Felipe Matarranz: «Era soldado de la República pero me juzgaron por bandolerismo»
Combatiente republicano. Participó en varias de las batallas más cruentas del frente norte
Pedro Alonso Colombres
Tras unos años en la cárcel, en 1942 se unió al maquis, la guerrilla antifranquista
A los 95 años Felipe Matarranz (La Franca, Asturias 2 de septiembre de 1915) está orgulloso de seguir siendo oficialmente declarado en rebeldÃa. Vive desde hace catorce años en el asilo de Colombres y disfruta de unas facultades fÃsicas y mentales envidiables. Aún muestra indignación al declarar que prefiere morir a vivir arrodillado y manifiesta seguir luchando por sus ideales.
Miliciano republicano, combatió la guerra civil desde el primer dÃa cuando pertenecÃa a Juventudes Socialistas Unificadas. Herido en varias ocasiones e incluso dado por muerto, sobrevivió a algunos de los combates más duros del norte: cuartel de Simancas (Gijón), La Argañosa (Oviedo), cuartel de Loyola (San Sebastián), La Cabra, Espinosa de Bricia, El Mazuco…
A finales de 1937 fue detenido e ingresó en diferentes cárceles durante la guerra salvando dos condenas a muerte. En 1942 consiguió ser indultado, lo que aprovechó para continuar la lucha en clandestinidad en la guerrilla astur-montañesa (Brigada Machado). En 1946 volvió a ser detenido, pasó cuatro meses incomunicado y le condenaron a seis años de cárcel. Fue en julio de 1952 cuando salió en libertad condicional tras haber pasado en total 12 años encerrado. Se vinculó al Partido Comunista en la clandestinidad y trabajó como encargado en la empresa Dragados y Construcciones.
¿Cuándo comenzó su vinculación polÃtica?
A los quince años ingresé en Pioneros, una agrupación de niños en Torrelavega, donde nos enseñaban los intereses que tenÃamos que defender. Nos explicaron que habÃa dos clases sociales; el capital y el trabajo y nos decÃan que los obreros nos tenÃamos que unir para convertirnos en los dueños y señores del mundo. Nos hicimos revolucionarios desde entonces. Después pasamos a las juventudes comunistas hasta que nos reunimos en la Juventud Socialista Unificada.
¿Cómo se organizaron cuando tuvieron conciencia del estallido de la guerra?
Ya éramos conscientes de la situación, sabÃamos por nuestros jefes que podÃa haber un alzamiento. Cuando nos lo ratificaron lo principal era armarse aunque apenas tenÃamos con qué. En casa disponÃa de una escopeta del 12, un revólver y una pistola que habÃa traÃdo un tÃo mÃo de México. Nos abastecimos de munición y el 17 de julio fuimos directos a tomar el Ayuntamiento de Torrelavega porque ya sabÃamos cómo tenÃamos que actuar. Nada más llegar el alcalde, Pedro Lorenzo, nos dijo que estaba de nuestra parte.
¿Cuáles fueron sus primeras misiones?
Tras el alzamiento en España el 18 de julio, lo primero fue organizar las milicias, éramos unos 30 o 40 hombres y nos organizamos en grupos de cinco. Me convertà en enlace para llevar cosas a Bilbao, San Sebastián, etc.
¿Cómo se desarrollaron los primeros combates?
Los primeros los tuvimos en una llanura arriba del Puerto del Escudo (lÃmite entre las provincias de Cantabria y Burgos). Nos dijeron que el enemigo venÃa por allÃ, asà que las milicias acudimos en su encuentro. Cuando veÃamos los camiones a lo lejos comenzamos a disparar y ellos se retiraban.
¿Cuándo tuvo conciencia de la dureza de la batalla?
Tras habernos aprovisionado de dinamita en ReocÃn, cortamos la carretera del Escudo y volvimos a ver un camión que se acercaba. Entonces nos dispararon con morteros. Cuando vimos las hogueras y los cráteres que dejaban los disparos nos quedamos anonadados, ni sabÃamos con qué nos tiraban. Nunca habÃamos visto nada parecido. Poco a poco nos aproximamos hasta que empezaron a hablar las escopetas. Cuando estábamos cerca de su camión retrocedieron y fue entonces cuando vi el primer muerto. TenÃa una cara terrible, me quedé fatal. Tiempo después verÃa cientos y cientos de muertos.
