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Ángeles Flórez Peón, miliciana durante la Guerra Civil y exiliada en Francia

La Nueva España, 17.04.2013 | 17 abril 2013

Ángeles Flórez«Aprendí democracia con padres socialistas, hermano comunista y hermana católica»

 

«Mi consejo de guerra duró 15 minutos, el abogado más bien me acusaba y la condena fue de reclusión perpetua; incluso hubo quien quiso culparme de haber matado a dos soldados moros»

J. Morán Memoria de hechos tremendos, pero una sonrisa en el rostro. A sus 94 años, Ángeles Flórez Peón echa una mirada a su vida y reflexiona: «No ha habido más que muerte en mi familia». Muertes por causas naturales, por accidentes, pero, sobre todo, las causadas por la Revolución de 1934 en Asturias y por la Guerra Civil. En el primero de esos sucesos, Ángeles Flórez perdió a su hermano mayor, Antonio, y en el segundo, a su novio Quintín. La contienda también dejó huella en ella misma, que sufrió un consejo de guerra y una condena de reclusión perpetua. Y la posguerra, con la persecución de los huidos en el monte, provocó que esta asturiana tuviera que exiliarse en Francia, en 1948. Al volver 12 años después para ver a su familia, fue detenida de nuevo en la frontera porque aún persistía sobre su cabeza la acusación de «terrorista».

Pese a todo ello, Ángeles Flórez Peón evoca su vida en estas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con serenidad y «sin ganas de venganza». Nacida en Blimea (San Martín del Rey Aurelio), el 17 de noviembre de 1918, considera que desde niña «aprendí democracia en familia, con padres socialistas, un hermano comunista y una hermana muy católica».

Su padre, madrileño afincado en Asturias, era socialista «de Pablo Iglesias». Su madre, «una buena comadrona», también compartía esas ideas. Su hermana Aurora tenía las ideas católicas «que le habían metido en la cabeza cuando estuvo sirviendo en una casa de Gijón». Y, por último, su hermano Antonio, se «había hecho comunista en Bélgica». Será este hermano el que, al volver a Asturias, se haga cargo de la familia, y particularmente de los tres hermanos pequeños: Secundino, Argentina y Ángeles, que vivían con su madre en condiciones de dificultad.

Pero la Revolución del 34 se cruza en la vida de Antonio, ya que forma parte del grupo de represaliados por la Guardia Civil y conocidos como los 24 «Mártires de Carbayín». Su muerte, «cuando él tenía 29 años y yo iba cumplir 16, marcó toda mi vida hasta el día de hoy». Otro suceso violento zanjó su noviazgo con Quintín Serrano Zamorano, que había participado en la Revolución junto a Belarmino Tomás. Tras las elecciones de febrero de 1936 y la victoria del Frente Popular, «Quintín salió de la cárcel con los presos del 34». Se hicieron novios antes de la guerra, «durante tres días», y lo dejaron, pero ya durante la guerra él le pidió matrimonio. Sin embargo, acabada la contienda, Quintín fue apresado y condenado a pena de muerte en consejo de guerra. «Lo fusilaron en 1939, cuando yo estaba en la prisión de Santurrarán, Guipúzcoa».

El destino de Ángeles fue menos trágico, pero muy tenso y agitado. Desde marzo de 1936 militaba en las Juventudes Socialistas Unificadas. Hasta la guerra «fueron los mejores meses de mi vida». De esa época data su apodo de «Maricuela», nombre de la protagonista de una obra de teatro que representa por los pueblos. Al estallar la contienda civil se presenta voluntaria y es miliciana en Colloto, donde trabaja en la cocina inmediata al frente de Oviedo. Después es destinada como enfermera a un hospital de campaña en el barrio gijonés de El Cerillero. Acabada la guerra fue detenida y sometida al cabo de unos meses a un «consejo de guerra que duró 15 minutos, y en el que el abogado más bien me acusaba; la condena fue de reclusión perpetua e incluso hubo quien quiso culparme de haber matado a dos soldados moros en Pola de Siero». Por las sucesivas reducciones de pena, cumplirá casi cuatro años de condena, parte de ellos en el temible penal de mujeres de Santurrarán.

