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El regreso de Alfonso Camín

Ernesto Burgos. Lne.es, | 4 enero 2013

El poeta gijonés tenía 77 años cuando retornó a España, donde sufrió apuros económicos y persecución policial, aunque recibió numerosos homenajes antes de su muerte

ERNESTO BURGOS

HISTORIADOR Albino Suárez nunca olvidará la madrugada del 25 de septiembre de 1967, cuando pudo hacer realidad una escena con la que había distraído muchas veces su imaginación para evadirse del duro trabajo minero. Albino era entonces un aprendiz de poeta con ganas de acercarse a quienes pudiesen ayudarle a andar el camino de las letras. En poco tiempo se había encontrado con las dos caras de aquel mundo que le deslumbraba y estaba empezando a conocer. Mientras uno de los vates del franquismo, José García Nieto, a pesar de haberle prometido su amistad, ignoraba sistemáticamente sus cartas, mostrándole los prejuicios del endiosamiento, otro escritor mucho más valioso, Alfonso Camín, consagrado en Sudamérica, pero que en España permanecía relegado por sus ideas republicanas, le recibía como a un igual sin pedirle nada a cambio.

Aquel día, el barco que traía al poeta y a su mujer Rosario Armesto desde el exilio mexicano llegaba a Gijón con las primeras luces del amanecer y para poder estar allí cuando pisase tierra, Albino tuvo que convencer a un amigo para que lo dejase subir en el furgón de un tren de mercancías que unía Laviana con la estación de la ciudad costera; luego un taxi hizo el resto y los dos hombres, el maestro consagrado y el aprendiz, que ya venían manteniendo una fluida correspondencia, pudieron conocerse en persona.

Alfonso Camín Meana tenía entonces 77 años y retornaba dispuesto a pasar sus últimos años en Asturias sin más bagaje que su dilatada carrera como escritor y las cajas de libros que pensaba vender aquí para financiar su estancia; también llevaba bajo el brazo una nueva obra «Don Suero de Quiñones o el caballero leonés» y la esperanza de ser profeta en su tierra.

El poeta había nacido en la aldea gijonesa de La Peñuca, en Roces, el 2 de agosto de 1890 y su biografía estaba llena de cicatrices. Su adolescencia como trabajador en una cantera de Contrueces se había cortado bruscamente a consecuencia de una reyerta, con un adulto al que llamaban «El Rata». En aquella pelea su navaja había sido la más rápida, pero sus padres para evitar los males mayores de la previsible venganza le enviaron a Cuba. Una huida que fue fructífera porque allí, aunque tuvo que ganarse la vida como vendedor y conoció la cárcel a causa de su carácter pendenciero, no tardó en publicar su primer libro de versos «Adelfas» en 1913 y dirigió la revista «Apolo» mientras trabajaba en la redacción de los periódicos isleños «La Noche» y «Diario de la Marina», que le envió a España como corresponsal durante la Primera Guerra Mundial.

Cuando llegó la paz volvió a Cuba, y de allí pasó a México, donde pudo tratar a Pancho Villa, pero dedicado ya de pleno a la literatura y sin cesar de publicar libros que eran esperados ansiosamente por el público. En 1929 nació la revista «Norte», editada inicialmente en España y luego en México, seguramente su obra más querida, que se iba a prolongar en el tiempo como un diario poético de su existencia durante treinta y dos años, y de nuevo en Madrid pudo vivir durante la II República el periodo más fructífero de la cultura española y conocer a Rosario, la segunda y definitiva mujer de su vida, que ya no le dejaría nunca.

Con ella retornó a América -de nuevo a Cuba y a México- cuando estalló la Guerra Civil, para empezar a andar el camino de la poesía afro-antillana, publicando decenas de libros, aunque sin olvidar sus raíces asturianas, como dejó claro al editar en 1940 una antología de la obra de Teodoro Cuesta. Albino Suárez contó en alguna ocasión como uno de sus poemas de aquella época «Macorina» alcanzó fama mundial gracias a la versión musicada de Chavela Vargas -que seguramente ustedes han oído alguna vez-, pero ella tardó en decir que la letra no era suya, a pesar de de las advertencias de Camín, hasta que el autor, después de avisarla varias veces de palabra, tuvo que hacerlo enarbolando el bastón que siempre le acompañaba. Desde aquella ocasión la intérprete siempre puso cuidado en aclarar este dato.

Volviendo a aquel 1967, Alfonso Camín no tardó en darse cuenta de que en Asturias iba a tener dificultades para poder pasar sin apuros económicos sus últimos años y decidió instalarse en Madrid, donde el Centro Asturiano de Madrid le ayudó a superar las trabas que en aquel momento le acarreaba su pasado político.

