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La muchacha de Córdoba la Vieja que combate la amnesia de los tiempos

El Día de Córdoba, | 20 enero 2013

_PrElDíaCórdobaIsabel Amil Castillo fue perseguida por defender su verdad y mantiene intactos el respeto, la conciencia y la honestidad de otros años


MATILDE CABELLO | ACTUALIZADO 20.01.2013
Isabel Amil Castillo nació junto a Medina Azahara, creció en el Zumbacón, fue perseguida por defender su verdad y mantiene intactos el respeto, la conciencia y la honestidad de otros años

E N 1943, a un año de la entrada del Maquis por el Valle de Arán, y en pleno proceso de infiltración comunista desde África, se iniciaba la «redención de mujeres caídas» y la Sección Femenina alzaba uno de sus pilares de aculturación: el folclore. Bajo el título de La unidad en la estrofa, se anunciaba la publicación de Nueve siglos de Canción Española, mezcla de cantos de León, tarantos y copla andaluces y alegrías de tabancos de Cádiz.

La periferia de Córdoba congregaba a la población rural, entre el chabolismo y el hacinamiento, en el Zumbacón, El Naranjo, El Campo de la Verdad o Los Olivos Borrachos. A una de esas familias pertenecía Marina Castillo Gutiérrez y Bartolomé Amil Sánchez, herederos de los movimientos sindicalistas y obreros del primer tercio del siglo XX. Marina era hija de uno de los fundadores del PCE en Villanueva de Córdoba y Villafranca, como reza alguna foto de su infancia leyendo Bandera Roja o Unión Socialista. La muchacha llegó a Córdoba tras la Guerra Civil y el encarcelamiento del padre junto al doctor Joaquín Sama Naharro. Se puso a servir y guardando sus trozos de pan para llevarlos a prisión, evitó que el médico y el padre murieran, como tantos, de inanición. Casada ya con Bartolomé, sus primeros años en común fueron de peonadas del hombre en el campo y en la fábrica de cemento, hasta recalar en Córdoba la Vieja. Allí nació su primera hija, Isabel, un lunes 3 de mayo de 1943; la seguirían siete criaturas más: Marina, Maruja, Antonio, Paco, Ana, Loli y Pilar.

Isabel Amil Castillo cumplió los ocho años en la calle Añora del Zumbacón, en donde se instaló la familia al quedar sola la abuela paterna. Del barrio guarda el recuerdo de gente extraordinaria y el despertar a su conciencia social. También del hambre: «Mis padres no tenían para ponernos de comer; de modo que mi madre cambiaba el pan del racionamiento por aceite y azúcar. Dejaba mi bollito y me lo servía en un plato, porque me gustaba mojar sopas en vez del hoyo».

Junto a ellos vivían piconeros o fabricantes de caballos y muñecas de cartón. Isabel nunca llegó a tener una. Tampoco tuvo colegio hasta los nueve años, cuando hicieron uno de tablas. A los 11 la sacaron para ayudar en casa: «Lo recuerdo -dice ella- como algo pobre pero muy grande. Mi madre cosía y después de cenar mi padre escuchaba La Piri, que decíamos, y nosotros también. Nos advertía que no se le podía decir a nadie y nunca lo dijimos».

Con 16 años entró a trabajar en la Cepansa y a sacar del sueldo 25 pesetas de cuota para un partido que todavía no entregaba carné: «Ya tenía claro por lo que hay que luchar. Mi barrio me había curtido y tuve mis primeros intentos de cambiar las cosas». El padre y el abuelo, al igual que la madre, estaban ya implicados con el PCE. Isabel conserva aún los carnés de Bartolomé y Marina: «Ellos estaban contactados. Cuando las detenciones del 60, la fecha en que Ernesto Caballero huyó en bicicleta, no cayeron; pero sí en la redada del 61». El suceso la anima a formalizar su compromiso de la mano de Mari Aroca y Felisa Osuna que habían sido detenidas: «Yo caí en el 62 porque en Puente Genil salió mi nombre; también el de mi padre y de otros trabajadores sanos, íntegros, de los que nadie se acordó luego ni ahora». A las primeras palizas y la primera detención, siguieron cuatro meses sin juicio y unas declaraciones oficiales que aseguraban que no había detenidos sin juzgar más de un mes. Interviene entonces la madre denunciando mediante escritos que su hija y su marido llevaban cuatro sin ser juzgados. Los excarcelaron a los siete meses de Fátima: «Éramos 17 ó 18. Salimos de noche, lloviendo, cantando a la libertad y temiendo que nos devolvieran de nuevo allí. Pero, cuando todo el mundo te señalaba como comunista, actuabas con más libertad».

Isabel Amil recorrió los pueblos en reuniones a campo abierto. Quedaba con un compañero, se presentaban con sus pseudónimos y celebraban encuentros; otras veces en la casa de alguien que nunca se supo ni se sabrá. En 1965 la Policía llama a su puerta y la encañona, ya en la calle Torremolinos. La razón era el «soplo» de alguien que se decía compañero y alertó a la Social de un «arsenal» de libros prohibidos y destinados a captación de jóvenes. No los encontraron, pero sí un ejemplar del Mundo Obrero. Se la llevaron junto a un compañero llegado de Francia y acogido en su casa, y a un tercero. Acabó en las Ventas con tres años de condena y ellos en Carabanchel. El 22 de junio de 1966, la prensa nacional da noticia de la detención de una mujer y de aquellos dos hombres por asociación ilegal que actuaban en Córdoba y provincia. Eran Isabel Amil, Alejandro Mesa y Francisco Molinero, con quien se casó en la primera boda civil de Andalucía en 1967 y ambos en libertad condicional. En julio de ese año, su nombre vuelve a las rotativas junto al de 26 militantes comunistas, alumnos de una escuela de formación marxista de Alemania Oriental dirigida por Hermman Kahnt. Hubo una última detención estando a solas con sus dos hijos. El más pequeño estuvo en la prisión de Sevilla hasta que Francisco pudo recogerlo. Vinieron viajes con grilletes, en los trenes, por distintas cárceles. Su última labor fue la creación en Córdoba del 1º Foro por la Memoria que presidió y puso en marcha, entrevistando a supervivientes y familiares de un tiempo que marcó su vida.

http://www.eldiadecordoba.es/article/cordoba/1441811/la/muchacha/cordoba/la/vieja/combate/la/amnesia/los/tiempos.html