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Las Mujeres de negro

Jesús Vicente Aguirre. Memoria Pública, | 18 abril 2012

La Barranca no es sólo Lardero, ni Logroño, ni La Rioja. La Barranca es el mundo entero

 

La Barranca no es sólo Lardero, ni Logroño, ni La Rioja. La Barranca es el mundo entero. Un lugar, como tantos, donde el recuerdo y el homenaje se imponen, pero no acaban, con la tragedia y la vergüenza. Allí asesinaron, entre septiembre y diciembre de1936, amás de 400 seres humanos.

A principios de septiembre del 36, alguien debió pensar que aún quedaba mucha limpieza por hacer. Y que era necesario encontrar un lugar donde matar, y enterrar, de forma más cómoda, sin tener que trasladar los cadáveres al cementerio de Logroño, como venía haciendo la Cruz Roja con los que recogía en el Huerto de las Bolas, la Grajera, las carreteras y caminos cercanos o la misma pared del cementerio. Así, a las 12 del mediodía, horario nada usual, del 10 de septiembre, un camión recoge a 6 personas en Navarrete y enfila la carretera que lleva a Entrena para seguir hacia Lardero. La parada y los asesinatos se producen en la Dehesa de Barriguelo. Pero no se han cavado las fosas. Y sus cadáveres acaban en el cementerio de Lardero. Esa misma noche, otro grupo de seis personas debe ser reconducido a la Grajera porque aún no se ha ultimado el escenario.

Por fin, en la madrugada del 12 de septiembre, ocho personas son asesinadas y enterradas en la Dehesa de Barriguelo, un lugar que pasará a la historia de La Rioja y de la Humanidad con el nombre de la Barranca. Los ocho son, triste y doloroso privilegio, de Navarrete también: Mauricio Blanco, Laureano Blasco, Celedonio Cabezón, Anastasio Castroviejo, Jesús Hermosilla, Jaime López Olave, Constantino Marín y Millán Pascual.

En los días siguientes aún morirán en la Grajera o en los alrededores de Logroño algunas personas más, pero la mayor parte del tráfico nocturno se irá dirigiendo a la Barranca. Hay noches, aquellas noches todavía largas del verano que va otoñando, en las que son asesinados junto a Lardero sólo 3 o 4 personas. Lo normal es que sean más, 14 o 15. Casi llegan a 20 los cadáveres el 16 de octubre y los días 25 y 26 de noviembre. La saca mayor tiene lugar entre la noche del 23 y la madrugada del 24 de septiembre. Casi cincuenta personas. De Agoncillo, Autol, Briones, Calahorra, Entrena, Fuenmayor, Logroño, Murillo, Nalda, San Román de Cameros y Santo Domingo.

A primeros de diciembre llegan las órdenes de suavizar la represión. Pero queda tiempo para que los “comités” de cada pueblo revisen sus listas y pidan prórroga. En los últimos días de actuación de los pelotones de la muerte, cuando se extendía el rumor de que se acababan las sacas, serán asesinados en la Barranca gentes de Herramélluri, Logroño, Santo Domingo, Treviana, Viguera y Villamediana. Los últimos seis no verán amanecer el día 15 de diciembre: Lucio García Gómez, Manuel Martínez Ochagavía y Santos Montalvo, de Albelda, Daniel Maza y Ramón Nadal, de Logroño, y Feliciano Nalda Pérez, de Tricio.

