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La muerte nos hace buenos a todos

Carlos Fonseca. ElConfidencial.com, 21/01/2012 | 31 enero 2012

Todos estos sucesos, y algunos más, también son parte de la historia de Manuel Fraga que nadie ha querido recordar estos días

 

 

Tuve que morirme para saber que me querían. Así comienza un estupendo cuento de Sergie Pàmies en “Si te comes un limón sin hacer muecas”. Este aserto se puede aplicar al reciente fallecimiento de Manuel Fraga, a quien todas las formaciones políticas han glosado a lo largo de la semana por su aportación a la recuperación de la democracia tras cuarenta años de franquismo. Han callado otros episodios de su biografía, o han pasado por ellos como alma que lleva el diablo, porque todos los muertos son buenos.

La muerte de una persona es siempre un hecho doloroso para su familia y allegados por lo que supone de pérdida de un ser querido. La de Manuel Fraga supera, además, el ámbito de lo privado por la relevancia política que tuvo en la historia de nuestro país; pero desde el respeto que merece su muerte, ésta no puede ser un antídoto contra la memoria. Lo cortés no quita lo valiente.

Las hagiografías que hemos escuchado y leído estos días apenas ahondan en el papel que el presidente de honor del PP tuvo durante la dictadura, que fue importante. No se trata de hurgar en los trapos sucios, ni de un ejercicio de revancha, sino de contarlo todo, porque solo desde la verdad se escribe la historia.

Los tiempos cambian, y las personas también, pero nadie puede borrar lo que fue porque forma parte su identidad. Fraga ha dejado para la historia conductas y declaraciones profundamente antidemocráticas, de las que después pudo desdecirse, pero que no se pueden obviar sin más. El político popular defendió el golpe de Estado contra la Republica de julio de 1936 (“La mejor parte del país fue la que se alzó el 18 de julio”), y con Franco ya caudillo formó parte del Gobierno que autorizó el agosto de 1963 el fusilamiento del militante comunista Julián Grimau  (“ese caballerete”, le definió) por crímenes de guerra ¡24 años después de cautivo y desarmado el Ejército rojo!

Ese mismo mes de agosto, el régimen dio el visto bueno al ajusticiamiento por garrote vil de los militantes anarquistas Joaquín Delgado y Francisco Granado por un delito que no cometieron, tras un procedimiento sumarísimo que en solo quince días llevó a los detenidos a la muerte sin posibilidad de defensa.

Hay más. El 20 de enero de 1969, cuando todavía era ministro de Información y Turismo (1962-1969), el estudiante Enrique Ruano, de 21 años, que había sido detenido días antes por su militancia antifranquista, se “tiró” desde el séptimo piso de un edificio cuando era custodiado por los agentes de la Brigada Político Social que practicaban un registro en la vivienda. El entonces director de ABC, Torcuato Fernández Miranda, contó tiempo después que Fraga le telefoneó para ordenarle que publicara las anotaciones manipuladas de un diario del joven que le presentaban como una persona inestable que se había suicidado.

Guste o no, todos estos sucesos, y algunos más, también son parte de la historia de Manuel Fraga que nadie ha querido recordar estos días. Incluso comenzada la transición tardó en abrazar el nuevo régimen democrático, por más que fuese miembro de los sectores más aperturistas del régimen.

Ya en los estertores del régimen, en 1974, Salvador Puig Antich fue ajusticiado igualmente por garrote vil siendo Fraga ministro de la Gobernación (hoy de Interior), vicepresidente segundo y portavoz del Gobierno de Carlos Arias Navarro (recuerden, el de “españoles, Franco ha muerto”).

De aquellos años es su admonición “la calle es mía”, en una etapa en la que la democracia intentaba abrirse camino tras la muerte del dictador pero en la que aún no había derecho de reunión, manifestación y huelga. Precisamente en una manifestación en mayo de 1976 la Policía Armada mató a tiros a 5 obreros que participaban la marcha para reclamar mejores salarios. Un episodio que ha pasado a la historia como “los sucesos de Vitoria”.

Guste o no, todos estos sucesos, y algunos más, también son parte de la historia de Manuel Fraga que nadie ha querido recordar estos días. Incluso comenzada la transición tardó en abrazar el nuevo régimen democrático, por más que fuese miembro de los sectores más aperturistas del régimen, como queda constancia, por ejemplo, en la opinión que le mereció la legalización del PCE: “un verdadero golpe de Estado”. Y aún en 2007 pensaba que el franquismo “sentó las bases para una España con más orden” (entrevista en el Faro de Vigo). Una régimen que nunca condenó, aunque algunos pretendan que la historia deje solo constancia de que fue uno de los “padres de la Constitución”.

Hay más ejemplos de su talante, pero valgan estos para recordar a los olvidadizos que estos episodios son parte de la biografía del fallecido. La muerte no obliga al olvido, ni la memoria es revancha, sino verdad y justicia. Una memoria con la que aún no se ha honrado a quienes defendieron la legalidad republicana ganada en las urnas en 1936, y a quienes durante la transición pagaron con su vida o largos años de prisión su militancia política. El PP se la negó cuando se opuso en el Parlamento a condenar el régimen franquista.

La excusa de que remover el pasado es reabrir heridas es una falsedad, y si la transición fue un pacto de silencio, el silencio no es sinónimo de olvido. He tenido ocasión de hablar con muchas personas que vivieron la trágica España de la guerra y la dictadura, y en ninguno de ellas encontré un rastro de odio o de resentimiento, de voluntad de revancha, solo agradecimiento porque alguien les escuchara.

El poeta Claudiano (370-405 d.C) escribió en una de sus obras la mayor verdad que se haya dicho nunca: “Omnia mors aequat” (Todo lo iguala la muerte), aunque algunos siguen empeñados en hacernos creer que unos muertos valen más que otros.

Hasta el próximo sábado.

http://www.elconfidencial.com/opinion/tirando-a-dar/2012/01/21/la-muerte-nos-hace-buenos-a-todos-8593/