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“En Stalingrado todos tenían frío…”

Régine Robin-Maire. Insumisos, | 8 julio 2011

La historiadora canadiense Régine Robin-Maire trata el tema de los revisionismos

 

La persistencia en los trabajos de la memoria ha dado también surgimiento a múltiples revisionismos. La historiadora canadiense Régine Robin-Maire ha vuelto sobre el tema recientemente, en especial con referencia a Alemania 1, pero el fenómeno se extiende a otras situaciones, en particular en América Latina. El autor sostiene que el análisis jamás debe perder de vista la realidad de los hechos objetivos.

La reflexión de Robin-Maire fue desencadenada por un hecho por lo menos singular: en 2004, al celebrarse los 60 años del desembarco en Normandía, la hija de una mujer rapada durante la Liberación2 dijo por una radio, “Hoy finalmente puedo hablar, la vergüenza cambió de campo”. La autora reconoce que durante la Liberación se cometieron excesos, pero a partir del choque que recibió al escuchar esas declaraciones realizadas en forma pública, sin que despertaran ningún comentario, se propone identificar el fenómeno revisionista en la situación actual. A una interpretación psicoanalítica del olvido de los crímenes de lesa humanidad, Robin-Maire prefiere la noción de una estrategia individual y colectiva de negación. Luego de veinte, de cuarenta o más años, el pasado vuelve, releído, corregido, transformado.Y esto ocurre en cada caso en función de una nueva correlación de fuerzas y una nueva coyuntura que exige una lectura política.

Diversas son las modalidades en que las estrategias del olvido tratan de diluir las responsabilidades frente al pasado. En el Museo Karlshorst de Berlín, donde tuvo lugar la capitulación incondicional de Alemania el 8 y 9 de mayo de 1945, se ha pasado de conmemorar la victoria del Gran Ejército Rojo que tomó la capital del Tercer Reich en la culminación de la antes llamada “Gran Guerra Patria”, a una narración que la historiadora quebequense resume con la frase que da título a este artículo: “En Stalingrado todos tenían frío”.

“En el museo se ve una vitrina donde se nos muestra una media del soldado alemán, evidentemente muy usada, su jarrito de metal, su cruz de hierro –si es que había recibido una condecoración por actos de valentía– las cartas que enviaba a su familia, un pedazo de lápiz… vitrina emocionante consagrada a la vida cotidiana del soldado alemán durante la guerra. Al lado hay otra vitrina, en la que se encuentra la misma media, esta vez del soldado ruso, visiblemente de menor calidad que la primera. Allí está también su jarrito y sus condecoraciones. Un pedazo de lápiz, sus cartas, etc. (…) Hay un video en que se escuchan las canciones que cantaban los soldados. Canciones soviéticas (…) (y las) canciones que las tropas alemanas cantaban a pulmón lleno. Los visitantes que llevan auriculares se detienen y escuchan, unos y otros en éxtasis, esos cantos. Se sonríen como si se dijeran: “En el fondo, todos fueron valientes. Eran todos pobres tipos masacrados por su gobierno. No habían elegido eso. La guerra terminó, ya no hay responsables, sino una condición humana dolorosa frente a la cual hay que inclinarse”.

La autora aborda este proceso como una “antropologización” de los fenómenos históricos, una equiparación de responsabilidades entre el régimen nazi y las del resto de Europa y una inversión simbólica entre el victimario y la víctima.

El revisionismo, anterior a los años 90, se ha acentuado con la reunificación de Alemania. Si en Alemania del Este el régimen se identificaba a la Stasi (Policía Política), entonces, después de la caída del Muro de Berlín, se volvió posible condenar a las “dos dictaduras”, lo que si no llevaba a rehabilitar directamente al nazismo, al menos lo banalizaba y lo convertía en una variante del mal totalitario, uno de los dos demonios.

El problema remite a las estrategias de la memoria y a los desafíos que plantea la hegemonía sobre la visión del pasado. Como decía hace poco en Buenos Aires el urbanista y resistente antifranquista español Jordi Borja con relación a su país: “El olvido no es lo contrario de la memoria, sino de la verdad, porque al no recordar se falsifica la historia.” 3.

