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Navarros en el Valle de los Caídos

Noticias de Navarra, 4-12-2011 | 5 diciembre 2011

Ningún documento aclara cuántos cuerpos fueron trasladados en 1959 al monumento, la mayoría fusilados

 

 

NINGÚN DOCUMENTO ACLARA CUÁNTOS CUERPOS FUERON TRASLADADOS EN 1959 AL MONUMENTO, LA MAYORÍA FUSILADOS

TUDELA, FERMÍN PÉREZ-NIEVAS – Domingo, 4 de Diciembre de 2011

ELÍAS Marchite Jiménez nació en Ribaforada el 20 de julio de 1913. Recién cumplidos los 23 años se marchó al frente enrolado en el ejército de Franco. Hijo de agricultores, Faustino y Flora, eran una familia modesta que en diciembre de 1936 recibieron el cuerpo de su hijo, muerto en el frente cerca de Bergara «en defensa de la patria», siendo enterrado el 19 de diciembre. Veintitrés años después, el 17 de marzo de 1959, sus padres dieron autorización al Gobierno Civil para que se llevaran sus restos al Valle de los Caídos. Con su ataúd fue trasladado también el de Nicolás Pérez García que murió con 21 años en el frente de Valencia luchando contra los republicanos el 13 de agosto de 1938. Nicolás había nacido en una familia de jornaleros el 10 de septiembre de 1916 en Barca (Soria), un pueblo de menos de 100 habitantes. Lejos de su casa fue enterrado con otros tres jóvenes en el cementerio de Tudela, apenas tres días después de fallecer, en la sepultura 2 de la fila 1. Hoy sus restos siguen en el Valle de los Caídos.

 

CORRESPONDENCIA

Identificados y «sacrificados»

Éstos son dos breves epitafios de dos de los ocho cuerpos identificados que en marzo de 1959 el Gobierno Civil de Navarra decidió que tenían que engrosar las criptas de la recién concluida obra del Valle de los Caídos, iniciada en 1940. En estos ocho casos hubo autorización familiar, pero no así en los otros 241 navarros sin identificar que se desenterraron apresuradamente de fosas comunes (la mayoría en la Ribera) para tratar de llenar aprisa y corriendo un monumento destinado a exaltar la memoria de «los héroes y mártires de nuestra gloriosa Cruzada». Pese a que ésta fue la intención inicial, así se ordenaba en un decreto firmado por Franco el 1 de abril de 1940, más tarde se cambió de criterio y el 23 de agosto de 1957 pasaba a ser un «monumento a todos los caídos, sobre cuyo sacrificio triunfen los brazos pacificadores de la cruz».

Las criptas abiertas bajo aquella cruz megalómana, de 300 metros de altura, había que llenarlas y esa labor se encomendó al ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega. Éste ordenó a todos los gobiernos civiles que antes del 20 de noviembre de 1958 enviaran un informe en el que se detallara la siguiente relación: «a) número de enterrados en cementerios identificados y con conformidad familiar para su traslado; b) número de enterrados en cementerios no identificados o en fosas comunes; c) número de enterrados en cementerios especiales de caídos en el frente que estén identificados y d) número de enterrados en cementerios especiales de caídos en el frente que no estén identificados». A todo ello había que añadir un mapa de 60×60 que determinara «dónde existen caídos a trasladar».

En tan minuciosa orden se explicaba también que las cajas que se construyeran para recoger restos colectivos sin identificar deberían «poder contener restos de 15 personas». Eficientemente, el gobernador civil de Navarra, Manuel Valencia Remón, remitió una misiva el 24 de noviembre preguntando qué debían hacer con los fusilados conocidos o anónimos, a los que denominaban personas «sacrificadas». La pregunta evidencia no sólo el conocimiento que tenían las autoridades de las numerosas fosas comunes de Navarra, dentro y fuera de los cementerios, sino también la seguridad de que muchas personas fueron asesinadas. Llama la atención el término «sacrificadas» que, bajo su criterio, se emplea en aras de la «gloriosa cruzada nacional».

En esa misiva Manuel Valencia preguntaba qué debía hacer en dos casos concretos: «1- Enterramientos hechos en el campo, en lugares más o menos localizados de personas sacrificadas, unas identificadas y otras sin identificar, y 2- Enterramientos colectivos que fueron hechos en cementerios de personas sacrificadas, no identificadas la mayoría, pues sólo en algún caso aislado existen datos más o menos vagos sobre ellas».

