El último niño de Mauthausen
José GarcÃa trabajó como esclavo para los nazis en el campo de concentración
DOMINGO RIVERO
ARRECIFE «Quiero contarlo todo para que las futuras generaciones no olviden el horror». El asturiano José GarcÃa Peruyena, que este mes cumple 84 años, ha decidido establecerse en Lanzarote sobre todo para aliviar los dolores que padece en sus piernas fruto de las penurias que ha tenido que pasar en su vida desde que con apenas ocho años fuera embarcado al igual que miles de niños españoles rumbo a Francia en plena Guerra Civil española. Eran los niños de la guerra.
«TodavÃa tengo en mi mente el momento en el que una bomba cayó en el refugio donde se encontraban dos de mis hermanos y mi madre. A mà no me pasó nada porque estaba en un garaje en frente del refugio. Mis ojos nunca olvidarán los cuerpos de decenas de personas destrozadas por la bomba…»
Y fue asà como poco tiempo después lo enviaron a Gijón y de ahÃ, junto a miles de españoles que apoyaban a la República, al exilio francés. Y su vida, lejos de cambiar, todavÃa tuvo que ver cómo la muerte le seguÃa los talones. «A los niños de la guerra nos enviaron después a Bélgica, Holanda, RumanÃa, Bulgaria, HungrÃa y de nuevo a Francia, a un campo de concentración para españoles», señala.
Fue ahà donde los alcanzó la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de Francia por los alemanes. «Me acuerdo de los soldados de la Gestapo cuando iban a recoger a los judÃos que se encontraban en ese campo y cómo los enviaban a los que nosotros llamábamos los camiones fantasma, que funcionaban con carbón vegetal y a los que les metÃan el tubo de escape para asfixiar a los judÃos», añade con una memoria prodigiosa.
José GarcÃa recuerda el hambre y el miedo que pasaban en ese campo de concentración francés, donde incluso fue violado por los que denomina capos españoles, los encargados de vigilar a sus compatriotas y que estaban al servicio de los nazis. Pero los alemanes decidieron que 50 niños españoles debÃan irse con ellos para que trabajaran como esclavos tal como ha reconocido el gobierno alemán. «Antes de que nos llevaran a una finca cercana al campo de exterminio de Mauthausen estuvimos trabajando muchÃsimas horas rellenando a mano balas con pólvora y cosiendo botones para los capotes de los soldados alemanes, yo tenÃa apenas diez años», señala.
José GarcÃa muestra su muñeca izquierda, en la que se puede leer el 15.919. Una cifra que jamás podrá borrar y que fue la que los nazis le grabaron nada más llegar a Mauthausen. «Recuerdo el olor a chamusquina que impregnaba todo el lugar».
Aunque los niños españoles nunca tuvieron contacto directo con los prisioneros, «vivÃamos en una finca cercana», muchas madrugadas eran conducidos en camiones hasta el campo de concentración para limpiar las cámaras de gas, después de que otros presos retiraran los cadáveres de los judÃos. Allà recogÃan las piezas de oro que los asesinados se habÃan tragado para que los nazis no se las quitaran, pero que con el gas las vomitaban antes de morir asfixiados.
http://www.laopinion.es/sociedad/2012/05/06/ultimo-nino-mauthausen/411743.html