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Mi memoria del Franquismo (1956/1978)

Silvia Rufino Venero. Presos con Causa, 19 Marzo 2012 | 5 abril 2012

Era de noche y todos dormíamos cuando oímos golpear en la puerta de mi casa

 

Nací en el año 1949 y mi primer recuerdo sobre lo que significó el franquismo en mi vida comienza a la edad de siete años: era de noche y todos dormíamos cuando oímos golpear en la puerta de mi casa, mi padre o quizás mi madre abrieron la puerta y aparecen tres individuos que se identifican como policías y vienen a registrar la casa y detener a mi padre. El que hubiese niños o un bebé como era el caso, no les importaba, tiraban prensa y libros encima de la cuna hasta que mi madre les comenta que podían dañar al bebé. La situación para mi era tan confusa y de temor que no movía ni un músculo de mi cuerpo, tenía que pasar desapercibida. Cuando terminan de registrar todo cuanto quisieron se llevaron a mi padre detenido a los calabozos de la comisaría, pasando posteriormente a la cárcel de Santander.

Después de varias semanas mi madre intenta por todos los medios posibles conseguir la libertad provisional de mi padre. Una mañana nos comentó que tenía cita con un juez, nos preparó a todos, éramos tres niñas y dos niños, y nos llevó a la casa del mismo. Recuerdo que la vivienda era muy grande y elegante, nunca había visto un piso como aquel. En mitad de la entrevista a mi madre se le caen unas lágrimas y como si hubiese sido una señal comenzamos todos a llorar. El juez sonrojó ante la situación y comentó que haría todo lo posible por liberar a mi padre y, efectivamente, al poco tiempo salió en libertad provisional.

Cuando salió el juicio fue condenado por propaganda ilegal a varios años de cárcel y trasladado al penal de El Dueso en Santoña. Nosotros entrábamos una vez al año, el día de La Merced, fiesta de los presos. Resultaba un día agradable porque otros presos que no tenían hijos nos agasajaban cuanto podían.

Mi madre siguió luchando por liberar a mi padre, consiguió una cita con el Procurador en Cortes por Santander, Sr. Osorio y con la Sra. Fabiola, prometida del rey Balduino de Bélgica, quién tenía fama de muy católica y quizás por compasión intercedía; se trataba de conseguir un indulto particular. Ambas visitas fueron infructuosas.

Durante el tiempo que estuvo mi padre en prisión, sobrevivimos gracias a la ayuda de sus compañeros de trabajo y unas primas que trabajaban en Venezuela. Transcurren los tres años de condena real debido al trabajo en el penal y mi padre regresa a casa, es admitido de nuevo en los astilleros donde trabajaba. La vida se «normaliza» y nosotros nos hacemos mayores. Fuimos educados en el pensamiento de que todo lo malo que nos ocurría: piso de setenta metros cuadrados para diez personas, escasos salarios, necesidad de trabajar los hijos inmediatamente de terminar la primaria, etc., etc., era culpa de Franco. Además de la precariedad económica de los trabajadores, estaba el silencio absoluto que había que mantener sobre las instituciones franquistas. Muchas familias, entre ellas mi padre, escuchaban emisoras extranjeras para enterarse de lo que pasaba en España, procurando que ningún vecino lo oyese porque ese hecho tan banal podía ser un delito, la censura era absoluta. Ante este panorama, cuando cumplimos la mayoría de edad, varios hermanos comenzamos a militar en las juventudes comunistas.

Nuestra labor dentro de la organización era repartir en los buzones de los portales prensa clandestina donde se criticaba a la dictadura y organizar reuniones con otros jóvenes para debatir sobre la necesidad de acabar con la dictadura. Esta tarea, aparentemente fácil y sin importancia alguna desde la perspectiva actual, podía costarte muchos años de cárcel y pasar por los calabazos de comisaría donde la policía podía darte unas palizas de muerte. Y, efectivamente, en 1968, detuvieron en Santander a unas sesenta personas entre las que me encontraba. La mayoría pertenecíamos al partido y juventud comunista y los otros eran de HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), con quienes tuvimos una buena relación política y personal. A los pocos días del 1º de Mayo, fiesta de los trabajadores, y tras una descarga brutal de la policía sobre un centenar de personas aproximadamente que decidimos concentrarnos en el centro de Santander, comenzaron las detenciones de todos los que ya llevaban tiempo controlando sus pasos.

