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Mujeres antifascistas en Asturias

Carmen García. El Comercio, | 11 septiembre 2012

Las organizaciones de mujeres en la Asturias republicana experimentaron un empuje notabilísimo a lo largo de la guerra

 

Por Carmen García

Profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo

 

“¿Qué importancia no puede tener en la marcha de la Revolución que las mujeres animen con su presencia y con sus servicios a los compañeros, a los padres, a los hermanos? Fueron cocineras y camareras en los cuarteles rojos; enfermeras en las ambulancias y en los hospitalillos practicantes; espías inteligentes en los enlaces durante el Tercer Comité; soldados de filas en los momentos de la defensiva. Ellas llevaban a nuestro pecho el aliento que a veces quería flojearnos. Sirvieron a la Revolución ostentando orgullosas el brazalete del Ejército Rojo, y en esto, justo es decirlo, no hubo distinción de matices ideológicos: socialistas, comunistas y anarquistas rivalizaron en valor y entusiasmo”

Los primeros intentos de movilización política de la mujer en la izquierda asturiana se plasmaron en la constitución del Comité de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo, creado en Gijón a comienzos de 1934 por iniciativa del Comité Nacional. Sin embargo, según el testimonio de la que fuera su Secretaria de Organización, la militante comunista Pilar Lada, el fracaso de dicho Comité fue rotundo. Constituído por el PCE, contaba con “delegadas de nuestro partido y elementos simpatizantes”, sin embargo Pilar Lada se quejaba amargamente de que los dirigentes no prestaron el menor apoyo a la formación de unas camaradas dispuestas a trabajar “con muy buena voluntad”, pero carentes de toda preparación política y cultural; incluso “responsables” como ella ni siquiera eran convocadas a las reuniones del partido.

No será hasta después del triunfo del Frente Popular cuando las Agrupaciones Femeninas Antifascistas, en una etapa de intensa agitación popular, “se cuidan de organizar a la mujer incorporándola a la vida política, preparando su comprensión de clase hasta entonces dormida.” Y, en efecto, en la agitada primavera del 36, se observa una creciente presencia femenina en movilizaciones, por ejemplo las habidas con motivo del 8 de marzo o del 1º de mayo. Además, el arduo esfuerzo de las pocas militantes del PCE por crear, consolidar y extender organizaciones de mujeres sobre bases unitarias antifascistas se saldó con resultados bastante halagüeños, especialmente en Gijón donde antes de estallar la guerra funcionaban cinco Agrupaciones Femeninas Obreras que afirmaban contar con unas 1.200 asociadas. Denominadas Agrupaciones Femeninas en defensa de sus Derechos, tras el inicio de la contienda, se transformaron en Agrupaciones Femeninas Antifascistas a las que se intentará incorporar a las militantes de todo el espectro político del Frente Popular.

La Guerra Civil favoreció excepcionalmente la presencia y activa participación de las mujeres en las tareas políticas y sociales. A medida que discurre el tiempo, y pese a obstáculos de toda índole, la movilización de los hombres para el frente hizo cada vez más imprescindible la incorporación de un creciente número de mujeres a los trabajos de la retaguardia tanto en la producción como en las múltiples tareas de asistencia y apoyo que la encarnizada lucha exigía. Así lo ponen de relieve las Agrupaciones Femeninas en uno de sus manifiestos: “Fueron nuestras Agrupaciones las que organizaron los talleres colectivos en los que se produjeron las primeras ropas para los combatientes. Los sacos terreros que habrían de defender el pecho de nuestros héroes fueron elaborados por estos talleres. Mujeres antifascistas de todos los matices políticos de izquierda recorrieron las viviendas buscando ropas, calzado, colchones, etc., para nuestros luchadores. La mujer actúa de cocinera, de sanitaria en los frentes, de municionera al lado del peligro; creó los lavaderos colectivos. Trabaja cerca de Asistencia Social, del S.R.I. organizando los roperos infantiles para los huérfanos de soldados; colabora en la creación y funcionamiento de las cantinas escolares. Donde hay un dolor está ella. El número de enfermeras voluntarias lo acredita […] En todo momento nuestras Agrupaciones se entregaron por completo a desarrollar las tareas que la guerra reclama de la mujer.”

