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La Guernica del Mar

La Voz de Almería, 31/05/2012 | 31 mayo 2012

El bombardeo alemán sobre Almería del 31 de mayo de 1937 produjo no menos de 30 muertos, varias decenas de heridos y la completa destrucción de 47 edificios

 

 

Cinco y media de la mañana del 31 de Mayo de 1937. Los cinco barcos que se vieron aparecer en el horizonte por levante y que, una vez superado el Cabo de Gata, atravesaron la bahía, viraron frente a Roquetas y se acercaron a la ciudad. Superado el castillo de San Telmo, a unas siete millas de la costa (doce kilómetros), se abrieron en abanico a formación de combate. A esas alturas, se distinguía ya perfectamente la bandera de los cinco barcos, la alemana con la cruz gamada.

A las seis menos cuarto empezaron a disparar. La flotilla, compuesta por el acorazado de bolsillo Admiral Scheer y los torpederos Albatros, Leopard, Seeadler y Lluchs, inició un bombardeo sistemático de tres cuartos de hora.

Las baterías costeras intentaron responder, pero su alcance de tiro era a todas luces insuficiente. Un trabajador del puerto le señaló a un carabinero una de ellas, situada por encima de La Chanca, y exclamó: “¡Parece que nos bombardean desde dos lados!”. El pequeño submarino que había en el puerto se corrió a la escollera de poniente para no ser visto y evitar convertirse en blanco de la Escuadra alemana. Ambos detalles, mero humor negro, dejan clara la indefensión militar de la guarnición de Almería, una de las claves para entender por qué se escogió nuestra ciudad como objetivo.

Las naves dispararon con toda tranquilidad en medio del terror de los almerienses. Los obuses fueron peinando la ciudad de oeste a este y de sur a norte, en abanico con disparos por parábola.

Pánico en toda la ciudad

Se vivieron escenas dramáticas. En la calle Almanzor algunos vecinos vieron con incredulidad cómo un guardia municipal, Pío Rodríguez Monroy, daba tres pasos sin cabeza antes de caer al suelo. Un obús le había segado el cuerpo a la altura del cuello.

En el Puerto, un carabinero herido que era trasladado sobre un carro hacia la Casa de Socorro recibió el impacto de una bomba caída al lado mismo de la camilla improvisada.

Desaparecieron no menos de tres cuerpos, el de dos guardias de asalto en la Estación y el de un obrero de fortificaciones. Las bombas les cayeron justo encima.

Se contaron hasta trescientas bombas entre obuses y granadas rompedoras, bastantes de los cuales no llegaron a explotar.

Almería estaba sumida en el caos mientras, a las siete menos diez, los barcos alemanes dejaron de disparar, viraron y se retiraron por Cabo de Gata.

Quedaron completamente destruidas cuarenta y siete casas y más de cien sufrieron desperfectos de consideración. Los bomberos y cuerpos sanitarios y de seguridad trabajaron a destajo junto a decenas de voluntarios. Se donó sangre.

Se empezaron a hacer los primeros balances. La cifra final de fallecidos a consecuencia de las bombas se fijaría después en no menos de treinta, la gran mayoría de ellos el mismo día 31 y en los dos días posteriores.

Podrían haber sido bastantes más si el bombardeo se hubiera producido a las horas de trabajo, porque eran muchos los almerienses que, precisamente por evitar las consecuencias de los últimamente frecuentes ataques a la ciudad, dormían en los cortijos de alrededor, fundamentalmente en la zona del río.

La agresión contra nuestra ciudad, decidida como represalia por el bombardeo en la rada de Ibiza, días antes, del crucero alemán Deutschland por aviones republicanos, tuvo un enorme eco internacional y pudo haber sido la espoleta para una definitiva internacionalización de la Guerra Civil.

Ésta fue la tesis defendida por el mismo ministro de Defensa del gobierno republicano, Indalecio Prieto, que pidió la convocatoria urgente del Consejo de Ministros para analizar la situación y lanzar sobre la mesa una propuesta que provocó un intenso debate político: juntar toda la fuerza aérea republicana, aún muy significativa, y hundir la escuadra alemana allá donde estuviese, “aunque ello provocara la guerra y, por consiguiente, la conflagración europea”, como escribe el propio Prieto en sus memorias.

Y explica así el porqué de su propuesta: “Era la proposición de un pesimista, de quien no veía posibilidad de ganar militarmente la guerra, porque media nación española o un tercio largo de ella luchaba con el resto del país y, además, con Portugal, con Alemania y con Italia, a todo lo cual había que sumar la indiferencia, cuando no la hostilidad, más o menos disimulada, del resto de Europa.

(…) Y en aquella propuesta buscaba la solución que pudiera surgir de un conflicto internacional mediante la declaración de guerra de Alemania a España, porque, bajo el peligro de la conquista del territorio español de modo abierto por Italia y Alemania, acaso las naciones occidentales de Europa se creyeran en el caso de intervenir”.

La propuesta  de Prieto cayó como una bomba sobre la mesa del Consejo de Ministros, cuyo presidente, Juan Negrín, decidió a aplazar el debate para una posterior sesión y, dada la extremada responsabilidad de la decisión a tomar, solicitar la presencia del Presidente de la República.

Y aquella misma tarde, y bajo la presidencia del Jefe del Estado, Manuel Azaña, se retomó el asunto. Los dos ministros comunistas se opusieron frontalmente tras haber evacuado consultas con Moscú. El Presidente se alineó por “sentido común” con la posición de los comunistas. Prieto se quedó solo. Nadie se atrevía a dar un paso que habría podido adelantar una guerra europea que todos sabían que iba antes o después a producirse.

Era, aquél, un momento en el que las potencias fascistas (Alemania e Italia) no aspiraban aún más que a ir avanzando peones sobre el tablero europeo, las democráticas (Inglaterra y Francia) más que a ver si no perdían el control de demasiadas casillas de ese tablero y la Unión Soviética más que a reforzarse en todos los campos, desde el militar al político.

Esta combinación de miedos e intereses explica el fracaso del Comité de No Intervención en la Guerra Civil española, la tranquila anexión por los nazis de Austria en marzo de 1938 o el Pacto germano-soviético de agosto de 1939, entre otros hechos relevantes.

Y en este contexto ha de interpretarse un asunto no menor del bombardeo sobre nuestra ciudad, que, más allá de represalias y cálculos políticos, fue, en paralelo con el de Guernica un mes antes, ensayo general de bombardeo sistemático contra la población civil de una ciudad, en este caso desde el mar, por un ejército que se preparaba para incendiar Europa entera y que tomaba cumplida nota de unas maniobras nada virtuales, sino dramáticamente reales.

A parte de por el horror en sí, tal vez por ello el mundo se conmovió con el bombardeo hasta el punto de ser en su momento uno de los episodios más nombrados de la Guerra. Se empezaba a ver con claridad que Guernica y Almería iban en muy poco tiempo a dejar paso a más y cada vez más grandes Guernicas y Almerías.

Entre los firmantes de uno de los documentos de protesta figura el autor del Guernica, Pablo Picasso. Ramón Gaya pintó el cuadro Espanto (Bombardeo en Almería), exhibido en el mítico pabellón de la República Española en la Exposición de París de 1937 y  premio de Pintura de los Concursos Nacionales. El poeta chileno Pablo Neruda compuso un sobrecogedor poema.

Y una niña alemana que con el tiempo se convertiría en una de las grandes escritoras europeas, Christa Wolff, se quedó con ese desconocido nombre de Almería como sinónimo de miedo.

http://www.lavozdealmeria.es/vernoticia.asp?IdNoticia=27848&IdSeccion=2