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Lorca y la memoria

Iñaki Adúriz. Diariovasco.com, 02.09.11 | 3 septiembre 2011

Habría que esforzarse en profundizar en la compleja cuestión de la memoria

 

IÑAKI ADURIZ |

Habría que esforzarse en profundizar en la compleja cuestión de la memoria, al vincularla no tanto al apaciguamiento del dolor, como a la recuperación de la dignidad que la persona desaparecida merece

 

Ahora que se recuerda la figura de Federico García Lorca con motivo del 75º aniversario de su asesinato, acaecido a mediados de agosto de 1936 entre Alfacar y Viznar (Granada), vendría bien ponerla como ejemplo del cuidado que hay que tener a la hora de interpretar la cuestión de la memoria histórica asociada a la Guerra Civil Española, iniciada ese año; e, incluso, a nuestra historia más reciente, en especial, si se trata de reconocer, respetar y reparar moralmente a las víctimas de un pasado marcado por la violencia y el terror. Respecto a esto último, no habría que hablar tanto de que hay que dejar pasar el tiempo -«las heridas abiertas no se van a cerrar de un día para otro», dicen algunos- para que el dolor causado remita, y sí, acaso, habría que esforzarse en profundizar en la compleja cuestión de la memoria, al vincularla no tanto al apaciguamiento del sentimiento de dolor, como a la recuperación de la dignidad que la persona desaparecida merece. Una idea de la memoria, en fin, como valor esencial de que las personas han existido y, a través de ellas y de su entrega y testimonio, como imprescindible engarce con el curso democrático de la Historia.

La experimentada voz, en este caso, de Manuel Altolaguirre, amigo de la infancia, compañero de fatigas y de generación literaria del universal poeta de Fuente Vaqueros, expresaría su verdadero calado. «Todo cuanto medimos en la vida (con la muerte) nos dio definitivamente su gran suma. Ningún campo tan grande como el de nuestra memoria» (‘El caballo griego’, 2010). Tras esta limpia y dilatada visión que funde memoria y vida, serio indicio de que la cosa va mal supondría el hecho de que estuviéramos dispuestos a pasar de la primera sin que nuestra conciencia se lamentara por tal dejación de reconocimiento de la segunda, por tal olvido de esfuerzos y logros realizados por los que murieron de manera fatalmente injusta; es decir, por culpa de los violentos y fanáticos. Pues bien, acallar con nobleza esa conciencia hacia los demás violentados y asesinados, restituir «su gran suma» de memoria, cumplir con ese deber moral de la sociedad, atender esa necesidad de raíz democrática, no es, en el fondo, sino la base de la llamada Ley de Memoria Histórica, así como de distintos programas y proyectos, la mayoría de ellos sujetos, como es de suponer, a todo tipo de acontecimientos más o menos favorables a sus iniciales pretensiones.

Si se evoca a Federico García Lorca es justamente porque se ha convertido en un caso excepcional de la memoria histórica, y aun así no ha sido ajeno a los vaivenes de ésta. Por un lado, no solo se ha recuperado su memoria, sino que se ha agigantado con el tiempo. Para bien de todos, ese muerto «desconocido», ese «lucero ignorado» -recuerda Manuel Altolaguirre- que era cuando le mataron se ha transformado a lo largo de estos tres cuartos de siglo en una estrella del firmamento de las artes y las letras y, mucho más, en un símbolo de la libertad y la justicia. Aunque es más que sabido, no estaría mal señalar aquí que su memoria muestra óptimas cualidades a las que nos podemos aferrar los seres humanos, yo diría que casi con urgencia. Ahí están su sensibilidad y generosidad, su talento y creación, su personalidad y trabajo. Pero, al mismo tiempo, y debido a ello, tampoco hay que olvidar que pone en evidencia el tipo de crimen cometido contra él y contra la Historia, al igual que los necios mecanismos y la falsa retórica que lo suelen regir.

No hay duda, pues, de que su práctica memorística goza de buena salud democrática, si bien la misma sirve para darnos cuenta de lo que cuesta mantenerla en ese estado de alerta y vitalidad. Porque, por otro lado, haber accedido a este lugar que ahora ocupa no ha sido un camino de rosas, y setenta y cinco años después de su fusilamiento lo único que parece que ha valido para que esto sucediera ha sido el esfuerzo de sus familiares por difundir su obra. En principio, un gesto simbólico pero crucial, el que se efectuó en 1984, cuando su hermana crea la fundación con su nombre, pasando, en 1995, por la apertura de la casa-museo de la Huerta de San Vicente y, ahora, finalmente, en 2011 y después de superar numerosos problemas, por la concreción del Centro Federico García Lorca.

Luego, con no menores obstáculos, el combate sigue, ya que, como dice su sobrina Laura, ahora intentan desmitificar su figura de las loas y tentaciones mediáticas (el morbo de ciertos espectáculos se paga a buen precio) y políticas (exhumar a los divos históricos es cosa de la izquierda o de la derecha) para, así, situarlo a la par de otros miles de represaliados y víctimas anónimas. Y, en efecto, no otra ha de ser la visión que guíe la labor en torno a la memoria histórica y, por extensión, a la más reciente no exenta de dolor: concebir un proceso que evolucione sin mitos ni reduccionismos tentadores, y que se encamine por la senda de la restitución equitativa de la dignidad de todas y cada una de la personas menospreciadas y masacradas.

http://www.diariovasco.com/v/20110902/opinion/articulos-opinion/lorca-memoria-20110902.html