En la relación enviada cuatro días después desde Navarra se apuntaban cuatro nombres que tenían autorización familiar para ser sepultados en el Valle de los Caídos: Mariano Sanz Martínez, Ciriaco García Pacheco, Emilio Hernández Cañas y Elías Marchite Jiménez. Los tres primeros procedían del cementerio de Pamplona y el cuarto de Ribaforada. Curiosamente sólo este último era navarro ya que los tres anteriores habían nacido en Tetuán, Gallegos de Argañán (Salamanca) y Santiago de la Puebla (Salamanca). Todos ellos eran muy jóvenes y tenían poco más de 20 años. Además el gobernador civil añadía que esperaban confirmaciones de 13 alcaldías sobre varios enterramientos para su traslado.

Hasta marzo de 1959 las misivas entre ambas autoridades se sucedieron. En la mayoría de los casos se hizo para pedir instrucciones sobre cómo actuar en el caso de los traslados de personas «sacrificadas» y no identificadas. Así el gobernador de Navarra preguntaba si debían realizar averiguaciones sobre la identidad de los fusilados en el caso de «enterramientos de personas sacrificadas no identificadas pero respecto de las cuales existen algunos datos, habiendo concretamente en el pueblo de Azagra un lugar en el que se sospecha existe una fosa común por aparecer todos los años en la festividad de Todos los Santos varias coronas de flores».

Finalmente el 21 de marzo se avisó de que dos días después viajarían hasta el valle de Cuelgamuros 7 cajas individuales («con permisos familiares») y 9 colectivas, un envío que se confirmó a través de un telegrama al día siguiente: «Próximo día 23 serán trasladados restos caídos de esta provincia a Valle Caídos calculándose llegarán monumento sobre 19 horas».

Cada una de las provincias españolas (todas trasladaron restos menos Ourense, A Coruña, Las Palmas y Santa Cruz de Tenerife) se encargaron del traslado y de construir las cajas de pino que portarían los restos (individuales o colectivas para 15 personas donde se mezclaban huesos de distintos pueblos y fosas). Posteriormente, debían enviar las facturas al Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos para ser abonadas. En el caso de Navarra, las cajas y la gasolina empleada para recuperar los cuerpos y enviarlos al monumento supusieron un gasto de 6.847 pesetas que debían entregarse «por cuadruplicado consignándose en ellas el descuento del 1,30% por pagos del Estado».

 

CONTRADICCIONES

Cuatro recuentos

Es imposible determinar la cantidad de restos que entraron en el laberinto de criptas (dos en cinco niveles a ambos lados del altar mayor de la basílica) y de capillas (seis en tres niveles en la nave central) que se construyeron en el monumento creado para mayor gloria de Franco. Según los registros de los monjes benedictinos, entre 1959 y 1983 llegaron 33.847 fallecidos, de los que 21.178 estaban identificados y 12.669 eran anónimos. Sin embargo, no existe ningún estudio que confirme estas cifras y el mal estado en que se encuentran las cajas y columbarios por la «dispersión y mezcla de restos óseos», hace «imposible relacionar los restos con los libros de registro», tal y como relata un informe del Ministerio de Justicia de febrero de 2011 que califica de «complejidad extrema» la posibilidad de identificar los restos que allí permanecen, en muchos casos esparcidos por el suelo y fuera de las cajas.

En el caso de Navarra existen hasta cuatro cifras distintas. Si el listado enviado por el Gobierno Civil el 17 de enero de 1959 habla de 249 cuerpos (8 de ellos identificados), las fichas de entrada en el registro del Patronato de la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos (21 de marzo de 1959) citan 81 cuerpos, de los que 7 llegan identificados. A estos dos cálculos hay que unir otros dos, el que ofrece el Ministerio de Justicia (en base a ese mismo registro) y el de la doctora Queralt Solé i Barjau en Hispania Nova. Revista de Historia Contemporánea. El primero cifra en 149 navarros (8 identificados) los que están en el mausoleo, la segunda apunta que llegaron 144 cuerpos de Navarra, de los que 7 estaban identificados.

Semejante galimatías no puede tener otra explicación que la poca rigurosidad con que se hicieron las exhumaciones ya que en los listados no coinciden las localidades en donde se abrieron fosas comunes ni el número de los cuerpos que se extrajeron de las mismas. Para mayor complicación, en febrero de 1980 familiares de fusilados consiguieron sacar del Valle de los Caídos restos de 133 personas, si bien tampoco se registró documentalmente la salida. Este logro-son las únicas exhumaciones que se han realizado en el valle de los Caídos-, se consiguió gracias a la autorización del historiador Javier Tusell, entonces director de Patrimonio Artístico en el Ministerio de Cultura de UCD. Aquellos 133 fusilados procedían de Allo (6), Azagra (19), Corella (27), Larraga (1), Lodosa (5), Los Arcos (6), Mendavia (2), Pamplona (52) y San Adrián (15).