Lo que allí pasó

Los camiones, provenientes de algún pueblo y sobre todo de las cárceles habilitadas en la Escuela Industrial o en el cine-frontón Beti-Jai en Logroño, transportaban su cargamento humano en las primeras horas de la madrugada. Entre las dos y las cuatro de la mañana, aunque algunos testigos oyeron el runrún de la camioneta antes o después. El convoy lo formaban normalmente dos coches pequeños que abrían y cerraban la marcha del camión que albergaba a víctimas y verdugos. En la entrada de una de las casas de Lardero, donde antes la habían depositado, se recogía la cal necesaria para la faena. A las víctimas se les ataban los pulgares, con los brazos a la espalda. Algunos intentaron escapar al cortar o aflojar la cuerda: Jesús Ruesgas se tiró del camión, pero se rompió una pierna… Nemesio Rodríguez tuvo más suerte y lo pudo contar. Perdió la boina, pero salvó la vida, gracias a que cruzó los dedos cuando le ataron. Pudo soltarse, saltar entre medio de los verdugos, tirarse por “la barranca” mientras las balas le cosían los pantalones y escapar. Sus ocho compañeros se quedaron allí aquella madrugada, la del lunes 23 de noviembre. “Cuando intento subir un repecho escucho la matanza: cada vez dos disparos”, recuerda… Aquellas tres zanjas, de las que se usaron dos y media, fueron recibiendo cadáveres que se iban abrazando a medida que otros caían encima, separados por una capa de cal.

Antonio Cillero, testigo de excepción, recuerda su paseo por la Barranca: “cuidando de no pisar tanta sangre, me acerqué a una zanja de unos dos metros de profundidad por uno de ancho. Asomaban todas las alpargatas en hileras. Allí no vi un zapato, todo alpargatas de humildes trabajadores…”  Encuentra a dos viejillos con los que charla: “En vez de afusilaros “, nos dijeron: ” os vais a salvar, pero vuestra obligación es enterrar a todos los que afusilemos! Y aquí nos tiene, no sé si no era mejor estar metido ahí con ellos… Los llevamos en esa manta de las olivas a rastras, hasta la zanja, es que no podemos con ellos”.

Hasta hace algunos años todavía podía verse en la Barranca una chabola que debió usarse como confesionario. Los adobes utilizados se los robaron al vecino de Lardero Braulio López, que los tenía en una finca para levantar una caseta. Braulio estaba detenido y sería asesinado en noviembre, pero no en la Barranca, lo fue en el cementerio de Logroño. Dos curas se alternaban en aquel tétrico oficio de ponerles a las balas la dirección del cielo. Hay quien cuenta que algunos se confesaban, otros no, que si cristazos, que si tiros de gracia.

Celedonio Ezquerro Cordón, natural de Pradejón, era uno de los confesores. Había sido párroco de Lardero, donde también ejerció como muchos curas de entonces, de maestro. Se le recuerda con sotana, pero también con el uniforme de requeté. Muchos años más tarde contó a otros sacerdotes cómo alternaba su función con otro sacerdote, según quienes dirigían la función cada noche. Celedonio acompañaba a los requetés, el otro a los falangistas. A éste lo sustituyó el obispo por un escolapio, cuando se corrió el rumor de que el cura falangista se perdía por las tabernas, dejando la pistola en el mostrador y contando que había dado el tiro de gracia a unos cuantos. Para ayudarles a mejor morir… Don Celedonio les contó, y se emocionaba al hacerlo, cómo hacía lo que tenía que hacer: confesar a aquellos hombres antes de ser asesinados. Para conseguirlo, finalmente, les preguntaba de dónde eran y entonces les hablaba de la Virgen de su pueblo. (Antes, se había aprendido todas las advocaciones de las vírgenes patronales de la geografía riojana). Y hablaba de aquella gente “los rojos, los rojos”, decía, “que sólo uno no quiso confesarse, que todos ellos están en el cielo, que todos son Santos, que yo viví su minuto de santidad, cosa que no vi en ninguno de los asesinos”…

Pieza fundamental e imprescindible de aquella trágica y repetida fiesta eran los verdugos. La escuadra de la muerte, comandada por el sargento de la guardia civil Juan Sánchez Herrero. Era el “encargado de organizar los fusilamientos y cuyo nombre inspiraba terror en todas las cárceles” , escribe Escobal en “Las Sacas”… “Este bárbaro carnicero”, según lo describe en su testimonio Nemesio Rodríguez, tenía una oficina en la Industrial y un cuaderno con declaraciones y listas, “los nombres escritos en tinta roja quedaban condenados inmediatamente a muerte”. Se conoce el nombre de otros responsables y componentes de la escuadra de la muerte. Algunos firman la recogida de su carga en la misma hoja de salida que ha firmado el gobernador Bellod.

