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Hitler el loco

José Asensi Sabater. Informacion.es, | 1 agosto 2011

Cuando finalmente Hitler fue derrotado la dictadura franquista gestionó su paso por la Historia a título de loco

 

JOSÉ ASENSI SABATER El franquismo no sabía muy bien cómo tratar al personaje. Hasta 1942, cuando los tanques del dictador nazi se paseaban por Europa, Franco cultivó el idilio. Pero cuando la suerte del Führer cambió, el régimen se fue distanciando, y cuando finalmente Hitler fue derrotado y se revelaron las infamias cometidas, las masacres masivas perpetradas, el holocausto cuidadosamente planificado por ese trompetero de la muerte, la dictadura franquista gestionó su paso por la Historia a título de loco. Hitler era un loco.

Pero no era un loco. Era un ser sanguinario, no muy diferente de otros muchos, que llevó a sus últimas consecuencias una ideología totalitaria basada en la superioridad de la raza aria y que, por cierto, consideraba a España y a los españoles como una raza inferior, de piel turbia, una raza de esclavos que debía ocuparse de tareas inferiores dentro de la jerarquía del Nuevo Orden, cuya duración cifró en mil años.

También ahora la Caverna Mediática que infesta la TDT, algunas de cuyas terminales están generosamente financiadas por Esperanza Aguirre, esparce el mensaje de que Anders Behning Breivik es un loco, un masón, un «nacionalista identitario», una anomalía, en fin. Es decir, cualquier cosa que cree confusión sobre su verdadera naturaleza. No. Breivik es un terrorista. Cualquiera que sea la definición de terrorismo a que nos atengamos, entre las muchas que hay, Breivik cumple todas y cada una de las condiciones.

Un tipo solo o en compañía que mata por una ideología similar a la del propio Hitler, que identifica con precisión a sus enemigos, socialistas y musulmanes, que asesta un golpe largamente meditado para aterrorizar a sus víctimas y a la población en general en aras de sus objetivos políticos es simplemente un terrorista de extrema derecha que, por otra parte, se declara así mismo cristiano (¿) (también Hitler decía que era cristiano y coqueteó sin reparos con la sede de San Pedro). El mismo Breivik lo ha dicho: «el arresto marca el inicio de la fase de propaganda».

Volviendo a la Caverna, produce náuseas ver a esos personajes mediáticos tratar el asunto Breivik sin derramar una sola lágrima, una sola muestra de dolor hacia las víctimas del terror, que en este caso son ciudadanos inocentes y jóvenes laboristas cuyas vidas ha segado de raíz el citado terrorista. Al contrario: esos cavernarios impenitentes, una mezcla grotesca de «liberales» trasnochados y fracasados, algún expresidiario, camorristas y listillos, hacen juegos malabares para desviar la atención del asunto Breivik, pues les atañe directamente en su condición de trompeteros de la extrema derecha española.

Decía uno de estos caballeros mediáticos que las ideas no delinquen. Y, en abstracto, así es. Pero, en concreto, no cabe duda de que hay ideas que alimentan el terror, que incitan a la violencia, que desprecian y humillan al adversario y actúan como modelos intelectuales de lo que luego ejecutan otros individuos embrutecidos. No hay más que mirar a Europa para darse cuenta de cómo estos propagadores de la infamia han perdido el miedo a mostrarse tal como son. La extrema derecha vuelve por donde solía. En medio de una situación próxima al caos, provocada por poderes financieros sin escrúpulos, ante los cuales estas terminales neofascistas se arrodillan, se abre paso bajo diferentes camuflajes una marea de personajes que, desde los medios de comunicación y en nombre de la libertad, sueñan con cargarse la democracia y regresar a la pesadilla del reinado de los mil años.

El guión de esa extrema derecha, en sintonía con los postulados de Breivik, ha identificado a sus enemigos: el marxismo (¿pero no quedamos en que el marxismo había sucumbido?) y, por otra parte, el Islam, un enemigo convenientemente presentado bajo la etiqueta exclusiva del fundamentalismo. La estrategia consiste, en fin, en desacreditar la democracia tachándola de incapaz y de genéticamente corrupta.

Por eso la respuesta, como se ha dicho estos días, no puede ser otra que más democracia. Una democracia ciertamente debilitada por el poder de los mercados y replegada en la defensa de instituciones formales pero que debe despertar, regenerarse e incidir en sus propios valores, que son los que pueden iluminar un mundo más esperanzador. La democracia debe defenderse de sus enemigos, especialmente del terrorismo, que sigue vivo en sus múltiples caras, a las que hay que añadir la que procede de esos mensajeros del miedo del fundamentalismo de extrema derecha.

http://www.diarioinformacion.com/opinion/2011/08/01/hitler-loco/1154233.html