Ciertamente hubo combatientes femeninas en los primeros días y algunas cayeron en combate, pero la presencia regular de mujeres en los Batallones tuvo más que ver con tareas auxiliares, de cuidado y atención a los soldados. Labores femeninas que eran consideradas, no obstante, “de mucha utilidad” en el frente; así lo reconocía, por ejemplo, el comandante Planería quien propuso “formar un equipo de mujeres con el solo fin de cuidar la ropa de los milicianos y atender a su limpieza…”

Con carácter general, las militantes del PCE se propusieron organizar Agrupaciones Femeninas Antifascistas en todos los Batallones, una de cuyas misiones fundamentales habría de ser la de crear talleres de costura o lavaderos colectivos y, a tal fin, se juzgaba necesaria la colaboración de modistas que enseñasen “a coser y bordar a sus afiliadas”. Peregrina González, militante comunista, Teniente de Alcalde de Luanco, además de Secretaria de la Agrupación Femenina de su localidad, recuerda en sus memorias haber puesto en marcha y dirigido un taller de calzoncillos para el hospital de Luanco al que “llegaban los heridos sin nada que ponerles”, añadiendo resuelta, “era tanta la necesidad existente [que] nos pusimos de acuerdo unas compañeras y yo para organizar el taller”del que se encargó una camarada modista.

Sin duda alguna, el primer objetivo de toda Agrupación Femenina Antifascista, incluso en las zonas de frente, era el de constituir una Biblioteca que les permitiese “ir capacitándose poco a poco”, pero tampoco se olvidaban de la vigilancia tocante a la “moralidad” de las compañeras que siempre deberían ser ejemplo “lo mismo en el trabajo material” que en “la moral de cada una”. Por medio de la instrucción, se trataba de elevar el nivel cultural y político de las mujeres, su formación de clase y, por supuesto, su “espíritu de sacrificio y de abnegación por la Causa.”

Mas lento, tardío y complejo fue el proceso de incorporación de la mujer a la producción. Ya en octubre del 36 aparecía un artículo de Agripina García Feliciate titulado “No es ese el camino. Hay que prestar más apoyo al trabajo de la mujer” en el que su autora, tras reiterar que las mujeres asturianas “estamos dispuestas a trabajar en el frente o en la retaguardia”, arremetía contra algunas autoridades que llamándose antifascistas estaban “saboteando nuestro trabajo” Transcurridos varios meses de la guerra y a medida que las fábricas normalizaban su funcionamiento, se planteará insistentemente por parte de las Agrupaciones Femeninas Antifascistas la conveniencia de cubrir, siquiera fuese temporalmente, los puestos de trabajo dejados vacantes por la movilización de los hombres con mano de obra femenina. Trinidad Cable, en nombre de la Agrupación Femenina Antifascista de Mieres, exigía una vez más que las mujeres fuesen movilizadas en la retaguardia: “La mujer no puede permanecer inactiva en la guerra (…) nuestra labor está en las fábricas, lo mismo de guerra que industriales, conducir un coche, tranvía, oficinas, policías, etc.etc., y con unos días de ensayo o una pequeña orientación poniendo atención e interés, con una disciplina y obediencia feroz (…) sería facil movilizar todos los hombres para fortalecer la vanguardia y nosotros trabajar en la retaguardia.”

A lo largo de la primavera del 37 mujeres asturianas trabajarán en el sector industrial con una eficacia superior, en algunas ocasiones, a la de sus compañeros varones, si hemos de hacer caso al testimonio de Angel Alvarez, Secretario provincial del PCE, quien afirmaba, por ejemplo, que en la fábrica de cartuchos de Villamayor “sobrepasaron a los oficiales en la producción”. No obstante, pese a la sostenida presión de las Agrupaciones de las distintas localidades a fin de crear un verdadero “Ejército de Mujeres produciendo” paralelo al “Ejército de hombres combatiendo”, la realidad de la incorporación de la mujer al trabajo fue más bien limitada. Los sindicatos y organismos del gobierno del Frente Popular que apoyaron con medidas concretas la capacitación de mujeres a fin de éstas desempeñasen oficios tradicionalmente masculinos (mecánicas, conductoras, electricistas, etc.) fueron antes la excepción que la norma. Como sostiene Isabel Cueva, las mujeres más combativas deben “insistir, rogar, presionar, para que se organicen cursos de formación profesional”. Sus reiteradas demandas chocaban una y otra vez con obstáculos al parecer insalvables, o bien recibían como única respuesta un clamoroso silencio. Todavía en el verano del 37, cuando la situación del norte se agrava por días, las Agrupaciones Femeninas Antifascistas siguen exigiendo su derecho a participar más activamente: “¡Queremos trabajar! Sabemos que somos necesarias”. Incluso osaron criticar abiertamente a los “insustituibles”; en esta línea, sostenían las Agrupaciones, era posible acabar con tantos “antifascistas de cuota” emboscados en la retaguardia siempre que el Gobierno del Frente Popular resolviese de una vez por todas el “problema […] de nuestra efectiva y práctica incorporación a las actividades industriales.”