Mientras tanto, en esta tierra se recuperaba poco a poco su figura. El 13 de junio de 1969, la Asociación «Amigos de Mieres» organizó en su honor en el Teatro Capitol de esta villa un festival artístico, que pudo celebrarse a pesar de los informes de la brigada Político Social que calificaba al escritor como «un elemento que desde su juventud se distinguió por sus costumbres de vida libre y bohemia, con pocos escrúpulos en el orden moral y posteriormente por su ideología marxista y furibunda desafección al Régimen y a su jefe de Estado».

A pesar de aquella enloquecida acusación, el acto pudo celebrarse con un gran éxito de público, que acudió atraído más por la faceta reivindicativa del poeta, acrecentada por la acusación policial, que por su trabajo con los versos, y, cuando la velada concluyó, tanto los organizadores como un sorprendido José Ramón Alonso «La voz de oro de Langreo», que actuaba como presentador, tuvieron que prestar declaración en la comisaría local. Con todo, los organizadores de la función se comprometieron a ir vendiendo sus libros, que quedaron depositados en los locales de la Asociación, aunque seguramente con poco empeño, ya que, pasados unos años, los montones de ejemplares apenas se habían tocado.

Entretanto, el poeta se aislaba cada vez más en su aldea gijonesa, casi ajeno al reconocimiento que empezaba a recibir su figura. Se le concedieron varios premios mientras la policía franquista seguía controlando sus pasos y ponía trabas a los actos que se iban organizando en su honor, aunque con el tiempo aquella presión acabó disminuyendo y afortunadamente pudo disfrutar del homenaje de diferentes instituciones.

Pero los galardones nunca llegaron acompañados del complemento económico que tanto necesitaba: la «Cátedra Jovellanos» del Centro Asturiano de Madrid le concedió la «Manzana de Oro»; Gijón y Oviedo dieron su nombre a sendas calles; en el Campo de San Francisco se levantó un monumento con unos versos suyos y a instancias de la Diputación se le concedió el título honorario de «poeta de Asturias», todo ello sin un acompañamiento monetario.

El 2 de enero de 1978, el Teatro Capitol volvió a ser escenario de un nuevo homenaje en el seno de la III Andecha de la poesía bable, convocada por Radio Oviedo, la Sociedad de Festejos del Carmen y los bablistas más populares de aquellos años: Lorenzo Novo Mier, José León Delestal y Julián Burgos, aunque entonces fueron muchos menos los mierenses que acudieron a respaldar aquel acto puramente literario en el que Camín recibió uno de los galardones que se otorgaban, antes de volver a su refugio gijonés.

Los últimos años de Alfonso Camín no fueron fáciles porque su carácter bohemio no le había dejado preparar la vejez. Algunos amigos lo ayudaron a la hora de rellenar solicitudes para ayudas o pensiones que nunca llegaban, vendiendo o adquiriendo sus libros, como fue el caso del citado Julián Burgos que adquirió lotes de sus obras para donarlas después a todas las bibliotecas del concejo mierense.

Su alejamiento de los círculos académicos hizo que algunos profesores universitarios como el académico José María Martínez Cachero lo considerasen un poeta menor, pero a su pesar acabó teniendo el reconocimiento popular y en 1981 fue nombrado Poeta de Asturias e Hijo Predilecto de la región. Aquel año, hizo una de sus últimas apariciones públicas, cuando la Fundación Príncipe de Asturias, aprovechándose de su avanzada edad, lo llevó hasta Oviedo para que saludase a los Reyes de España.

Entonces alguien recordó su inquebrantable convicción republicana y como en una ocasión, cuando Ramón Pérez de Ayala y él se cruzaron desde la plataforma de un tranvía madrileño con una comitiva en la que iba el Rey Alfonso XIII, mientras el primero se quitó el sombrero en señal de saludo, Camín supo dirigir su mirada hacia otro lado para evitar la reverencia.

El 12 de diciembre de 1982, el poeta astur-caribeño falleció en su casa de Porceyo, donde su esposa Rosario le cuidó hasta el último momento. Tenía noventa y dos años de edad y ella no tardó en acompañarlo. Ambos están enterrados en el cementerio de San Félix, en Porceyo (Gijón) donde cada año el Ateneo Republicano de Asturias le rinde homenaje.

Albino Suárez, su discípulo más fiel, nunca falta a esa cita para honrar al hombre que creyó en él y le enseñó a ser poeta.

http://www.lne.es/cuencas/2013/01/02/regreso-alfonso-camin/1348522.html