Si bien no coinciden las cifras, más ilógico resulta que tampoco lo hagan los nombres de las localidades de donde se llevaron fallecidos. Si tomamos como bueno el listado del Gobierno Civil, de Navarra se exhumaron cuerpos en Aberin (7), Arano (1), Ayegui (5), Azagra (5), Cadreita (4), Marcilla (7), Milagro (27), Murillo el Cuende (4), San Adrián (10), Tafalla (20), Tudela (1), Ribaforada (1), Pamplona (5), Urraul Bajo (18), Vera de Bidasoa (130) y Yerri (4). El total eran 8 personas identificadas y con consentimiento familiar (cinco de Pamplona y uno de Tudela, Tafalla y Ribaforada), 197 no identificados enterrados en fosas comunes de cementerios y 44 no identificados que habían sido sepultados fuera de cementerios.

Pero las cuentas de los monjes, plasmadas en las fichas de ingreso bajo el lema «relación de los gloriosos restos procedentes de la Cruzada Nacional que se envían para su eterno descanso al Monumento Nacional de la Santa Cruz de los Caídos en Cuelgamuros», no concuerdan con las anteriores. En éstas se apuntan, además de los siete identificados de Pamplona, Tudela y Ribaforada (no aparece el de Tafalla), cajas con cuerpos procedentes de Aberin (5), Cadreita (5), Arandigoyen (valle de Yerri, 10), Ayegui (5), Murillo (Valle de Yerri, 22) y Milagro (27).

Para el Ministerio de Justicia, este listado tampoco es correcto porque en sus archivos figura una entrada de cajas procedentes de Murieta (1 identificado), Murillo el fruto (22 cuerpos), Pamplona (5 identificados), Ribaforada (1 identificado), Tudela (1 identificado), Aberin (8 no identificadas), Ayegui (15 no identificadas), Cabanillas (1 no identificado), Cadreita (68 no identificados), Milagro (27 no identificados).

Ni siquiera los cuerpos identificados que se trasladaron desde Navarra al Valle de Cuelgamuros (lugar donde se encuentra el mausoleo) tienen el mismo registro. Si el listado inicial del Gobierno Civil da la cifra de 8 personas (sin ofrecer nombres), según los monjes benedictinos sólo 7 cuerpos entraron en la cripta. En esas fichas sí se enumera con nombres, apellidos, edad y origen a los únicos que se trasladaron, según las autoridades, con consentimiento familiar. Curiosamente, de ellos seis son nacidos fuera de Navarra, aunque fueron enterrados en localidades de la Comunidad Foral.

Existen testimonios de personas que sufrieron en sus carnes el dolor de la posibilidad de que desaparecieran los restos de sus familiares. Es el caso de los hijos del que fuera alcalde de Estella asesinado en 1936, Fortunato Aguirre. Casi de forma clandestina se hicieron con los restos de su padre, enterrado junto al cementerio de Tajonar, cuando supieron que las autoridades querían trasladarlo. Según publicó DIARIO DE NOTICIAS el pasado mes de septiembre, «empezó a oírse que iban a sacar los cuerpos y los iban a llevar a Cuelgamuros. El ama estaba intranquila y se asustó porque no querían que se lo llevaran. Después de ir de aquí para allá, a Sanidad, al Gobierno Militar, al párroco de Tajonar conseguimos llevárnoslo a Estella».

El historiador Iñaki Egaña relata asimismo como cuatro vecinos de Cárcar fueron desenterrados de un campo de Arizala y trasladados al Valle de los Caídos, junto a otros cinco fusilados en Ayegui que llevaban enterrados junto a la carretera 23 años. Además asegura que los cuerpos de Francisco Nagore y Jesús Azcona, presidente y secretario de UGT en Estella, también fueron conducidos al mausoleo.

Vista de la desinformación, y cómo se realizaron los traslados, se hace evidente la deducción de que nunca se podrá saber ni quiénes ni cuántos fueron exhumados de suelo navarro para ser enterrados en un mausoleo que glorificaba todo aquello contra lo que habían luchado el 99% de los navarros que permanecen bajo la enorme cruz.

http://www.noticiasdenavarra.com/2011/12/04/sociedad/navarra/navarros-en-el-valle-de-los-caidos