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La disección interminable de la Guerra Civil

Santos Juliá. El País, 23/07/2011 | 24 julio 2011

Han pasado muchos años de estos testimonios y la Guerra Civil sigue motivando grandes ventas de libros y llenando a tope salas de conferencias

 

SANTOS JULIÁ 23/07/2011

Era abril de 1981, pocas semanas después del golpe de Tejero. El Colegio Universitario de Tarragona patrocinaba un coloquio internacional sobre la Segunda República. Llegué -escribió poco después Edward Malefakis- esperando encontrar la reducida asistencia académica habitual. Sin embargo, los asistentes a la sesión inaugural sumaron varios centenares, que se mantuvieron durante los cuatro días del coloquio. «¿Por qué tanto interés en sucesos que ocurrieron hace medio siglo?», se preguntaba admirado el autor de Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX.

Es la misma pregunta que, pasados otros nueve años, en 1990, se planteará el historiador británico Paul Preston en un libro de homenaje a Juan Marichal: «¿Por qué sigue siendo la Guerra Civil un tema que motiva grandes ventas de libros y llena a tope salas de conferencias?», se preguntaba. El interés por la Guerra Civil, añadía, no ha disminuido: «Es vívidamente recordada por los que participaron en ella y se estudia con gran dedicación por los jóvenes en España y en otras partes». Los orígenes de la Guerra Civil, el decurso de la Guerra Civil, las consecuencias de la Guerra Civil eran, concluía Preston, los tres temas fundamentales de la historiografía española.

Han pasado muchos años de estos testimonios y la Guerra Civil sigue motivando grandes ventas de libros y llenando a tope salas de conferencias. ¿Por qué será? No, desde luego, porque se haya silenciado, ni porque, enfermos de amnesia, los españoles hayan decidido recuperar memoria, como tantas veces se repite. Hay de nuevo muchos libros -«rara es la semana en la que no sale algún título nuevo», nos dice Ángel Viñas en el último de los suyos: La conspiración del general Franco- por la sencilla razón de que nunca ha dejado de haberlos; porque la Guerra Civil es el acontecimiento central de nuestro siglo XX y nada de ese siglo puede entenderse sin ella.

De ahí que, ya de antiguo, la primera pregunta se refiera a sus orígenes, que hoy solo la derecha irredenta discute: el origen de la guerra fue una conspiración militar que fracasó pero que no fue sofocada y a la que Ángel Viñas aplica sus dos instrumentos preferidos: el microscopio y el bisturí, desvelando el papel que el general Franco haya podido desempeñar en la muerte del general Balmes. A su desarrollo como «alzamiento», dedica Francisco Alía su Julio de 1936, en el que presenta como una «nueva e importante» teoría la tesis de que el mal llamado alzamiento no fue uniforme ni territorial ni temporalmente para concluir, tras un recorrido por la geografía de la conspiración, que la Guerra Civil «fue provocada por el miedo a la revolución». Una interpretación que constituye la sustancia de un nuevo libro de Gabriele Ranzato, La grande paura de 1936, que arranca con el relato del asesinato de Calvo Sotelo para retroceder hasta 1931 y llegar, también él, a la conclusión de que el «miedo a la revolución» favoreció el alzamiento (escrito esta vez en cursiva). Como se ve, nuevos materiales para una vieja tesis.

No al miedo, sino al lenguaje de violencia y exclusión destinado a provocarlo en el adversario ha consagrado un grupo de historiadores coordinado por Fernando del Rey un original estudio sobre las retóricas de intransigencia cultivadas durante la República por anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos, izquierda catalana, católicos, monárquicos y fascistas. Destinado a calibrar en el caso español el impacto de lo que George L. Mosse definió como brutalización de la política, Palabras como puños muestra bien que el lenguaje de violencia y la retórica de exclusión no fue patrimonio de un partido, de un sindicato; que fue común, aunque con sus específicos tiempos y variantes, a todos los sectores del arco político.

¿Fue esa brutalización de la política la causa de lo que Paul Preston llama El holocausto español? Preston lo cree así en el caso de las derechas, con la construcción de la imagen del judeo-masónico-comunista como enemigo destinado al extermino; pero no tanto en el de las izquierdas, cuya violencia define como espontánea en unos casos, reactiva en otros. En un libro que permanecerá como referencia obligada por su riqueza y variedad documental, por la calidad de su narración, por la conmovedora atención a cientos de historias particulares, la violencia de la derecha se deriva de una mezcla de militarismo africanista, catolicismo y fascismo, con profundas raíces en la sociedad española, mientras que «la oleada de fervor revolucionario y la furia asesina que se desencadenaron» en la República se atribuyen al «embrutecimiento» de las clases marginales, producto casi natural de «una sociedad tan represiva como la española». La primera obedecería a una estrategia de limpieza; la segunda sería como una derivación no deseada de la primera, una reacción defensiva, aunque, como es bien conocido, los anarquistas en 1932 y 1933, los socialistas en 1934, llamaron, ellos también, a la insurrección contra diferentes gobiernos de la República.