¿Con qué armamento contrarrestaban los ataques?
Los cartuchos de dinamita nos ayudaron mucho, asustaban simplemente por el estruendo que metÃan. IntroducÃamos la dinamita en botes de pimientos y después los rellenábamos con piedras, puntas o hierros. Esas eran las bombas que tenÃamos.
¿La diferencia de armamento marcó el devenir de la contienda?
Asà es. Nosotros no contábamos con ningún avión mientras que ellos disponÃan de 100 bombarderos Bücker y Caproni más los cazas que les respaldaban. Estuvieron ensayando en España el armamento que utilizarÃan posteriormente en la Segunda Guerra Mundial. Era un campo de operaciones, nunca atacaban de la misma forma. Los aviones venÃan de tres en tres y barrÃan todo. Ensayaban constantemente mientras nosotros ni siquiera tenÃamos armamento para derribar a los aviones. Las partidas que nos llegaban eran armas sobrantes y desfasadas procedentes de la Primera Guerra Mundial.
Usted fue depositado en la pila de los muertos tras recibir un disparo en Las Cabañas de Noceco.
En septiembre del 36 llegó un barco a Santander con armamento para nosotros. Nada más ver los fusiles ligeros ametralladores y los de petaca dije que sabÃa manejarlos cuando en la vida habÃa visto uno. Salà como cabo tirador y me enrolé en el batallón 110 que partió en dirección al puerto de Los Tornos (Cantabria), donde llegamos el 5 de octubre. Cinco dÃas después nos dijeron que habÃa que atacar un enclave denominado Las Cabañas de Noceco. Siempre me acompañaba el camarada Alfredo Sáiz Fernández, alias Verduguillo, quien me salvó la vida varias veces porque yo era demasiado acelerado. No habÃa forma de entrar en las cabañas, el tiroteo era terrible. Ellos estaban detrás de una pared y nosotros en la puerta. Percibà un calambre en la ingle, pero se me pasó y seguà disparando. Poco después noté que el pie me resbalaba dentro de la bota. Me toqué y vi toda la sangre que caÃa y poco después perdà el conocimiento. Los camilleros me echaron a la pila de los muertos.
¿Cómo consiguió sobrevivir?
Gracias al médico Francisco Guerra que fue quien se dio cuenta de que estaba vivo cuando nos traÃan a enterrar a Torrelavega. Años después se convirtió en una eminencia de la medicina e incluso fue propuesto para el premio Nobel. Actualmente vive en Madrid, solemos quedar una vez al año para comer. Una vez fuimos al lugar donde me dieron por muerto. Nunca me ha dado demasiados detalles de aquel episodio, simplemente me dijo que se dio cuenta de que vivÃa porque todavÃa no me habÃa quedado tieso. Me llevaron a la Bien Aparecida, donde al tercer dÃa desperté sin saber dónde estaba.
Durante la contienda consiguió zafarse de varias detenciones.
TenÃa la experiencia previa de una detención en Vargas (Cantabria) cuando me detuvieron por primera vez junto a unos 20 o 30 camaradas. Uno de los enemigos se acercó a la fila de detenidos y descargó la pistola aleatoriamente sin motivo alguno. Esto me sirvió cuando nos apresaron cerca de Alceda. En ese combate habÃa caÃdo nuestro capitán y todos estábamos desmoralizados. Verduguillo le quitó la gorra al fallecido y me la puso a mà gritando que yo era el nuevo capitán. Por eso temà que podrÃa ser yo el primer ajusticiado, asà que me lancé por un precipicio escuchando un tiroteo a mi espalda. El Estado Mayor nos habÃa dicho que si nos tenÃamos que entregar lo hiciéramos a los italianos, porque te llevaban a campos de concentración, los españoles te eliminaban.
¿Qué combates fueron los más duros?
Los peores y los que más me impresionaron fueron en El Mazuco (Asturias, septiembre de 1937). Se ha llegado a decir que fueron los combates más sangrientos de toda la guerra. Se formaron diferentes batallones y yo milité en la Brigada Montañesa. Cuando subÃamos hacia El Mazuco nos cruzábamos con los camilleros que bajaban decenas de muertos y heridos. HabÃa unos 100 aviones bombardeando de tres en tres. La mayorÃa de los muertos eran a consecuencia de las piedras que saltaban tras los bombazos.