Precisamente, hoy se afirma en España que la decisión política de olvidar los crímenes del franquismo fue en definitiva contraria al invocado propósito de reconciliación nacional. Los juicios a represores argentinos y chilenos, paradojalmente, han alentado en España el debate sobre el propio pasado, del que da cuenta una cuantiosa bibliografía y las controversias en los medios de comunicación masiva y los ambientes políticos y académicos. Todo lo contrario de la presentación de ese país como un lugar en que triunfaron las estrategias del olvido.

“La negativa del poder a zanjar definitivamente la cuestión sólo demuestra la desconexión entre los partidos políticos y ciertas iniciativas sociales de gran calado, como las relativas a la recuperación de la memoria histórica. Y también demuestra algo más grave: que del pacto de silencio, de la política de olvido y de la suspensión de la memoria que definieron el período 1977-1996 no podía esperarse sino el resurgir de los viejos mitos franquistas, nunca muertos del todo ni contrarrestados por un verdadero ejercicio democrático de la memoria”, sostiene el historiador de la guerra civil Francisco Espinosa Maestre 4. Según el mismo autor, es más que improbable que el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, nieto de uno de los miles de víctimas del franquismo, haga campaña a favor del revisionismo, a diferencia de su antecesor José María Aznar.

El derecho a la verdad

En Argentina, los debates sobre la memoria se han agudizado en los últimos tiempos. Este fenómeno no es por cierto ajeno a un conjunto de políticas públicas en la lucha contra la impunidad y los consiguientes avances de la justicia: anulación de las leyes de amnistía encubierta, creación del Espacio para la Memoria en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), fallos de la Corte Suprema sobre crímenes de lesa humanidad, identificación de los restos de Azucena Villaflor de Devincenti, fundadora de Madres de Plaza de Mayo y otras víctimas de desaparición forzada, entre ellas la religiosa francesa Léonie Duquet, impulso dado a las causas judiciales en que se investiga el terrorismo de Estado, entre otros hechos.

Temas que hasta hace relativamente poco eran en gran parte tabúes, como las cuestiones relativas a la guerrilla, comienzan a discutirse abiertamente, dentro de esa amplia gama de opiniones que es propia del debate democrático 5. De esos debates participan múltiples actores, entre ellos investigadores, organismos de derechos humanos y medios de comunicación masiva, con distintas visiones intelectuales y morales 6.

El derecho a la verdad frente al crimen de lesa humanidad, reconocido mediante una resolución aprobada unánimemente por la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas a partir de una iniciativa argentina, es correlativo –como todo derecho– de un deber, en este caso el de memoria. ¿Cuál es el alcance del deber de memoria? ¿Es tan sólo un deber del Estado? Y en lo que se refiere al Estado, ¿cuál es el contenido de ese deber en la situación argentina?

El discurso oficial en nuestro país durante la transición democrática hasta el 24 de marzo de 2004 –en que el Presidente de la Nación Néstor Kirchner anuncia en la ESMA la creación del Espacio para la Memoria– ha girado explícita o implícitamente en torno a la llamada “doctrina de los dos demonios”, que pretende justificar el terrorismo de Estado como violencia de arriba en reacción a una previa violencia de abajo, e intenta una equiparación de responsabilidades entre el Estado y la guerrilla.

Formulada de manera ideológica y con precisas finalidades políticas, dicha doctrina también fue desarrollada en el ámbito no sólo político, sino también académico, con relación a Centroamérica y en especial a Guatemala 7. Allí pudo ser refutada sobre la base de investigaciones empíricas altamente confiables, como el informe titulado “Memoria del Silencio” elaborado por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, creada por los Acuerdos de Oslo bajo los auspicios de Naciones Unidas, que llegó a verificar incluso la comisión de genocidio contra determinadas etnias por parte del Estado guatemalteco. O el informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador, también creada bajo los auspicios de Naciones Unidas, titulado “De la locura a la esperanza. La guerra de 12 años en El Salvador”. Este informe mostró la sistemática violación de los derechos humanos por las fuerzas armadas gubernamentales y el carácter esporádico de las violaciones cometidas por los insurgentes.