En 1946 se casa con Graciano Rozada, «Chano», de El Entrego, que al poco tiempo decide huir a Francia porque tras la guerra «se había echado al monte y, aunque se había entregado, temía que volvieran a por él». Ángeles y su hija de diez meses le siguen en 1948, cuando ella se ve involucrada fortuitamente en las detenciones tras la caída de los guerrilleros de Caxigal. Al volver en 1960 de visita a España «se me vino el mundo encima cuando me detuvieron en la frontera por terrorista». Librado aquel trance regresa a Francia, y Gijón no será su destino hasta el fallecimiento de su marido, en 2003. Desde entonces, y después de tanta ausencia, ha recuperado piezas que desconocía en el puzle de su vida. Ha sido su recuperación de la memoria histórica, trasladada a dos libros: «Memorias de Ángeles Flórez Peón, «Maricuela»» (Fundación José Barreiro), y el más reciente, «Las sorpresas de Maricuela».

 

La Nueva España, 17.04.2013

«Mi hermano Antonio fue uno de los ´mártires de Carbayín´ y mi madre decidió ir a vivir cerca de su tumba»

«Al caer Gijón en la Guerra Civil, Belarmino Tomás avisó a mi novio Quintín para que huyera por El Musel, pero se bajó del barco y vino a buscarme»

 

Socialista de Pablo Iglesias. «Mi padre, José Flórez Llusía, era madrileño, y mi madre, Restituta Peón Iglesias, asturiana, de Bimenes. Y yo nací en Blimea, concejo de San Martín del Rey Aurelio, el 17 de noviembre de 1918. Mi padre se había venido a Asturias no sé por qué motivo y cuando lo conoció mi madre él estaba poniendo una escuela; no era maestro, pero seguramente ponía esa escuela particular para ganarse la vida. Él tenía una hermana en Madrid que se comunicaba con mi hermano Antonio, pero cuando a él lo matan en octubre de 1934 perdimos esa relación con la familia de mi padre. Tratamos años después de dar con ellos y una hermana mía lo intentó hasta por una emisora de radio, pero no lo conseguimos. Por eso sé muy poco de mi padre, que además murió atropellado por un coche en Oviedo en 1936, antes de la guerra, cuando tenía unos 60 años. Al parecer era de una familia burguesa, pero se hizo socialista y conoció a Pablo Iglesias y nos hablaba de él. Pero sé muy poco de él porque cuando yo era niña no me interesaba por nada de eso y cuando me interesé ya casi no había a quien preguntar. Además, estuve exiliada en Francia y todos mis hermanos murieron antes de que yo regresara definitivamente».

Buena comadrona. «Después de que nacieran mis dos hermanos mayores, Antonio y Aurora, mi padre fue a trabajar a Francia y, mientras, ella vivió en Madrid y trabajó en una clínica en la que se hizo comadrona. Ella tenía un documento de que podía ejercer así y era una buena comadrona, que cuidaba la higiene y todas esas cosas. Entonces las llamaban parteras y, ya de vuelta en Asturias, cuando había un parto iba a las casas porque entonces nadie acudía a las clínicas a dar a luz. Con ese trabajo apenas ganaba dinero. Había tanta miseria que a veces tenía que coger ropa nuestra para llevarla a la casa del parto. Las casas no tenían servicios, ni higiene. Y con lo poco que ganaba, ni trabajando el marido daba para dar de comer a los hijos, que desde muy pronto tenían que ponerse a trabajar. Mi padre volvió de Francia y, junto a mi madre y los dos hijos mayores, regresaron de nuevo a Asturias, donde ya nacimos los tres hijos pequeños. Mi padre trabajó entonces en una mina, en el exterior, como obrero».

Accidente de tren. «Fuimos en total cinco hermanos: Antonio, el mayor, Aurora, Secundino, yo, que era la penúltima, y Argentina. No vive ninguno. Antonio, ya digo, murió en 1934; Aurora murió en Madrid hace 57 años, y Secundino falleció en Villa, un barrio de Sama de Langreo, en 1993, cuando tenía 76 años. Tuvo un problema médico: nunca había estado enfermo y empezaron a dolerle los riñones; le pusieron una inyección que se ve que no le vino bien y se le pusieron las piernas enrojecidas. El médico había marchado de vacaciones y otro médico le dijo que ingresara en el hospital al día siguiente a las dos. Pero tenía que haber ingresado inmediatamente porque al otro día ya era demasiado tarde. Y mi hermana pequeña, Argentina, y su marido, Andrés García, murieron en un accidente de tren en la zona de Infiesto, en 1987. El tren descarriló y cayó un vagón al río, y en ese vagón mueren mi hermana y mi cuñado, y otras dos personas: una joven que iba a Santander y un joven que hacía el servicio militar como revisor. Mi hermana venía cada año de Baracaldo a Carbayín en el día de Todos los Santos, a visitar la tumba de nuestro hermano Antonio y la de mi madre. Así que ese año 1987 se me fue mi hermana. No ha habido más que muerte en mi familia».