¿Cuándo sospechó que la guerra se estaba decantando para el bando contrario?
Lo empezamos a sospechar en la batalla de Irún cuando nos estábamos quedando sin munición. A escasos metros en Hendaya habÃa un tren procedente de Rusia con armamento para nosotros. Finalmente los bombardeos nos hicieron retroceder y el tren no pasó. Aquella situación nos pareció muy rara y nos hizo reflexionar.
En diciembre de 1937 fue detenido en Torrelavega, le metieron en la cárcel y le condenaron a muerte.
Estuve condenado a muerte dos años menos un mes y 18 dÃas metido en una celda en la que daba tres pasos y no me podÃa girar porque me mareaba. Como todavÃa no me habÃan fusilado me metieron nuevas denuncias y una segunda condena a muerte. En total estuve en 12 cárceles diferentes; Torrelavega, la Tabacalera en Santander, etc.
Una vez terminada la guerra y cuando recibió el indulto en 1942, ¿qué le motivó a seguir la lucha en la clandestinidad?
Fuimos educados para eso, para no ser esclavos voluntarios, antes preferÃamos morir. Al dÃa siguiente de salir de la cárcel me convertà en enlace general del comité regional de Asturias y el comité provincial de Santander de la guerrilla. TenÃamos que vivir en la clandestinidad y apenas conocÃamos datos de los demás enlaces. Me hice pasar por falangista y hasta tenÃa un carné (con el nombre de José Lobo), llevaba una pistola dentro de un libro de Franco y una chapa religiosa en la solapa.
¿Cuando se echó al monte la vida fue tan dura como en la guerra?
No, en la montaña pasabas frÃo, dormÃas entre las fieras y si te sorprendÃa la Guardia Civil habÃa un pequeño tiroteo. Cuando anochecÃa subÃas hasta donde no llegaban ni los lobos porque sabÃas que hasta allà no iba la Guardia Civil. Tras los años de enlace, tuve que luchar en la montaña durante algo más de un año.
¿Cómo le detuvieron por última vez?
Me habÃan dado la orden de que la guerrilla tenÃa que cambiar de puntos de apoyo y de enlaces porque todo estaba bastante corrompido. Tuve una reunión en una cabaña en La Borbolla (Asturias) con otros tres guerrilleros; Gildo el Tresvisano, Madriles y Guerrero. Nos delataron unos chivatos y empezamos a escuchar un tiroteo. Como éramos veteranos de guerra sabÃamos cómo actuar. Cuando salté por una ventana tropecé con Madriles al que ya habÃan matado. Al pasar por un muro me encontré a Gildo sentado. Le habÃan disparado en un pie y después me enteré que se habÃa dislocado el otro. Aun asà consiguió escapar hasta Cabrales a unos 30 kilómetros. Yo me fugué a La Franca, donde me detuvieron al dÃa siguiente.
¿Cómo fue su segunda etapa en la cárcel?
Me metieron en la provincial y pasé cuatro meses incomunicado con 22 diligencias. CreÃa que me morÃa y que no podrÃa aguantarlo. A través del váter consiguieron algunos camaradas hablar conmigo y me dijeron que no habÃa caÃdo nadie de los mÃos.
Durante el franquismo fueron considerados como bandoleros.
A mà me juzgaron por terrorismo y bandolerismo cuando en realidad nosotros éramos soldados de la República que no entregamos el fusil y que seguimos luchando en el llano y en la montaña.
¿Cuándo decidió escribir su biografÃa?
Le di unos escritos mÃos a una prima que vivÃa en Cuba pero sin darle mucha importancia. Al de un tiempo me llamaron para ver si se podÃan publicar. Finalmente editaron el libro con el tÃtulo de Manuscrito De Un Superviviente (Cuba, 1987). Tiraron 10.000 ejemplares y a los quince dÃas ya se habÃan agotado. Me dijeron a ver si podÃan cambiar el tÃtulo que yo habÃa puesto; Hay Muchos Cristos. Aquella frase se la oà a mi madre cuando salà de la cárcel por segunda vez. Me dijo que yo habÃa sufrido mucho, como Cristo, y que solo me habÃa faltado morir como murió él.
http://www.lavozdeasturias.es/asturias/soldado-Republica-juzgaron-bandolerismo_0_521347878.html