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Trelew, la memoria de una masacre

Clarín, 21/08/12 | 22 agosto 2012

El fusilamiento de 16 militantes de organizaciones guerrilleras, el 22 de agosto de 1972, anticipó el terrorismo de Estado en la Argentina

 

A cuarenta años del episodio, que aún está siendo juzgado, el análisis De expertos y un listado de obras clásicas y nuevas sobre el tema.

 

POR OSVALDO AGUIRRE

Los aniversarios son un buen momento para hacer una radiografía de los estados de la memoria”, dice Hugo Vezzetti. Desde 1972, cuando se perpetró, la masacre de Trelew fijó una fecha imborrable en la historia nacional. La reivindicación de las víctimas y los reclamos de justicia prevalecieron desde entonces en las conmemoraciones. Cuarenta años después, los hechos parecen configurarse en un nuevo escenario, el del presente, a partir del juicio iniciado en mayo, en que se investigan las responsabilidades por el crimen, en su etapa final, y de las publicaciones que tratan de analizar y resolver las cuestiones pendientes. El relato y la interpretación de la masacre atraviesan el cine, la crónica periodística y la investigación histórica. En ese marco pueden articularse obras tan diversas como las reediciones actualizadas de La patria fusilada, la entrevista de Francisco Urondo a los tres sobrevivientes, y de La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez; el documental Trelew, una fuga que fue masacre, de Mariana Arruti y estudios del período y sus protagonistas, como Sobre la violencia revolucionaria, de Vezzetti, y Los combatientes, la historia del PRT ERP de Vera Carnovale.

La recuperación de los hechos y la apertura de nuevas preguntas en torno a su desarrollo y a sus actores restituye una dimensión opacada por la propia historia argentina. “La masacre de Trelew quedó diluida en comparación con lo que se vino después. Lo inimaginable, lo insospechable, aun para los más avispados, fue la dimensión, la magnitud de la criminalidad que tuvo el Estado a partir de 1976. Esa criminalidad hizo que lo anterior se desdibujara”, dice Carnovale.

Un llamado

El 15 de agosto de 1972, seis jefes de organizaciones guerrilleras lograron escapar de la cárcel de Rawson y abordar un avión de línea en el viejo aeropuerto de Trelew. Otros diecinueve militantes debieron rendirse ante los militares; en la madrugada del 22 de agosto, dieciséis de ellos fueron fusilados por un grupo de oficiales y suboficiales de la Marina en la base Almirante Zar. “En un gran número de testimonios de ex militantes, la masacre de Trelew aparece como aquel momento en que se dijo “acá hay que hacer algo, hay que empezar a militar” –observa Carnovale. Fue la evidencia de la violencia criminal del poder y como reacción muchos empiezan a movilizarse. Además los fusilamientos se contraponen con la fuga, que generó simpatía por su audacia, y fueron seguidos de actos represivos y vejámenes durante los velatorios de los asesinados. Este orden de cosas se produjo en una dictadura que desde el vamos no se había ganado la simpatía de nadie, y mucho menos de los jóvenes, por sus rasgos ultramontanos”.

La masacre, apunta a su vez Vezzetti, “produjo indignación por el nivel de ensañamiento, de cobardía, que significaba el asesinato de gente que no tenía ya posibilidad de defenderse”. Pero la memoria y el olvido se cruzaban en un juego complejo: “Nadie quiso investigar lo que ocurrió en Trelew, ni en la presidencia de Cámpora ni en el período posterior. De alguna manera se consideraba que debía formar parte de un pasado que algunos intentaban dejar atrás. También es cierto que al mismo tiempo que se recordaba y se exigía investigar la responsabilidad de ese crimen, con la apertura electoral y la perspectiva cierta de que se iba a producir el retorno de Perón, que se iban a cumplir una serie de reivindicaciones y objetivos que habían formado parte del movimiento popular, hubo voces que comenzaron a pedir a las organizaciones guerrilleras que se desarmaran y se plegaran a las nuevas formas de construcción política”.

Vezzetti pone como ejemplo la línea del diario La Opinión. “Fue el que más investigó y promovió el conocimiento de lo que había sucedido en Trelew y al mismo tiempo, una vez que se aseguró la salida electoral y ese acuerdo forzado, pero acuerdo al fin entre Perón y Lanusse, llamó a una suerte de pacificación de los conflictos políticos –dice–. Es cierto, entonces, que muchos jóvenes podían establecer una identificación personal e ideológica con los sacrificados en el crimen pero al mismo tiempo había una voz política, de izquierda, progresista, que planteaba una crítica a continuar con la estrategia armada cuando se abrían nuevos cauces para la lucha política”.