Respeto a las ideas. «No tengo buenos recuerdos de mi niñez. Bueno, podía haber sido peor. Éramos muy pobres y tuve que trabajar desde niña, sirviendo en casas de Sotrondio desde que tenía 12 años. No pude ir a la escuela ni realizar ningunos estudios. Mis padres se separaron y fue ahí cuando empezaron a verse más necesidades. Mi hermano Antonio se marchó a Madrid y mi hermana Aurora vino a servir a una casa de Gijón. Los tres hermanos pequeños, que vivíamos con mi madre, empezamos a ver las dificultades. Antonio había marchado desde Madrid a Bélgica, con un amigo, pero cuando llegó allí vio que tenía que trabajar con la pala y pensó que para eso no merecía la pena estar en el extranjero. Fue cuando volvió a Asturias y se ocupó de nosotros. Quiso que yo aprendiera a coser, para que no tuviera que servir. Mi hermano no era minero. En Madrid había estado trabajando con un tío que tenía un bar, pero después de venir de Bélgica trabajó en una mina de Sotrondio y también abrió un chamizo, una mina pequeña, porque en el otro trabajo ganaba poco y quería mantenernos a nosotros. En Bélgica se había hecho comunista, así que en la familia estaban mis padres, que eran socialistas; él, que era comunista, y mi hermana Aurora, que era muy católica. Era como una democracia y por eso estoy bien formada para ser demócrata y para respetar todas las ideas. Yo me afilié a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) cuando se formaron después de que el Frente Popular ganara las elecciones de febrero de 1936. Antes ya había tenido contacto con esas ideas porque en mi casa entraba el periódico «Avance» y en las comidas se hablada de la lucha o de Pablo Iglesias. Y mi hermana era muy católica porque estuvo sirviendo en una casa de Gijón y le metieron esas ideas en la cabeza».

Alegría por la República. «Tengo un recuerdo muy grande del día en que se proclamó la II República, el 14 de abril de 1931. Estábamos mi madre y yo solas en casa, en Sotrondio, y sentimos que gritaban: «¡Viva la República!». Mi madre me cogió de la mano y me sacó a la calle. La vi muy contenta porque estaba al corriente de la política, pero yo no sabía lo que era la República. Salimos y fuimos a encontrarnos con los que venían o iban a El Entrego llevando la bandera republicana. Yo veía que estaba toda la gente muy contenta y le preguntaba a mi madre: «¿Y qué es eso de la República?». «¡Ay!», me decía, «mira, eso es la libertad, el poder tener libertad», y me explicaba un poco todo aquello. Como estaba todo el mundo tan contento, yo también lo estuve y ya me quedó eso en la cabeza. Tenía 12 años. Personalmente no noté novedades. Seguí trabajando porque tenía que hacerlo para comer. No sentí nada de mejora y seguí igual hasta que mi hermano llegó y me sacó de servir para que aprendiera a coser. Aprendí en un taller de Sotrondio, de una modista. Es curioso que cuando volví a Asturias en 2003 me encontré en el partido, en el PSOE, con un compañero que era de Sotrondio, y hablando, hablando, me preguntó: «¿Conocerías a mi hermana?». «¡Pero si fue mi modista, qué casualidad!». Se llamaba Vicentina. Yo ya había aprendido a coser y estaba aprendiendo el corte cuando mataron a mi hermano».

