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Miranda, una «prisión» para la memoria

Diario de Burgos, | 7 diciembre 2011

La Comisión Técnica de Expertos de la Ley de la Memoria propuso dar un trato significativo al campo de concentración franquista

 

G.A.T. / Miranda – miércoles, 07 de diciembre de 2011

La Comisión Técnica de Expertos de la Ley de la Memoria Histórica que se ha encargado de analizar los vestigios del franquismo para su retirada puso hace unas semanas a Miranda de nuevo en el foco de la actualidad. Lo hizo al proponer en su informe dar un trato significativo a la ciudad como uno de los lugares en los que hubo un campo de concentración franquista.

«En el caso particular de un posible campo de concentración en Miranda de Ebro, a falta de recabar información más precisa y por tratarse de un lugar de memoria, la propuesta de la Comisión ha sido la de crear un centro de interpretación en el lugar», reza el textualmente el informe.

A esta conclusión llegaron los expertos tras tres hechos significativos. Uno fue la lectura del libro Historia del campo de concentración de Miranda de Ebro (1937-1947), de José Ángel Fernández López, documento extenso y riguroso, fruto de años de investigación por parte de este vecino de Miranda.

Parte de los integrantes de esta Comisión también visitaron los escasos restos que se conservan del campo y los terrenos en los que su ubicó. E importante fue que lo hicieron, además, con otro vecino de Miranda, Félix Padín, quien fue prisionero en el campo durante varias etapas.

«Se persigue dejar el recuerdo de lo que fue un sistema de represión de un régimen dictatorial, y que es el único del que se conserva algo, quedando solo ese pequeño recorrido marginal junto a la vía del tren», explica Josefina Cuesta, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca, y una de las integrantes de la Comisión que visitó los restos.

etapas. Pero, ¿qué fue este lugar?, ¿qué etapas tuvo?, ¿qué lugar ocupó en la historia del régimen de Franco? A ello responde José Ángel Fernández, cuyo libro -agotado en sus dos ediciones- detalla lo que el campo fue. El campo nace en 1937. «Los primeros prisioneros eran fusilados allí en el frente; pero después necesitaron espacio para prisioneros y se empezaron a requisar conventos, monasterios, escuelas… para retenerlos allí. Estos se quedaron pequeños; y al caer Bilbao, donde se capturaron 14.000 prisioneros, tuvieron que habilitar campos de concentración, en este caso el de Miranda», relata.

De forma improvisada, y aprovechando materiales del American Circus que estaba en Miranda, se eligen los terrenos de la empresa Sulfuros Españoles. Tras tener a los prisioneros en la plaza de toros y en la azucarera, se llevan al campo, que ellos mismo tienen que seguir levantando y acondicionando. Miranda se elige por ser «un punto estratégico de la retaguardia y por sus muy buenas comunicaciones por tren y carretera, además estaba pegado al río Bayas», dice Fernández.

Pasan los años y comienza la Segunda Guerra Mundial, y Franco habilita el campo para retener a los refugiados europeos que huían de la barbarie nazi. Al llegar a la frontera, la Guardia Civil los detenía y eran conducidos a Miranda, donde quedaban prisioneros o se enviaban a otros campos, y después, a África o Portugal. Pero el signo de la guerra cambia, y Franco, en busca de limpiar la imagen de su régimen ante los aliados, relaja la represión en el campo, incluso, varía la denominación.

«A finales de los 40 ya no lo llaman campo de concentración, es un depósito, y los prisioneros pasan a ser internos», relata el autor del libro, en un intento de Franco de alejarse del concepto de campo de concentración nazi.

De hecho, los nazis, también forman parte de la historia del campo, ya que tras acabar la guerra, el mismo recinto se habilitó para los nazis y colaboracionistas, que tras el desembarco de Normandía vinieron a España ante el temor de ser juzgados en Nuremberg. «Muchos de ellos eran nazis convencidos, y otros eran soldados del Tercer Reich», precisa Fernández. Una etapa en la que el régimen suaviza la vida en él, ya que los internos hasta podían salir durante el día a la ciudad. «Solo iban a dormir, era casi como una residencia vigilada», dice el escritor.

80.000 prisioneros. Las investigaciones de Fernández cifran en 80.000 los prisioneros que en 10 años tuvo el campo, alrededor de 15.000 extranjeros, muchos de ellos franceses. El máximo de presos que hubo fue de 4.200, lo que hasta generó una huelga de hambre en el 43. Y también hubo muertos. Este investigador ha localizado 162 oficialmente censados en los libros de defunción y enterramiento del Juzgado de Miranda, «pero hubo muchos más, porque hay testimonios que lo acreditan», confirma. Y habla de intentos de fuga que acabaron con los disparos de los guardias. Los reconocidos «fallecieron por muerte natural, dicho entre comillas, ya que hablamos de tifus, pulmonía, escorbuto… imagínate en qué condiciones vivían», relata. También murieron por miranditis, como llamaban a una enfermedad que desarrollaban al beber agua sin filtrar del río.

Palizas y represión hubo, y mucha, especialmente en la primera etapa, la misma en la que los prisioneros eran llevados a batallones de trabajadores para hacer trincheras y otras obras para el régimen de Franco. También eran obligados a trabajar en la zona, y ellos hicieron entre otras cosas varios cortafuegos en los montes del entorno, la carretera de San Juan del Monte o la reparación de la quemada iglesia de Santa María.

La guerra acaba, en el 45, y los soldados nazis y colaboracionistas, y varios españoles que habían sido implicados en el estraperlo, son llevados a la cárcel de Nanclares de la Oca (Álava). Esto ocurre en enero del 1947, cuando se cierra el campo. No obstante, después, tras un intento de habilitar en él la Academia de Ingenieros, entre el 49 y el 53 se establece como campamento de instrucción de reclutas. Después, los antiguos propietarios vendieron los terrenos a Reposa, empresa química que empieza a operar ahí en 1960.

y llega el 2011. Para Fernández, que trabaja ya en otro libro sobre los mirandeses voluntarios de la División Azul, hacer en Miranda un lugar de memoria del campo no es mala idea. «Todo lo que sea recordar y conocer un capítulo de la historia negra de este país, está bien», dice, No obstante, valora que el lugar no es el idóneo, y que los pocos restos no son del capo como tal, sino que son barracones auxiliares que pertenecían a la compañía de escolta.

Para el autor del libro, la memoria no solo es «tener una sala, un centro de interpretación, unos paneles… el problema es la falta de cultura y de memoria que tenemos los españoles, y sobre todo la juventud, que no lee, no se preocupan por la historia; ahí está el problema».

La catedrática Josefina Cuesta coincide en la importancia de «mantener el recuerdo de lugares de represión que tienen algo en común con toda Europa y que el franquismo se empeñó en eliminar; una herencia negra sí, pero que tenemos que conocer y asumir».

Y ve posibilidades de trabajar en Miranda en un proyecto «bien explicado, sin una gran inversión, pero sí con gran capacidad didáctica y de documentación que permita explicar lo que hubo, uno de los campos de concentración del franquismo más grandes y que gracias a sus etapas permite explicar un recorrido importante de parte de nuestra historia».

http://www.diariodeburgos.es/noticia/Z3EF402C5-01C0-9976-E898035850816CC1/20111204/miranda/prisionpara/memoria