Mi estancia en la comisaría de la dictadura fue traumática. Nunca fui una persona valiente y la policía político-social, como se denominaba, me producía pánico. Mi detención fue de las últimas y sabía de las palizas que habían recibido los primeros. Durante las dos noches que pasé en aquellos tenebrosos calabozos recuerdo el sonido de las horas que marcaba el reloj de la catedral, esperando que en cualquier momento me subieran a la primera planta para interrogarme y si no respondía lo que ellos querían podían torturarme. En uno de los interrogatorios el jefe de la policía vaticinó que si me casaba con mi novio, Gabino, que en ese momento se encontraba ya en la cárcel, me pasaría la vida de prisión en prisión, dado que ese era el futuro que le esperaba. Otro de los policías comentó que mi padre era un desalmado y que no había sido detenido porque estaba ciego, pero que era el culpable de la muerte de mi madre. Fueron momentos desquiciantes, ellos disponían de licencia para todo.

De camino a la prisión provincial me sentí más relajada porque sabía que en la cárcel al menos no había torturas. Allí me encontré con varias compañeras y un pequeño grupo de presas comunes. Tuve la suerte de encontrarme con una monja responsable de las presas que era una excelente mujer y procuró ayudarnos todo lo que pudo, su nombre era Sor Amparo. Cuando me dieron la libertad fue a visitarla y agradecerla su comportamiento. Fui acusada de propaganda ilegal, un juez especial pasó por la prisión para interrogarme, a las pocas semanas me concedieron la libertad provisional y tenía que presentarme cada quince días en el juzgado hasta que se celebrase el juicio en el Tribunal de Orden Público.

En 1970 con motivo del juicio de Burgos, en el que se solicitaba la pena de muerte a varios activistas de ETA, varias mujeres decidimos manifestarnos con una pancarta en el campo de fútbol del Sardinero, pidiendo la abolición de la pena de muerte, fueron unos minutos, inmediatamente aparecieron las fuerzas del «orden» para detenernos, pero no lo consiguieron porque pudimos escabullirnos por una de las puertas de salida. No obstante, a los pocos días fuimos trasladadas varias mujeres a los calabozos de la policía. Llegó el día del juicio y fuimos tratados como delincuentes. Recuerdo a su señoría como un personaje despótico y mal encarado. La sentencia fue absolutoria para los jóvenes y para alguno más del grupo. No obstante, quedabas marcado y cada vez que se declaraba el estado de excepción, venían a detenerte. Esta situación puso en peligro mi puesto de trabajo porque, además, como el dueño de la empresa no me despidió, el jefe de la guardia civil envió un informe en el que expresaba toda una serie de insultos, infamias, etc., sobre mi persona. Tuve suerte, el dueño de la empresa me mantuvo en el puesto de trabajo, seguramente porque se comentaba que era monárquico y no debía tener mucha simpatía al caudillo. No obstante, me comunicaron en el departamento de personal que si había más detenciones sería despedida. Ante esta situación mi pareja y yo decidimos trasladarnos a Bilbao.

Una vez instalados y trabajando vivimos la experiencia de una huelga general, en la que fui detenida por participar en un piquete. Recuerdo que el calabozo, de cierta amplitud, estaba abarrotado de mujeres trabajadoras y estudiantes universitarias. No hubo interrogatorio, tampoco nos dieron de comer, y la policía que se encontraba por los pasillos nos insultaba, al día siguiente nos dejaron en libertad.

Otra experiencia inolvidable fue en 1976 con motivo del Referéndum para la reforma política. El partido comunista llamaba a la abstención y salimos a la calle a pegar carteles. En el grupo donde se encontraba mi marido apareció la policía y les llevaron detenidos. Cuando me avisaron, decidir ir a una comisaría acompañada de unas amigas, a preguntar si se encontraba allí detenido. Eran momentos confusos, la democracia se acercaba, y precisamente por eso aparecieron grupos de fascistas incontrolados que podían detenerte o pegarte un tiro en alguna esquina. Me recibió un comisario al que yo había conocido de jovencita en Santander –en aquella época no se dedicaba a esos menesteres- y me sometió a un «tercer grado»: durante varias horas aprovechó para expresar todo tipo de barbaridades sobre los comunistas, lo que me iba a pasar si continuaba militando en ese partido, lo que le iba a pasar a mi marido, etc., cuando me permitió marchar no quiso responder sobre el paradero de mi marido. Al día siguiente le dejaron en libertad.

En esa España que nos tocó vivir todo era amargo… No existía la espontaneidad, todos sufríamos algún miedo, nos educaron bajo el temor, el pecado y la obediencia sin explicaciones. Nuestra democracia comenzó debilitada, el miedo al golpe de estado no permitió pedir responsabilidades, ni tampoco se atrevieron a homenajear debidamente a todos los hombres y mujeres que perdieron sus vidas o las pasaron en prisión por defender la libertad.

http://www.presosconcausa.com/blog/item/148-memoria-del-franquismo-1956-1978Â