Hermano desaparecido. «Había estallado la Revolución del 34 y yo estaba aquí, en Gijón, visitando a mi hermana. No pude volver a Sotrondio porque no había ni trenes ni autocares y no me dejaron marchar. Me quedé con mi hermana en Gijón hasta que vino mi madre, que no vino expresamente a buscarme a mí, sino a mi hermano, que ya había desaparecido. Mi hermana servía en una casa de la calle Marqués de Casa Valdés; me parece que era el número 143. Era la casa de un matrimonio sin hijos y que tenía, me parece, una pequeña tienda o algo así. Cuando llegó la guerra se encontraron con dificultades, o sea, que se quedaron en la miseria. Mi hermana estuvo con ellos y no tenían casi que comer. Después fue cuando ella marchó a servir a Madrid. Éramos pobres y éramos obreros. Vino mi madre a Gijón porque había desaparecido mi hermano. Le habían cogido preso y no lo encontraba por ningún lado. Vino a ver si estaba en Gijón y no supo nada de él. Me marché con ella a Sotrondio cuando ya había pasado la revolución. Mi hermano fue víctima de una represalia, de una venganza de la Guardia Civil. Durante la Revolución, los milicianos habían asaltado el cuartel de Sama de Langreo y después los guardias cogieron a 24 personas, sin diferenciar quiénes eran, y los mataron salvajemente. Mi hermano era comunista, como ya dije, pero probablemente no lo hubiera seguido siendo durante su vida por su carácter. Era muy apreciado por todo el mundo y era, como yo, un demócrata al que no le preocupaba si una persona era de derechas o de izquierdas. Tras la Revolución, los conocidos querían guardarlo, y le decían: «Mira, Antonio, ven a nuestra casa a refugiarte». Y él respondía que no, que no le había hecho mal a nadie. El primer día de la Revolución había caído herido de un balazo en la pierna y por eso cuando le decían que fuera a ocultarse (se lo dijo hasta algún conocido de derechas), el insistía: «No, yo no hice mal a nadie, ¿qué me van a hacer a mí?»».

Un pedazo de cara. «Pero los cogieron en aquella represalia muy criminal. Mi madre dio con él y supo que estaba detenido en Sama. Fue a verlo y estaba tirado en un camastro; como tenía la pierna herida estaba un poco inconsciente. Y cuando fue a verlo al otro día ya no estaba, ni él ni los demás. Ya no se supo nada de ellos hasta que encontraron sus cadáveres. La gente se preguntaba qué habían hecho con ellos. Los habían llevado a Carbayín por la noche, atados, y los bajaron por un terraplén. Allí, con bayonetas y machetes, para que no hubiera ruido, los mataron. Enterraron a 15 en un lugar y a nueve al otro lado de Carbayín. A mi hermano le faltaba un pedazo de la cara. Cuando los sacaron querían apartar a mi madre para que no viera a su hijo así, pero dijo que no y lo presenció. Los habían encontrado unos días después. De Carbayín a Tuilla se bajaba por un atajo, y por ese atajo los llevaron atados. Unas mujeres que bajaban a Tuilla vieron aquella tumba y dieron parte. Cuando los estaban sacando dijeron algunos: «Estos hombres murieron mártires», y por eso les quedó el nombre de los «Mártires de Carbayín». Mártires porque los hicieron sufrir, porque los martirizaron, no por católicos, aunque había uno, que gritó: «¡Soy católico, soy católico!». En aquel grupo había gente de todas las ideas porque los habían cogido sin mirar quiénes eran. Hasta había un joven de 16 años. Después de descubrir los cuerpos, los llevaron en un camión y los enterraron en una fosa, menos a dos, que lo arreglaron para llevarlos a otro lugar. Todos los años se les hace un homenaje».

La idea de lucha. «Antonio tenía 29 años y yo iba cumplir 16. Su muerte marcó toda mi vida, hasta el día de hoy. Aquello también trastornó mi vida en aquel momento. Dejé de aprender a coser y volví a servir y a pasar calamidades. Fue mi madre la que quiso ir a vivir de Sotrondio a Carbayín. Se le metió en la cabeza estar cerca de la tumba de su hijo. Sotrondio era poco, pero era una villa, una villina, pero ir a vivir a aquella montaña de Carbayín fue un trastorno. Yo tenía muchos complejos y me daba vergüenza todo. ¿Qué pensarían de nosotros al ir a vivir allí?, me preguntaba. Pero mi madre quería estar cerca de su hijo, al lado casi. Pensé que su muerte era cosa de mala suerte. En aquella época y con mi edad, se era más ignorante. No es como ahora, que tienes la radio o la televisión y te enteras de las cosas. Yo pensaba que tenía mala suerte, nada más. En realidad tuve suerte toda mi vida, pero en ese momento era muy triste perder a un hermano de ese modo. Pero también tuvo que ver con que yo entrara después en las JSU. Lo comprendí porque en mi casa oía hablar de esas ideas, aunque yo no tenía un ideal en la vida, el decir que voy a hacer esto. No pensaba en ello, pero cuando asesinaron a mi hermano comprendí que tenía que hacer algo. Había que luchar para poder salir de aquella situación».

