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Clyde Snow, el hombre que llora de noche

El Periódico, 02-09-2012 | 3 septiembre 2012

Es el padre de la antropología forense, el responsable de que miles de huesos enterrados en fosas hayan  recuperado su nombre

 

Por sus manos han pasado los huesos de Tutankamon o del presidente John Kennedy. Clyde Snow es el padre de la antropología forense, el responsable de que miles de huesos enterrados en fosas hayan  recuperado su nombre. Estuvo en Guatemala para inaugurar una maestría y reencontrarse con el equipo de la Fundación Guatemalteca de Antropología Forense, el cual formó. En esta entrevista habla sobre su vida y lo que los huesos le han dicho.

Marta Sandoval msandoval@elperiodico.com.gt

Saddam Hussein lo vio fijamente, con la mirada del ahogado que ve entre las aguas un rayo de luz y siente, por unos segundos, que podrá alcanzar la superficie. “¿Cómo puede usted estar seguro de que son kurdos? Lo más probable es que sean hititas que murieron antes de Cristo”, reclamó. Clyde Snow llevaba cerca de cuatro horas en un juicio en el que todos hablaban a gritos y el acusado, un tipo de barba frondosa, trataba de defenderse con artimañas baratas. Lo habían citado para que hablara de las osamentas que encontró en Iraq, enterradas en fosas. Clyde pensó su respuesta en segundos: “Yo sé que los hititas eran una civilización muy avanzada, pero no creo que tan avanzada como para llevar relojes digitales en las muñecas”. El juez no lo dejó responder, ni hacía falta, quedó probado con la ciencia que esos huesos pertenecían a hombres que murieron durante el mandato de Saddam.

En ese entonces Clyde Snow ya había  llevado evidencia a cientos de juicios. En Estados Unidos le pidieron que investigara los huesos del expresidente Kennedy para determinar si existía evidencia de que hubiera muerto por algo más que por un disparo.  En sus manos estuvieron también los restos de Tutankamón, él fue el encargado de confirmar su autenticidad.  Investigó también en los restos de las víctimas de Josef Mengele o del asesino en serie John Wayne Garcy.

Snow recorrió más de cuarenta países para hablar con sus muertos, entre ellos Guatemala, en donde le devolvió el nombre a decenas de víctimas de la guerra y capacitó a los profesionales que hoy integran “la operación forense más grande del mundo”, según sus palabras.

Clyde, a sus 84 años, ya perdió la cuenta de cuántos cuerpos ha identificado, solo sabe que son “miles”, pero recuerda perfectamente el primero.

Un cazador de su pueblo, en Texas, se había perdido en el bosque. Tres años después encontraron un conjunto de huesos entre los árboles y los pobladores corrieron a buscar al padre de Clyde, que era médico: si alguien podría identificar si eran de un ser humano era él.

Clyde acompañó a su padre y encontró entre el monte dos osamentas entrelazadas, una pertenecía sin duda a un venado y la otra a un hombre. Su primera conclusión fue que hubo una enfrentamiento y que el Cazador salió herido. En ese entonces no existía el ADN, pero Clyde notó que entre los huesos había un trozo de metal. Era una llave que, lo descubrió después, casaba perfectamente en el carro del cazador. Había resuelto su primer caso con solo doce años de edad.

Clyde Snow, el padre de la antropología forense, dedicó buena parte de su carrera a Guatemala, a formar un equipo que ha trabajado y trabaja en las masacres más espantosas. En fosas donde los cuerpos de los niños guardan todavía canicas en sus bolsillos. Es imposible no quebrarse, no gritar de rabia ante bebés asesinados, pero Clyde les da un consejo a los forenses: “Si tienes que llorar, llora de noche”. No hace falta decir que las almohadas de Clyde y sus alumnos han estado empapadas por mucho tiempo.

 

¿Cómo llegó por primera vez a Guatemala?

– Venía de trabajar en Argentina, en donde ayudé a investigar sobre los desaparecidos. Llevaba dos años allí y la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias me pidió que hiciera una parada en Guatemala, antes de volver a Estados Unidos.

Llegamos justo antes de la Navidad, unos días después de la masacre de Santiago Atitlán. Hablamos con los sobrevivientes y escribimos un reporte para la Asociación y para Amnistía Internacional. Luego fuimos a Quiché y un juez allá quería investigar un par de casos de guatemaltecos desaparecidos. Localizamos una fosa y desenterramos los huesos que después trasladamos a la cabecera, Santa Cruz, para revisarlos. Eran de un joven cuyas manos estaban atadas por detrás y tenía una disparo en la cabeza. Este fue el primer caso en el que se realizó una investigación forense en Guatemala, esto llevó a que la asociación se interesara más en el tema y que viniera a Guatemala a realizar más investigaciones.

Y entonces empezó a entrenar un equipo forense guatemalteco.

–En Argentina ya había entrenado un equipo de investigadores y habíamos ido a Chile, en donde también se formó un equipo. Fue así como llegó un grupo integrado por argentinos y chilenos con la misma intención: formar un equipo guatemalteco.

Buscamos jóvenes estudiantes, quienes se animaron a participar, y así fuimos a Quiché, en donde localizamos más osamentas humanas. Pero hubo problemas. Primero, no tenían fondos y por lo tanto no tenían un lugar apropiado para trabajar, no tenían un buen laboratorio, no contaban con una institución que los apoyara. Los primeros años fueron para ellos muy difíciles.

