la militancia o las frustraciones entran en juego. Stanley Payne puede ser discutible, pero es un profesional reconocido. En otros casos eso no sucede y la obra colectiva inevitablemente lo acusa, más aún si el sesgo es tan notorio, con Luis Suárez encargado de Franco o de Escrivá de Balaguer: déficit de profesionalidad para lo contemporáneo, militancia ideológica y producto que pide a gritos ser revisado. La RAH ha olvidado sus propios usos.