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“¡Por la República! La apuesta política y cultural del peruano César Falcón en España, 1919-1939”

José Luis Rénique. EIAL, | 2 enero 2012

De Ascensión Martínez Riaza. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004

 

 

Por cortesía de la autocracia de Augusto B. Leguía, hacia 1920, tres jóvenes periodistas peruanos vagaban por Europa. Nacidos en la última década del XIX representaban a esa emergente mesocracia que, pluma en mano, impugnaba desde la prensa limeña a la «república aristocrática» criolla. Pagaron su audacia con un destierro dorado que incluía un estipendio gubernamental. José Carlos Mariátegui era uno de ellos: en el viejo mundo habría de descubrirse a si mismo y a su país -diría más tarde– antes de volver para convertirse en uno de sus más célebres intelectuales. Opuesto sería el destino de su amigo Félix del Valle. En 1927 –terminado ya el subsidio oficial– relataría a Mariátegui sus peripecias en el invierno madrileño: «vivo peor que el más abandonado de los hombres; en un cuarto en que no me es posible siquiera escribir porque las manos se me entumecen de frío; almorzando cuando puedo, un solo plato». César Falcón, por su parte, era ya por ese entonces corresponsal del prestigioso periódico español El Sol, nada menos que en la capital británica, inicio de una carrera profesional que le reportaría prestigio y reconocimiento.

De Mariátegui, por cierto, hasta el último detalle biográfico ha sido explorado más de ocho décadas después. Y si la trayectoria de Del Valle habría de perderse en la oscuridad, la de Falcón dejaría un sólido rastro escrito, apenas arañado, sin embargo, hasta ahora en que la historiadora española Ascensión Martínez Riaza publica este libro sugerente y refrescante que abre trocha en un tema que tiene especial relevancia ahora que el Perú, por primera vez en su historia, cuenta con una significativa comunidad intelectual emigrante. Las estrategias de adaptación de los intelectuales a medios ajenos es el tema central de este trabajo.

El texto reconstruye la trayectoria de César Falcón entre 1919 y 1939. Los años, es decir, de la fase española de este eximio periodista profesional que en 1940 volvería al Perú para partir a México poco después donde culminó sus días en la década del 70. Examinar las coordenadas históricas de su producción, hurgar sus motivaciones y sus propósitos es la oferta de la autora. No es tarea sencilla. No es Falcón un personaje con vocación autobiográfica y mucho menos transparente. Un par de memorias escritas por gente demasiado cercana a él como para verlo en perspectiva –su ex esposa y su hermano– ayudan en algo a explorar su dimensión personal. Describe Martínez Riaza con sobriedad el acomodo de Falcón a un medio no siempre amable con los extranjeros. Recordemos una vez más al alicaído Del Valle: «pagan una miseria (…) tres duros por artículo, cuando pagan, y tienen todas las plazas ocupadas». En el caso de Falcón, frente a la posibilidad de diluirse en el anonimato de un oscuro exiliado, hace gala éste –según la autora– de una notable «seguridad en sí mismo», poniendo en juego el bagaje adquirido en su lucha social en el Perú, que en España no era conocida, para introducirse a «escenarios estratégicos» mientras iba seleccionando cuidadosamente a sus interlocutores para ir armando un mundo de relaciones, «en cuyo vértice buscó situarse» (p. 34). Así, entre la exageración, el oportunismo y, también, la buena fortuna, Falcón fue haciéndose un lugar en los medios letrados peninsulares. Ejemplos notables de dicha estrategia: su amistad inventada con Pío Baroja y su supuesto encuentro con José Antonio Primo de Rivera al retornar de Londres en 1929: ¿Por qué ha vuelto a España sin mi permiso? le espeta al peruano el dictador español, supuestamente, al encontrarlo en una calle de Madrid.

Los costos de dicha estrategia son sucintamente explorados en el texto: una «de sus muchas hijas» que iría «recomponiendo a retazos» el retrato de un padre que era «mito para algunos, olvido para los más» (p. 32) y una viuda, comunista y feminista, que exasperada por su «parasitismo», le espetaría: «Nunca he creído en las razas (…) Tú me has convencido de lo contrario. No hay hombre de raza blanca que sea capaz de hacer lo que tú haces» (p. 33).

