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Un jalifa, los requetés y Mola: genealogía de la Cruzada de 1936

J.Morán. La Provincia.es, | 19 octubre 2011

La difícil aclaración de en qué momento la sublevación del 18 de julio de 1936 se convirtió en cruzada tropieza con algunas curiosidades

 

MORÁN La difícil aclaración de en qué momento la sublevación del 18 de julio de 1936 se convirtió en cruzada (así definida después por el episcopado español), tropieza con algunas curiosidades. Desde el punto de vista cronológico, en su libro La Espada y la Cruz (La Iglesia 1936-1939), de 1977, Hilari Raguer, monje benedictino de Montserrat e historiador, precisó que ninguno de los generales conspiradores invocó motivaciones religiosas para el alzamiento. Es más, Raguer expone en un libro posterior, La pólvora y el incienso (2001), cómo el general Mola había rechazado en junio de 1936 la colaboración económica que había ofrecido para la sublevación el partido católico, la CEDA de Gil Robles.

Pero el primer hecho curioso surge ya en los primero días de la guerra, cuando «Muley Hassan ben El Mehdi, jalifa de la zona española del protectorado de Marruecos, bendice a los primeros moros que salían para la Península y declaraba la guerra santa contra unos españoles que no tenían a Dios en sus banderas». Al llegar estos ejércitos moros a Sevilla, sus integrantes toman con gusto los brazaletes que les dan las sevillanas y que llevan el Corazón de Jesús bordado. Se denominan «detentes», por su inscripción: «Detente, bala, el Corazón de Jesús está conmigo». Los moros los llaman «corazón para-balas». Franco hablará de esas curiosidades con Mola y de una frase que ha escuchado a los moros: «Hacía tiempo que no podíamos matar hebreos».

La segunda referencia religiosa temprana al alzamiento se produce en Navarra, «un caso aparte», dice Raguer. En dicha región, «la guerra fue confesional desde el primer momento, y aun se podría decir que antes de empezar, porque desde el siglo pasado había guerra latente por Dios y por el Rey». Cierta interpretación historiográfica habla de que el carlismo alentó las cuatro guerras civiles de España, tres en el siglo XIX y la del XX.

Por último, la primera alusión a la guerra civil como cruzada (bajo el signo de la cruz) se debe al general Mola, en una alocución al pueblo castellano de agosto de 1936, en la que dice: «Sobre las ruinas que el Frente Popular deje -sangre, fango y lágrimas- vamos a edificar un Estado grande, fuerte y poderoso que ha de tener por galardón y remate allá en la altura una Cruz de amplios brazos, señal de protección para todos. Cruz sacada de los escombros de la España que fue, pues es la Cruz símbolo de nuestra religión y nuestra fe».

Pero estas tres pinceladas han de completarse con los pronunciamientos del episcopado español y del Vaticano en aquellas fechas. El cardenal primado, Isidro Gomá, es el que mantiene la comunicación directa con la Santa Sede. Además de informar de la destrucción de vidas que ha supuesto la persecución religiosa en los primeros meses de la guerra, Gomá comunica al Vaticano (que rápidamente lo asume como problema), que el Gobierno nacionalista vasco, católico, pero que lucha contra el Ejército nacional, cuenta con el apoyo de clérigos. Al mismo tiempo, en ese mismo ámbito, numeroso clero vasco no nacionalista ha sido encarcelado. El problema culmina en septiembre de 1936 cuando nueve sacerdotes vascos que acompañaban al ejército de gudaris son ejecutados por una columna carlista de los nacionales. La impresión que causaba ese suceso, según comenta el historiador Luis Suárez en su libro Franco y la Iglesia (2011), era que «no había diferencia entre un bando y el otro», pues en los dos se asesinaba a sacerdotes.

Aunque pudieran parecer unos hechos muy circunscritos a una parte de España, la Santa Sede les prestó especial atención y el cardenal Pacelli, secretario de Estado del vaticano y futuro papa Pío XII, llegó a proponer que se entablase una negociación de los nacionales con el lendakari Aguirre, para que depusiese las armas. Sin embargo, el canónigo Alberto Onaindía, enviado por Aguirre a Roma, comunica al Vaticano que dicha negociación sólo sería válida con el reconocimiento del Estatuto de Guernica y la semiindependencia del País Vasco.

Por tanto, el problema nacionalista vasco, con católicos a favor y en contra, era una de las preocupaciones del Vaticano, y se sumaba a otra mayor: el apoyo de Hitler a la causa de Franco en un momento en el que Santa Sede censuraba los totalitarismos europeos. Ambas cuestiones, así como el reconocimiento vaticano de la España de Franco, que no llegaría hasta 1938, difirieron un pronunciamiento claro de la Santa Sede sobre la guerra civil. Raguer advierte de que el papa Pío XI nunca utilizó la palabra «cruzada» en sus textos y alocuciones. De hecho, la primera vez que se pronuncia sobre la guerra española es el 14 de septiembre de 1936 en una audiencia pública en Castelgandolfo a la que asisten muchos fugitivos españoles.

Los historiadores toman unas u otras frases de aquella alocución para arrimar la interpretación a uno u otro lado. Luis Suárez destaca en el citado libro que el Papa «calificó a los rojos de fieras salvajes y crueles desprovistos de la misma naturaleza humana, aun la más miserable», y destaca el historiador que «por primera vez se había calificado de mártires a las víctimas de la persecución religiosa». Por su lado, Raguer señala el momento en el que el Papa habla de que «intereses no rectos e intenciones egoístas o de partido se introducen para enturbiar y alterar toda la moralidad de la acción y toda la responsabilidad», lo que significaba «una velada acusación contra los sublevados» y sus acciones de represión en los territorios conquistados.

Sin embargo, pese a la prudencia de Pío XI, Alfonso Álvarez Bolado anotó en su estudio sobre el nacionalcatolicismo (Para ganar la guerra, para ganar la paz, de 1995), que «en no menos de 11 diócesis, de las 32 cuyas capitales estaban ya liberadas en la segunda mitad de agosto, sus obispos se han definido en forma absolutamente clara antes de que hable el Papa el 14 de septiembre». Hablan explícitamente de cruzada en Pamplona, Palencia, Vitoria, Segovia, Salamanca, etcétera, es decir, en la parte septentrional de España. No obstante, será el obispo Pla y Deniel, de Salamanca, el que fije el término cruzada en su carta pastoral «Las dos Ciudades», publicada el 30 de septiembre de 1936: «Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar, sino para restablecer el orden». Había surgido la primera señal del nacionalcatolicismo.

http://www.laprovincia.es/sociedad/2011/10/18/jalifa-requetes-mola-genealogia-cruzada-1936/408774.html