Los caídos

Los guerrilleros asesinados fueron Carlos Astudillo, Alfredo Kohon y María Angélica Sabelli, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; Susana Lesgart y Mariano Pujadas, de Montoneros, y Rubén Bonet, Eduardo Capello, Mario Delfino, Alberto Del Rey, Clarisa Lea Place, José Ricardo Mena, Miguel Angel Polti, Ana María Villareal de Santucho, Humberto Suárez, Humberto Toschi y Jorge Ulla, del Ejército Revolucionario del Pueblo. Los sobrevivientes, Ricardo Haidar y Alberto Camps, de Montoneros, y María Antonia Berger, de las FAR, desaparecieron durante la última dictadura.

A partir de la masacre, el ERP conmemoró el 22 de agosto como Día del combatiente heroico. “No es el día de la fuga sino el del fusilamiento; es decir, el héroe no es aquel que logra una hazaña y vive sino el caído en combate por la patria –destaca Carnovale–. No había héroes en vida”.

Las figuras del héroe, el mártir y el hombre nuevo se entrecruzan en el discurso militante, a partir de un sentido compartido, el del sacrificio: “El PRT ERP es una organización de militantes que ha decidido dar la vida por la revolución. Saben que sus vidas corren peligro, saben que los riesgos son la tortura y la muerte y esto en Trelew aparece brutalmente materializado. Hay una práctica de reivindicación del caído, de entronización del asesinado, porque condensa la figura del sacrificio revolucionario”.

La costumbre de denominar a los comandos, pelotones y compañías con los nombres de combatientes caídos daba cuenta de esa reivindicación. Carnovale señala otro aspecto singular en la reacción ante la masacre: “A lo largo de su existencia, el PRT ajusticiará a muchos represores en venganza por los crímenes cometidos contra sus militantes. Sin embargo, con Trelew quien tomó esa decisión fue una fracción, el ERP 22 de agosto, cuando Víctor Fernández Palmeiro muere al atentar contra el almirante Hermes Quijada, uno de los involucrados. Pero en el discurso partidario lo que aparece es la apelación a los otros para sumarse a la lucha revolucionaria y llevar adelante la tarea del militante asesinado, incorporarse levantando el fusil del caído”.

Carnovale matiza la imagen estereotipada del militante: “Ser del ERP era estar formado política e ideológicamente, tener una conducta moral intachable. Algunos los consideraban duros, hasta solemnes en sus códigos. Pero entre el militante ideal y lo que sucedía en la realidad, había distancias, fisuras: los militantes del ERP fueron hombres y mujeres con sus debilidades, sus fortalezas, sus valentías, sus miedos”. Ante la muerte, “ante cada militante asesinado el colectivo partidario destaca fundamentalmente los componentes ideológicos y políticos que lo acercan a la ética revolucionaria, a la estatura de los grandes cuadros que una revolución necesita”, en los términos del PRT. Un modelo que encarnó en las víctimas de Trelew.

Hugo Vezzetti plantea una crítica de la memoria actual de la masacre. “En el modo como se la recuerda –dice– se establece sobre este y otros episodios una mirada muy afirmada sobre ciertas convicciones, creencias y luchas del presente. Como que uno vuelve al pasado a partir de lo que conoce o cree conocer de lo que sucedió después y establece una línea de continuidad, donde el pasado es pura y simplemente el antecedente de lo que vino después”.

Esa reelaboración “implica un riesgo porque obtura la posibilidad de establecer las condiciones muy particulares que eran las de 1972 y que de ninguna manera se dejan ver si uno las considera a la luz de lo que vino después”. Son actos de memoria, sugiere Vezzetti, afirmados en base no a un simple olvido sino a “una gran amnesia” que cubre el contexto político que sucedió a la masacre. “Al plantear una continuidad entre Trelew y el golpe de 1976 se borra la responsabilidad previa de los grupos políticos y en particular del peronismo, dado que gobernó. En 1973 hubo una ley de amnistía aprobada por la totalidad de los sectores políticos, y aceptada por las fuerzas armadas y las organizaciones revolucionarias, que borraba los crímenes anteriores”, dice.