Los datos de las dos violencias quedan establecidos, por lo demás, en los términos ya documentados gracias a las investigaciones sobre la represión iniciadas hace treinta años, nunca ausentes de nuestras librerías y abrumadoramente presentes desde 1999: 50.000 víctimas de la violencia en territorios de la República; 150.000 en el territorio controlado por los rebeldes. Como lo dice Preston: un asesinado por los republicanos por cada tres asesinados por los rebeldes, con la particularidad de que quizá hasta uno de estos tres fue ejecutado por cumplimiento de sentencia de consejos de guerra celebrados tras el fin de la guerra misma.

De ahí la atención que en la primera década de este siglo se ha dedicado al sistema penitenciario y a la represión de posguerra, a la violencia institucionalizada en la construcción del nuevo Estado. Política del miedo la define con razón Santiago Vega Sombría en un estudio de las formas de violencia empleadas para someter a los vencidos, desde las cárceles a la expropiación de bienes, pasando por la depuración y la coacción física o psicológica. Y completando el cuadro desde un punto de vista institucional, utilizando por vez primera de manera sistemática documentación generada por los mismos centros penitenciarios, cierra esta selección de novedades Domingo Rodríguez Teijeiro con su completo estudio sobre Las cárceles de Franco, su régimen interno y su función de adoctrinamiento y proselitismo.

De la Guerra Civil se han escrito millares de libros, recuerda Viñas en su capítulo dedicado a ‘La batalla por la verdad’. Así es, sin duda. Y así volverá a ser de aquí a que pasen otros 25 años y las salas de conferencias se llenen a tope y la Guerra Civil motive grandes ventas de libros, igual que ocurrió hace ahora 25 y 30 y 35 años.

¿Holocausto, gulag…?

Las dificultades para expresar con un solo concepto tomado del habitual léxico político la dimensión de la violencia criminal desencadenada en España desde la rebelión militar de 17 y 18 de julio de 1936 mueve a Paul Preston a definir como holocausto lo que su colega Helen Graham había calificado como el Gulag español (The Spanish Gulag). Pero si por holocausto y por gulag se entienden dos formas de violencia eliminacionista que tienen como agentes a Estados en plenitud de poder, Estados totalitarios -el nazi, el soviético- y como víctima a un sector inerme de la población de ese Estado que no ofrece ninguna resistencia y es conducido en masa a campos de exterminio -judíos, disidentes-, entonces lo ocurrido en España no fue ni una cosa ni la otra. Aquí hubo una rebelión procedente del interior del Estado, de su burocracia armada, el ejército, apoyada de inmediato por una institución que detentaba un amplio poder social y político, la Iglesia, y por un partido menor, Falange, rápidamente convertido en una hórrida burocracia fascista. Y hubo una resistencia a la rebelión, armada por el mismo Estado y protagonizada por partidos, sindicatos, organizaciones juveniles y miembros de las fuerzas armadas y de seguridad. La rebelión militar se convirtió en contrarrevolución social y política; la resistencia pasó en unas horas a revolución social que empieza pero no acaba de derribar las instituciones del Estado, cosechando ambas en pocas semanas un gran número de víctimas, eliminadas sobre el terreno. En su tiempo, se habló de matanzas, atrocidades, furia asesina, barbaridades, depuración, limpieza, exterminio del enemigo. Ni holocausto (que en todo caso serían dos, de muy diferente origen y magnitud) ni gulag, lo que movió las dinámicas de la violencia eliminacionista en la España del 36 fue la rebelión militar a la que resistió una revolución, seguidas ambas, rebelión y revolución, de una guerra civil por la ocupación del territorio. Pero como todo esto es largo y complejo de explicar, y muy duro de entender, resulta más eficaz, o más efectista, recurrir a un solo vocablo. Holocausto, gulag: una aparente claridad que confunde más que explica lo ocurrido en España desde julio de 1936.

http://www.elpais.com/articulo/portada/diseccion/interminable/Guerra/Civil/elpepuculbab/20110723elpbabpor_22/Tes?print=1