Aún en el último tramo de la guerra las Agrupaciones Femeninas llamaron a las mujeres a movilizarse engrosando las brigadas de choque que tan imprescindibles serán en las tareas de fortificación, construcción de refugios, aprovisionamiento de maderas, siembra y recolección en el campo…, trabajos todos ellos en los que su labor fue, al parecer, muy destacada.

El más amplio compromiso de la mujer con la causa había de lograrse por mediación de los sentimientos; se apelaba a su condición de madre, esposa, hermana o hija: “la que más y la que menos tiene a alguno de sus familiares en las trincheras, pasando frío, privaciones, sacrificios (…) ¿Qué hacen estas mujeres por ayudar desde la retaguardia a que sus familiares tengan un poco más de todo lo que necesitan? (…) Ciertamente que las mujeres trabajamos poco por nuestros soldados…” Y concluía su artículo Enriqueta Moreno con las que, a no dudarlo, eran las consignas del momento: “Todas a engrosar las Brigadas de choque. Ni un solo brazo Femenino inactivo…!”

En cualquier caso, tras la derrota, el Consejo de Asturias en el Informe que sobre su actuación presentó al Gobierno de la República en noviembre del 37, respecto al papel jugado por las mujeres asturianas durante la guerra, señalará escuetamente: “La incorporación de la mujer a la producción fue muy débil restando por ello muchos brazos al Ejército.” Desde luego constataban una realidad cierta, pero los dirigentes políticos y sindicales asturianos no eran del todo ajenos a balance tan parco en resultados, pues poco habían hecho por facilitar la integración y activa participación de las mujeres en las múltiples tareas de la retaguardia. Mientras hubo tiempo para ello, fueron otras sus prioridades.

No obstante, pese a carencias y dificultades, las organizaciones de mujeres en la Asturias republicana experimentaron un empuje notabilísimo a lo largo de la guerra. Los partidos de izquierda vieron incrementada la militancia femenina, especialmente el PCE cuyas activistas fueron las que más celo desplegaron en impulsar, extender y sostener las Agrupaciones Femeninas Antifascistas. El fuerte crecimiento del PCE durante el conflicto bélico también se tradujo en la incorporación a sus filas de cientos de mujeres; si en julio del 36 contaba con unas 300 militantes, en marzo del 37 sumaban ya las 1.800 afiliadas, y las cifras no dejarán de crecer en los meses siguientes. Además, la movilización masiva de los comunistas en los frentes otorgará un papel cada vez más relevante a las militantes en las tareas organizativas, alcanzando en aquella excepcional coyuntura un protagonismo en el Partido impensable en otras circunstancias. De modo que nada tiene de extraño que en el Pleno de octubre del 37 las mujeres representadas sean cerca del millar, un tercio del total, y se informe de que algunos radios y numerosas células están integradas exclusivamente por féminas.

También desarrollaron notable actividad las mujeres socialistas, así como las anarquistas, las jóvenes de las J.S.U., y en menor medida, las republicanas, aún cuando su grado de compromiso y entrega a la causa no parece equiparable a la que caracterizó a las organizaciones femeninas comunistas, aunque es cierto que todavía carecemos de investigaciones monográficas al respecto. Incluso menudearon mujeres ocupando cargos de responsabilidad política en las instituciones resultado, claro está, de la movilización para el frente de los varones.

De todos modos, al margen de las militantes y activistas encuadradas en los distintos partidos, las Agrupaciones Femeninas Antifascistas fueron en realidad las únicas que pudieran recibir el calificativo de organizaciones de masas. Su carácter unitario, abierto y poco sectario, al menos comparativamente, atrajo a un crecido número de mujeres asturianas progresivamente comprometidas con la defensa de la República. Las Agrupaciones se implantaron en todo el territorio asturiano, incluidas las zonas rurales; solamente en Gijón se habían constituído nada menos que 21 Agrupaciones en abril del 37, si bien no todas desplegaron la misma febril actividad. La inmensa mayoría de sus integrantes son jóvenes, solteras, que desarrollan generalmente un trabajo no cualificado fuera del hogar, están encuadradas sindicalmente, y aspiran a mejorar su instrucción cultural y política comprometiéndose a fondo con la causa del Frente Popular.

De manera que cabría preguntarse, ¿estamos hablando de la existencia de una verdadera vanguardia feminista?. Creemos que en modo alguno. Fueron, eso sí, pioneras en la lucha por la incorporación de la mujer a la sociedad que se aspiraba a crear. La febril actividad desplegada por afiliadas y dirigentes, sus constantes campañas de agitación, las múltiples iniciativas en favor de la causa popular y de su género, permitieron la rápida extensión de las Agrupaciones a toda la Asturias republicana y lograron movilizar por primera vez a miles de mujeres, especialmente a las jóvenes, que daban, entre titubeos y tropiezos, los primeros pasos en el camino abierto de una cierta emancipación.

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