La legitimidad del accionar militar de las fuerzas armadas argentinas en una guerra “no convencional”, principal argumento de las defensas de los ex comandantes para justificar desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones sumarias, fue refutada por la sentencia de la Cámara Federal en el histórico juicio de Videla, Massera y otros. En ese fallo se dijo: “No se ha encontrado (…) ni una sola regla que justifique o, aunque más no sea, exculpe a los autores de hechos como los que son la materia de este juicio. (…) Los hechos que se han juzgado son antijurídicos para el derecho interno argentino. Son contrarios al derecho de gentes. No encuentran justificación en las normas de cultura. No son un medio justo para un fin justo. Contravienen principios éticos y religiosos” 8.

La realidad “objetiva” como límite

El intento de equiparación de responsabilidades encuentra su respuesta en los hechos establecidos con los procedimientos racionales del debido proceso legal, que sólo puede establecer responsabilidades “más allá de toda duda razonable”; por eso es profunda la relación entre la búsqueda de la verdad, la persecución de la justicia y los trabajos de la memoria.

Como ha escrito Hannah Arendt con referencia al negacionismo de los crímenes cometidos desde el Estado, ciertos hechos “poseen una fuerza en sí mismos: no importa lo que inventen quienes ejercen el poder; son incapaces de descubrir o inventar un sustituto viable (de los hechos)”. Los negacionistas que tratan de negar o recrear un pasado incómodo por su complicidad o simpatía con el terrorismo de Estado en Argentina y en otros lugares, chocan inevitablemente con reflexiones como las de Arendt, cuando dice “los hechos se sustentan por su propia obstinación”. Estos hechos –el genocidio, las masacres– “trascienden todo acuerdo, pleito, opinión o consentimiento” 9.

Los hechos se oponen a la dilución de responsabilidades. Cuando surgió con fuerza el intento de equiparamiento entre los campos de concentración nazis y otras formas del universo concentracionario, Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty sostuvieron que las cámaras de gas eran la prueba de la diferencia entre la naturaleza del régimen concentracionario nazi y todos los otros: “A partir del momento en que se establecieron las cámaras de gas, nadie podía creer que se trataba, incluso en el plano de las intenciones, de un proyecto de reeducación” 10.

Esto lleva a plantear los contornos y límites de los incesantes trabajos de la memoria, para lo que se podría emplear como imagen la paradoja de la física moderna, cuando afirma que vivimos en un universo infinito pero con límites. Desde el punto de vista ético, histórico, jurídico y político, la cuestión esencial que plantea la responsabilidad por los hechos del pasado reciente en Argentina es el intento de justificación, equiparación, relativización e inversión simbólica que representa la pretendida simetría entre el accionar del Estado, que consideró probado la Cámara Federal en el juicio a los ex comandantes, y las investigaciones judiciales posteriores en el país y en el exterior y las acciones de la guerrilla.

No puede existir relativización alguna de los hechos cometidos en los centros de exterminio masivo que fueron la ESMA, Campo de Mayo y los numerosos centros clandestinos de detención en los que se practicó la aniquilación física y psíquica de los detenidos-desaparecidos. Si bien se puede resistir la ilusión de una narración unanimista del pasado, ya que no hay un tema histórico que se trate de una vez y para siempre, el pluralismo de la memoria debe tener un límite: la realidad objetiva. Al final de cuentas parece inevitable volver al ensayo de Karl Jaspers de 1945-1946 sobre el problema de la culpa con relación a los crímenes del nazismo, tan lejano del posterior intento de equiparación de responsabilidades que algunos intentaron luego en su propio país. El filósofo alemán recuerda allí la sentencia kantiana: “En la guerra no se deben cometer actos que hagan por completo imposible una reconciliación ulterior” 11.

La Shoah, la persecución de los eslavos, los gitanos y los homosexuales, entre otras víctimas del nazismo, nos coloca ante lo irreparable del crimen de lesa humanidad. De la misma forma que los traslados en los centros clandestinos de detención en Argentina bajo la última dictadura militar.