Siendo su vida misma tan dudosa y opaca, el texto se concentra en su obra periodística. Falcón se mimetiza con el mundo político-intelectual español. Al punto que, «el Perú desapareció del horizonte de sus preocupaciones». Causa cierta perplejidad la rapidez e intensidad con que se convirtió en «español», afirma Martínez Riaza; identificación que Falcón asumió «al punto de utilizar desde sus primeros artículos la categoría ‘nosotros’ y de adoptar jurídicamente la nacionalidad española». (p. 24). En ello, me parece, radica la fascinación que el personaje ejerce en la autora. De ahí que el grueso del texto esté dedicado a examinar la notable «hispanización» del periodista Falcón. Apreciables síntesis de las diversas coyunturas de aquello que, en un célebre libro, Gerald Brenan denominara el «laberinto español», se intercalan con adecuadas síntesis de la obra de Falcón. Va delineando así el proceso que sigue de analista a activista. Proceso que va llegando a su punto culminante en los atribulados días de la República y consiguiente inicio de la guerra civil.

En mayo de 1931 aparece Falcón integrando un proyecto político: la Izquierda Revolucionaria y Antiimperialista. Pretendía reunir «a aquellos que habían contribuido al derrumbe de la monarquía y que no compartían ni la actuación de los partidos en el gobierno ni el dogmatismo de anarquistas y comunistas» (p. 94). Proponía desarmar cuanto antes las bases feudales de la monarquía. Antes que se iniciara, es decir, lo que inevitablemente habría de venir: el alzamiento de la reacción. El juicio de Martínez Riaza sobre dicho experimento es terminante: «a la vista de su trayectoria (…) fue un fuego de artificio creado por Falcón y un grupo indeterminado pero reducido de compañeros que no se sentían identificados con ninguna de las fuerzas políticas que operaban en España» (p. 95).

Un par de años después, Falcón se integra al Partido Comunista de España, bajo cuya afiliación viviría el drama bélico peninsular. El recuento de su participación en la contienda es sucinto y fragmentado; tanto o más que sus acciones la autora corrobora sus ausencias. Publicada en 1938, su novela Madrid es el testimonio mejor de la intensidad de la vivencia. Desgrana en ella día a día lo que fue la defensa del Madrid de febrero a noviembre de 1936, escribe Martínez Riaza. No con las armas sino como propagandista cultural, Falcón cumple su «apuesta» por España. Con la derrota de la República se apaga su ciclo peninsular. Ingresa como ciudadano español al Perú en 1940, casi 20 años después de su partida. Seguirá escribiendo sobre su patria adoptiva y sobre el escenario español. Como «peruano», sin embargo –dice la autora–, «no sería parte de la historiografía sobre el exilio cultural y político español» (p. 132). Y tampoco –tras su periplo europeo– lograría reintegrarse a su país natal.

Trece textos de Falcón completan el libro aquí reseñado. Su lectura corrobora el perfil de su peculiar carrera. Si Mariátegui descubre en Europa cuanto de indio hay en su ser, Falcón encuentra el impulso para diluirse en la «hispanidad». «No he creído, ni creo, que la América española tenga historia», escribirá con la clásica ligereza dogmática de su generación, iluminada con el «embrujo» del octubre soviético al que se refería François Fouret. Y si algún vínculo habría de existir entre la vieja madre patria y las ex colonias, no podría venir éste de la mera «compra y venta» de mercancías, sino del «nexo espiritual» que los intelectuales comprometidos habrían de construir. La sobrevaloración del papel de las vanguardias intelectuales en el cambio político-social será una de las ideas-fuerzas de su repertorio. En 1929, cuando la prédica indigenista proliferaba en los Andes sudamericanos, se siente él abogando por los valores de un «hispanismo» que representaba «un concepto de justicia esencial» frente al empuje «formidable y ciego» del «anglosajonismo». Con tales planteamientos no es difícil barruntar las causas de su desajuste con los círculos peruanos que había dejado en 1919. De 1948 a 1956, la dictadura de Manuel Odría impondría un tiempo gris y represivo que le ahuyentó una vez más. En la tierra de Zapata, tras un complicado procedimiento, habría de conseguir la naturalización mexicana. En palabras de la autora, es ésta la historia de un hombre que había querido «formar parte de la revolución universal», pero que «su historia y la historia…..le dejaron en la cuneta».

José Luis Rénique. Lehman College, City University of New Yor

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