El cementerio de la Barranca

Primero el 2 de noviembre, día de los difuntos, después el 1 de noviembre, al convertirse en fiesta el día de todos los santos, la Barranca, con lluvia, truenos o nieve, se convirtió en punto de reunión de familiares y amigos de las víctimas. Nada pudieron alambres ni Guardia Civil contra su tozudez y determinación. Contra las mujeres de negro que pelearon, año tras año, por la tierra que cubría a los suyos. En 1976 su gesto, su gesta podría decirse sin exageración, empieza a dar frutos. Una Comisión de familiares, formada por Damián Santamaría Sánchez, de Nájera, Pablo Sáenz Arancón, de Villamediana y Lorenzo Zaldívar Alonso, de Navarrete, visita en 1977 al gobernador civil para “conseguir autorización para realizar un acto de homenaje íntimo a los que allí yacen”. Se nombra una comisión más amplia que decide, con el consentimiento de todos, “las obras, monumentos, instalaciones o cualesquiera otras actividades tendentes a adecentar definitivamente ese lugar”. Para ello, se contaba ya con la cesión del terreno por parte de sus dueños (firmada por Eugenio Sampedro Martínez; su hermano Antonio era uno de los allí enterrados…), con una ayuda económica del propio Gobierno Civil, discutida primero y aceptada después, y con las manos y las aportaciones de los propios familiares.

El 1 de mayo de 1979, las viudas y las hijas de los asesinados, las mujeres de negro, pudieron sentarse junto a las fosas que guardaban los restos de los suyos convertidas ahora en cementerio civil.

Los Monumentos

Alejandro Rubio Dalmati, artista riojano-chileno preso en Logroño durante los primeros meses de la guerra civil, es el autor del monumento donde se agolpan hombres, mujeres y manos que se retuercen y claman al cielo: “Este horror ya fue… 1936. Hoy no queremos ni odio ni venganza, pero sí dejar testimonio para que estas locuras no se repitan.1979”. Alejandro, que murió en 2009, lo recordaba bien: “En la cárcel, cuando yo hacía aquellos dibujos, los compañeros decían “Rubio Dalmati nos hará un monumento cuando nos maten”…

A lo largo del tiempo, una Comisión de Amigos y Familiares, primero, y desde noviembre de 2008 la Asociación por la Preservación de la Memoria Histórica en La Rioja, se preocupan de la conservación de las fosas-cementerio, impulsando además el estudio, recuperación en su  caso y preservación de la Memoria Histórica en toda La Rioja, con el objetivo de que aquellos hechos nunca jamás puedan repetirse, y de que el sacrificio de tantos miles de personas no sea en vano.

El año pasado, 2011, al Monumento de Rubio Dalmati, se añadió otro, del escultor Óscar Cenzano, dedicado a las Mujeres de Negro. Esas mujeres vestidas de negro y dignidad, que con firmeza pero sin odio, enfrentaron las consecuencias de aquella tragedia y abrazaron y pisaron aquella tierra desbordada de sangre hasta hacerla suya también. En la Barranca de Lardero, un lugar digno y tristemente hermoso donde nunca les ha faltado un recuerdo y una flor a los que allí murieron y fueron enterrados. Seguramente uno de los monumentos y recordatorios más antiguos en todo el País.

 

Jesús Vicente Aguirre González

Autor de “Aquí nunca pasó nada. La Rioja1936”.

http://blogs.publico.es/memoria-publica/2012/04/17/las-mujeres-de-negro/