Frente a lo irreparable es preciso reivindicar los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detención, en primer lugar para el conocimiento de la verdad como elemento constitutivo del respeto por la dignidad humana de las víctimas del terrorismo de Estado. De la misma forma como nos inclinamos ante los “sublimes testimonios de Primo Levi” (la expresión, enteramente justa, es de Pierre Vidal-Naquet en Los asesinos de la memoria), así deberíamos hacerlo ante los de los sobrevivientes de nuestros centros clandestinos de detención que lograron evitar la aniquilación y dieron testimonio del horror y de su frío sistema. Sus estrategias de supervivencia deben merecernos el mismo respeto que las relatadas por Primo Levi en El deber de memoria, materias a las que sólo es posible aproximarse “con temor y con temblor” 12.

La prueba judicial del método de aniquilación de los desaparecidos utilizado por las fuerzas armadas argentinas, consistente en arrojar las víctimas aún con vida desde los aviones, es un hecho ya probado judicialmente más allá de toda duda razonable y no equiparable a acciones de ninguna naturaleza cometidas por otros actores sociales durante el mismo período.

Por eso dentro del pluralismo deben existir fronteras en las políticas públicas de memoria del Estado democrático que respeten los derechos humanos protegidos nacional e internacionalmente por normas inderogables del derecho internacional consuetudinario, el llamado derecho de gentes desde hace más de dos mil años. Límites establecidos también por normas éticas referidas a los fundamentos filosóficos de los derechos humanos en el mundo moderno, que reposan básicamente en el respeto debido a la dignidad humana.

Entre “el exceso de memoria aquí y la falta de memoria allá”, el filósofo Paul Ricoeur proponía la idea de una política de justa memoria como una de sus obsesiones cívicas. Esa buena memoria, en el pluralismo de las memorias de un universo infinito pero con límites, debería tener la frontera de rechazo del negacionismo frente al Holocausto y los crímenes del nazismo en Europa, y el correlativo rechazo de toda justificación del terrorismo de Estado en Argentina y en América Latina.

No se trata de una frontera genérica. La doctrina de los dos demonios es refutable en el plano histórico, ético y jurídico. Aquí interesa como estrategia política de relativización de los crímenes del terrorismo de Estado, pero al mismo tiempo de dilución de responsabilidades de determinados actores concretos en la sociedad civil y en el plano internacional, que fueron cómplices de la dictadura militar: casi toda la cúpula de la Iglesia Católica, la gran empresa, partidos políticos, sindicatos, los grandes medios, ciertas personalidades todavía en boga.

 

  1. Régine Robin-Maire, “Le devenir victimaire de l’Allemagne”, en Le devoir de mémoire et les politiques du pardon bajo la dirección de M. Labelle, R. Antonius y G. Leroux, Presses de l’Université de Québec, Montreal, Canadá, 2005.
  2. Muchas mujeres acusadas de tener relaciones íntimas con el ocupante fueron rapadas en Francia en la etapa inmediatamente posterior a la Liberación.
  3. Entrevistas en Página/12, Buenos Aires, 28-11-05.
  4. Francisco Espinosa Maestre, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española, Los libros del Oeste, Badajoz, España, 2005.
  5. Marta Vassallo, “El pasado que vuelve…”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2005.
  6. Ver a título de ejemplo editoriales de La Nación, Buenos Aires, del 20-7, el 8-9 y el 4-10-05. Con un enfoque distinto, editorial de Clarín, Buenos Aires, titulado “Valor histórico del Juicio a las Juntas” del 13-12-05.
  7. Se puede ver la discusión del libro de un típico partidario de la doctrina de los dos demonios en el contexto guatemalteco (David Stoll, Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala, New York, Columbia University Press, 1993), en el ensayo “Entre dos fuegos. Desde el mundo de los gatos pardos” por José García Noval en De la Memoria a la Reconstrucción Histórica, Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales en Guatemala, Guatemala, 1999.
  8. El Libro de El Diario del Juicio, Perfil, Bs. As., 1985.
  9. Citado en Beatriz Manz, “Importancia del contexto en la Memoria”, en De la Memoria a la Reconstrucción Histórica, ibid.
  10. Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty, Les Temps modernes, enero de 1950.
  11. Karl Jaspers, El problema de la culpa, Paidós, Barcelona, 1998.
  12. Soren Kierkegaard, Temor y temblor, Losada, Bs. As., 2003.

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