“Las fuerzas armadas tienen una responsabilidad y por eso están siendo juzgadas. Pero no se puede negar la responsabilidad de la política, incapaz de cerrar este escenario de escalada de terror que se instaló en la Argentina a partir de 1973, 1974, y que creó un espacio de convocatoria a los militares. El peronismo no sólo fracasó sino que contribuyó a generar el clima de guerra y de terror que desemboca en el golpe”, señala Vezzetti. Lo que fue de “la multitud que cantaba en la Plaza de Mayo ‘se van se van y nunca volverán’, en mayo de1973, aun año después, cuando las 62 Organizaciones y el Partido Justicialista llamaban públicamente a ‘nuestro ejército’ a aniquilar a la subversión”.

Vezzetti distingue dos momentos en la represión. “En el 76 o poco antes hubo una decisión orgánica, mayoritaria de los jefes militares, de los métodos criminales que iban a aplicarse –dice–. En el 72 no fue así, es evidente que la masacre incluye también un elemento de fractura interna de las fuerzas armadas. No se sabe hasta qué punto hubo un compromiso de los mandos superiores, pero es evidente que no es Lanusse, la cabeza que conduce el proceso militar, el que decide producir el hecho”. La transición a la democracia se desplegó en un contexto de conflictos: “Hubo una especie de confluencia, entre algunas de las acciones que produce el ERP, que apuntaban a una provocación a las fuerzas armadas para impedir la vía electoral, porque creían que eso iba a generar mejores condiciones para la lucha revolucionaria, y sectores de las fuerzas armadas que conspiraban contra la salida electoral y no aceptaban ese pacto que finalmente se establece entre Lanusse y Perón. Hasta muy poco antes de las elecciones, se abría el interrogante de si finalmente se iban a producir o no. Estas condiciones muy particulares de aceleración de procesos y contradicciones que se dieron deben ser colocados en una consideración de la coyuntura”.

Vera Carnovale aporta otro factor. “La masacre no fue la única que tuvo la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse –dice. La picana fue utilizada contra presos políticos en todos los gobiernos desde su invento, por lo menos hasta la última dictadura. Durante la de Onganía su uso queda institucionalizado, como se puede ver en las denuncias de comisiones de presos políticos, gremiales y comunes. Volver a poner sobre el tapete la gravedad de los crímenes de la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse no es un dato menor; es reinstalar el contexto represivo que también podría permitir pensar las actividades de las organizaciones revolucionarias, porque muchas de sus acciones son en respuesta a la tortura y a la desaparición de militantes”.

Alrededor del juicio

Un pedido de los abogados David Baigún y Alberto Pedroncini, en 2005, fue el origen del juicio que se desarrolla en Rawson para investigar los hechos. El ex capitán de Corbeta Luis Emilio Sosa, identificado por los sobrevivientes como el jefe del grupo que asesinó a los prisioneros, se encuentra entre los acusados.

A la vez, destaca Vezzetti, “hay una memoria, y lamentablemente está muy enquistada en el conglomerado que se ha armado alrededor de las políticas oficiales, u oficialistas, que es desresponsabilizante. No coloca en el saldo de lo que debe ser reflexionar sobre el pasado cuál fue el papel de las organizaciones políticas, de los partidos mayoritarios y de las organizaciones revolucionarias. Cada vez que uno plantea esto aparece el sambenito de los dos demonios; entonces no hay otra manera de pensar ese pasado que diciendo que fue una empresa de criminales que venían de Marte, porque parecería que las fuerzas armadas no tenían nada que ver con el sistema político establecido en la Argentina y con los modos como en los años 70 se había generalizado una escalada en la que la violencia y el terror quedaban habilitados como un modo de resolver los conflictos”.

Con el juicio actual, dice Vera Carnovale, “se da el valor también de verdad jurídica, fáctica, hasta lo que ahora era una verdad en la memoria militante pero no tenía el reconocimiento desde el Estado”. Vezzetti lo contrapone en términos de repercusión con el Juicio a las Juntas:. “No hay demasiado seguimiento, ni demasiado interés en el periodismo. ¿Qué es lo que aparece que no sea reiterar las figuras ya instaladas hace 25 años sobre los crímenes de la dictadura? No hay un acompañamiento que sirva para esclarecer un poco más y devolver a la sociedad la pregunta por cómo fue posible que sucediera esto: qué hicimos, qué dejamos de hacer, qué se podía haber hecho para que no se produjeran esos crímenes”.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Trelew-memoria-masacre_0_757724234.html