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Las primeras víctimas de la Transición

Público, | 24 enero 2012

Hoy se cumplen 35 años del asesinato de los abogados de Atocha

 

IÑIGO ADURIZ MADRID 24/01/2012

Una vida humana vale más que una democracia». Es la lección que aprendió hace 35 años el abogado Alejandro Ruiz-Huerta. La noche del 24 de enero de 1977 él sobrevivió al atentado que paradójicamente es considerado por muchos como el umbral de la Transición que devolvió la democracia a los españoles.

Fallecieron cinco de sus compañeros. Y otros tres sobrevivieron. Todos, afirma Ruiz-Huerta, dedicaban su vida «a la lucha por la libertad, incluso por la de quienes les asesinaron». Esa noche celebraban una reunión de «asesoramiento y coordinación» para su trabajo en los barrios de Madrid. En esos días convulsos, ayudaban a sus vecinos en los procesos de legalización de sus respectivas asociaciones, o para facilitar la tramitación de expedientes urbanísticos.

Ligados al PCE y a CCOO, construían la democracia desde abajo. «No éramos expertos en derecho del trabajo, sino que estábamos comprometidos con los trabajadores», afirma Ruiz-Huerta. Ese compromiso fue puesto en cuestión a tiro limpio por tres pistoleros nostálgicos de la dictadura franquista.

Sobre las 22.30 horas, cuando aún no había comenzado su reunión, José Fernández Cerrá, Carlos García Juliá y un tercero ligados al Sindicato del Transporte afín a la ultraderecha irrumpieron en la oficina del número 55 de la calle Atocha, que los abogados utilizaban como despacho. Acababa de finalizar la huelga del transporte, respaldada por varios de los miembros del bufete, y los afines al régimen querían venganza.

Los pistoleros preguntaron por Joaquín Navarro, entonces líder clandestino de la sección del Transporte de CCOO, pero había salido minutos antes. Tras juntar a los nueve ocupantes del despacho en una de las estancias, dispararon indiscriminadamente contra todos ellos, rematando incluso a quienes yacían en el suelo tras los primeros impactos de bala. Dos meses después los asesinos fueron detenidos y condenados, aunque quedaron en libertad en los noventa.

Habían asesinado a los abogados Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier Sauquillo, así como al estudiante de Derecho Serafín Holgado y al administrativo Ángel Rodríguez Leal. Sobrevivieron, aunque con graves heridas, Miguel Sarabia que escapó por una puerta trasera y consiguió no desangrarse, Luis Ramos, Dolores González y el propio Ruiz-Huerta, que se hicieron los muertos.

La culpa del superviviente

Treinta y cinco años después sólo viven los dos últimos. Ella, que recibió un disparo en la mandíbula del que aún sufre secuelas, sigue sin querer hablar con los medios. Él, que se salvó gracias al bolígrafo que llevaba en el bolsillo de la camisa en el que rebotó una bala, sigue sintiendo culpa por no haber fallecido.

Todos fueron víctimas de los últimos sicarios del franquismo, un régimen cuyos «vestigios siguen hoy en día en el Poder Judicial», destaca Ruiz-Huerta. Recuerda que este año el aniversario de la matanza coincide con la vista oral contra el juez Baltasar Garzón, el «único que ha intentado investigar» la dictadura. En su opinión, la lucha antifranquista «sigue siendo políticamente incorrecta» y «hay mucho que hacer para cambiar esta democracia de mínimos».

Aunque hoy nadie utilizaría armas en el debate político. A su juicio, «ahora sólo caben las palabras».

http://www.publico.es/especiales/memoriapublica/418403/las-primeras-victimas-de-la-transicion