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La elegancia rústica

José Andrés Rojo. El Rincón del Distraído, 06 julio 2011 | 6 julio 2011

El concepto de elegancia rústica fue utilizado con frecuencia por los propagandistas del régimen franquista

 

Quizá el concepto de elegancia rústica sea a estas alturas un tanto desconocido. No lo fue al terminar la Guerra Civil, donde los propagandistas del régimen franquista lo utilizaron con frecuencia. Había sido, sin embargo, José Antonio Primo de Rivera, el fundador de la Falange, el primero en darle su auténtica dimensión y su cabal significado. Lo hizo durante el discurso del 29 de octubre de 1933 cuando, para referirse a los pueblos de la «España maravillosa», se sirvió de esa expresión: elegancia rústica. Resulta difícil saber exactamente qué quería decir. Fuera lo que fuera, se trataba desde luego de algo auténtico. Como auténtico era aquello que convertía a los españoles en verdaderos españoles. Y ese algo iba más allá de la épocas gloriosas del Imperio y la Reconquista, incluso se remontaba a días aún más lejanos a los de la Hispania romana: aludía, en fin, «a un espíritu que precede todo tiempo conocido e historiable: una tierra, una lengua, una emoción codiciadas, una identidad sin nombre porque precede a los nombres y a los pueblos». La cita está tomada del libro El pasado es el destino. Propaganda y cine del bando nacional en la Guerra Civil (Cátedra / Filmoteca Española), de Rafael R. Tranche y Vicente Sánchez-Biosca. Ahí estudian con todo detalle los elementos formales con los que el franquismo fue construyendo su leyenda. Y lo hacen deteniéndose en el trabajo que desarrolló el Departamento Nacional de Cinematografía (DNC), el aparato de movilización y agitación que el régimen franquista creó en abril de 1938 y que estuvo activo hasta principios de los cuarenta. Un buen ejercicio para acercarse al significado de elegancia rústica es ver algunos de los documentales y noticieros (el libro incluye un DVD con una amplia selección de aquellas piezas de exaltación patriotera) que realizó el DNC durante aquellos días. Días de gloria para los vencedores de la contienda que celebraban en su propaganda la magnitud de su desafío: volver hacia atrás, a los remotos siglos en los que España gobernaba el mundo.

Fernán González, Guzmán el Bueno, el Cid, los Reyes Católicos. Franco (en la imagen está sentado en la segunda fila, y preside una reunión de militares canarios en julio de 1936) los convirtió en sus cómplices más cercanos en su afán de reescribir el pasado teniendo como modelo la Reconquista. Y ese mensaje es el que se repite, una y otra vez, en los documentales del DNC. El acueducto de Segovia, las piedras de los castillos de Castilla, el Escorial, Covadonga, la Alhambra: esos lugares son lugares de grandeza, y una voz en off se ocupa de situar esos escenarios y de explicar la envergadura de la causa. Luego, y a través de insospechados fundidos, se mezcla la gloria remota con la que vivían durante aquellos días los vencedores de la guerra. Como en su día los Reyes Católicos, también Franco había reconquistado la unidad de España frente a las terribles amenazas de sus enemigos de siempre. El tono lo da un texto incluido en una de las revistas del régimen, destinado a ensalzar la conquista de América: «La Raza ha cumplido su misión y el Cristianismo impera defendido por el Yugo y las Flechas en todos los meridianos», escribía allí Federico de Urrutia. Y también: «Aires saturados de constituciones, enciclopedismos, teorías rousseaunianas, mitos liberales, órdenes secretas, cuevas masónicas y traiciones de lesa patria, no han podido hacer mella en el imperio espiritual de la Raza».

La raza, esa marca que llevan en lo más íntimo los españoles de verdad, debía proyectarse hacia fuera a través de la elegancia rústica. Es una hipótesis. Lo que importa, en cualquier caso, es que Franco aparecía en aquellos noticiarios y documentales como el buen señor que había de ocuparse de sus buenos vasallos, a la manera del Cid.

De un lado estaban, explican Tranche y Sánchez-Biosca, aquellos valores que defendía la dictadura: «unidad nacional, Castilla, Imperio, espíritu de la Contrarreforma, independencia nacional…». Y, en las antípodas, lo que condenaban: «invasiones, liberalismo, racionalismo, laicismo y revolución». «El franquismo no aspiraba en absoluto a dar credibilidad científica a la Historia, a su correspondencia con los hechos, sino a formar un espíritu nacional». Lo que resulta lamentable es que muchas entradas (¡quién sabe cuántas!) del Diccionario biográfico que presentó hace unos días la Real Academia de Historia parezcan inspiradas (¡todavía ahora!) por los mismo criterios que guiaron el trabajo del DNC.

http://blogs.elpais.com/el_rincon_del_distraido/2011/07/la-elegancia-r%C3%BAstica.html