Esto cambió alrededor de 1993, cuando Fredy Peccerelli vino y logró transformarlo todo. Gracias a él tienen lo que hoy es nada menos que, la operación más grande de Antropología Forense en el mundo. No hay otro lugar en el mundo con esta cantidad de gente haciendo su trabajo de forma tan eficiente.

Era todavía la época de la guerra. ¿Sufrieron amenazas?

– Personalmente nunca recibí una amenaza. No obstante, hubo intimidaciones y amenazas contra el equipo porque no contaban con ninguna seguridad.

También estaba el problema de que había mucha gente que no quería que se hiciera ese trabajo. Además, en los juzgados esto era algo nuevo y no lograban aceptarlo. Póngase a pensar: éramos un grupo independiente, no éramos parte del Gobierno y estábamos investigando casos forenses y recolectando evidencia. Era algo nuevo, tanto aquí en Guatemala como en otras partes del mundo. Lo lógico es que dichas investigaciones las haga el Gobierno, por medio de la policía. Para los juzgados era difícil trabajar con un grupo independiente que recolectaba evidencias que no se podían presentar en juicio, precisamente porque no existía la figura jurídica. Era difícil para los jueces, incluidos los buenos jueces: ¿cómo hacemos para incluir esto en el caso? Lo difícil realmente no fueron las amenazas, sino más bien la inercia burocrática de las cortes.

En Argentina sí sufrió muchas amenazas.

– Lo interesante en Argentina es que hacían amenazas de muerte por teléfono. Hay que saber cómo manejar esto, lo que ellos querían era asustarte para que renunciaras al trabajo. Ellos lo sabían, pero nosotros también, entonces los chicos del equipo encontraron una solución.  No se dejaron intimidar y aplicaron humor al asunto, cuando los amenazaban respondían muy amablemente: “Lo siento, solamente atendemos amenazas de2 a4 de la tarde, por favor llame de vuelta y pregunte por Mimi”. La cosa es que lograron lidiar con eso porque esta gente que amenaza odia que se burlen de ellos, te quieren asustar, quieren que los tomes en serio, pero si te ríes de ellos no saben qué hacer. Afortunadamente funcionó.

Hacer una exhumación debe ser un trabajo muy duro emocionalmente, ¿cómo logran sobrellevarlo?

– Salíamos cada día a cementerios clandestinos y fosas a desenterrar huesos humanos, que muchas veces pertenecían a niños. Los encontrábamos en condiciones en las que era imposible no notar que habían sufrido. Es un trabajo que te parte el corazón y de vez en cuando habían ataques de emoción y los chicos simplemente empezaban a llorar. Eventualmente tuve que ser duro, fui brutal y les dije: cuando estamos aquí y recogemos los huesos o los estudiamos en el laboratorio somos profesionales y nuestro trabajo debe ser objetivo; no podemos permitir que nuestras emociones nos distraigan y alteren lo que escribimos. Si quieren llorar se tienen que aguantar y lloren de noche.  Eso se convirtió en una clase de mantra en el equipo, pero le garantizo que muchas lágrimas cayeron durante ese período en Buenos Aires. Es duro, pero como les dije a ellos, la evidencia debe ser objetiva, principalmente si se usa ante la cortes. No podemos permitir que nuestras emociones afecten nuestro trabajo.

¿Hubo muchas emociones fuertes en Guatemala?

– Muchas. Salíamos temprano a las fosas en los pueblos del altiplano, ahí encontrábamos restos de hombres, mujeres y niños; en ocasiones eran familias enteras. Son situaciones que te aprietan el corazón, especialmente aquí, en Guatemala.

¿Más que en otros países?

– Bueno, en términos de cantidad, en Guatemala se ve más de esto. Vimos cosas parecidas en El Salvador, en Bosnia y en Iraq cuando Saddam Hussein mandaba a asesinar pueblos enteros de kurdos. Pero por el trabajo que hemos realizado en Guatemala es en donde más casos así hemos visto. Se da cuenta uno de que fueron tiempos terribles.

Saddam le quería hacer creer al jurado que las fosas eran de sumerios. En Guatemala ha habido quien dice que los muertos son del terremoto o que había un cementerio dentro de un cuartel.

– Ellos siempre tratan de encontrar excusas sobre los restos que se encuentran en fosas. Dicen que son prehistóricos, pero luego no saben explicar por qué muestran perforaciones de bala. No entienden que la ciencia forense precisamente desmiente todas estas excusas. No me cabe duda de que le temen a la ciencia forense. Por ejemplo, las ancianas sobrevivientes de masacres en Guatemala podrían decir que, en efecto, estos fueron crímenes que ocurrieron hace 30 o 40 años. Pero la mayoría de estas mujeres son mayas, probablemente no muy fluidas con su español. Entonces los abogados defensores sacarían ventaja de esto, atacarían su memoria para confundirlas hasta que su recolección de los hechos genere dudas.  Con la ciencia forense no se puede hacer eso. No se puede cuestionar un cráneo perforado por un disparo. Siempre lo he dicho: los mejores testigos que tenemos son los esqueletos, ellos nos dicen a nosotros y a la corte lo que sucedió.

Y no pueden mentir.

–No mienten y no olvidan.

http://www.elperiodico.com.gt/es/20120902/domingo/217297/