Preso con Belarmino Tomás. «Entré en las JSU, de socialistas y comunistas unidos, y recuerdo con alegría que después de las elecciones de febrero de 1936 salieron de la cárcel los presos de la Revolución del 34. Y hubo un preso que se enamoró de mí. Afiliarme a las JSU me supuso poder hablar, hacer manifestaciones, no en contra de nada sino muchas de ellas de alegría. El Primero de Mayo fuimos a Pola de Siero con la bandera de los «Mártires de Carbayín», y después hubo una manifestación muy importante en Oviedo, a la que acudimos con la misma bandera. La llevábamos mi hermana Argentina y yo, no porque lo hubiéramos pedido, sino porque nos eligieron para ello. Tengo un gran recuerdo de aquello y esos meses, hasta la guerra, fueron los mejores de mi vida. Tengo un buen recuerdo de ellos: fue lo más feliz de nuestra juventud, que terminó ahí, con la guerra. Nuestra generación, nuestra juventud, acabó ahí y ya no tuvo nadie juventud. Conocí personalmente a la Pasionaria, que fue a hablar a Sotrondio. Y en los cines, antes de la película, ponían un documental y en uno de ellos salían las viudas y las madres de los «Mártires de Carbayín», mi madre entre ellas, que fueron a Madrid. Y Pura Tomás fue a hablar a Carbayín, y estuvo presente en el consejo de guerra que les hicieron a los de la Revolución del 34, en el que estaba el que sería mi novio, Quintín Serrano Zamorano, que era vecino y muy amigo de Belarmino Tomás, con quien estuvo preso. A este novio que tuve lo fusilaron después de la guerra, a los 23 años. Yo era muy joven cuando le conocí y aquel noviazgo fue algo inesperado. Yo no quería tener pareja, ni hablar con él, pero durante la guerra nos hicimos novios, cuando yo era miliciana, aunque estaba en un destino diferente del suyo. Nos habíamos conocido un día que llegué a Carbayín y nos encontramos en la estación. El ya había salido de la cárcel, donde estaba con una condena de doce años. Subimos juntos hacia mi casa y nos hicimos novios durante tres días, porque me enteré de que su madre le daba muchos disgustos y no quería que él me tuviese de novia. Estalló la guerra y él fue a Pola de Siero, en la organización de la retaguardia. Creo que tuvo trabajo de formación, porque ya había estado en el Revolución del 34. Después ya se marchó al frente y al final de la guerra era carabinero».

Petición de matrimonio. «Yo le había dejado después de aquel noviazgo de tres días, pero ya durante la guerra su madre, que tenía muchos hijos menores, salió en barco de Asturias y marchó a Francia. Y el día que se fue le dijo a su hijo: «Quintín, cásate con Ángeles, porque yo he sido muy injusta con ella». Entonces él vino a verme. Yo estaba de enfermera en Gijón en ese momento y vino a decirme que había marchado su madre y que se quería casar conmigo. Me cogió de sorpresa y le dije: «Escucha, esto está muy mal; tú quédate con tus hermanos y vamos a esperar a que se termine la guerra». Pero en ese momento volvimos a ser novios, durante un mes o dos, el tiempo que faltaba para el final de la guerra. Yo era muy joven y no tenía mucho conocimiento, también porque mi madre me reñía y me decía: «¿Qué culpa tiene Quintín de que no te quiera su madre? Eres injusta». Yo lo había dejado la primera vez y no había querido saber nada de él. Pero en estos últimos años, desde que volví a Asturias en 2003, me enteré de que una hermana suya vivía en Pola de Siero y por ella supe que no era que la madre no me quisiera a mí, sino que ella no quería que los chicos tuvieran novia o se casaran. Era una mujer muy especial y me enteré de todo eso ahora. Él estaba muy enamorado de mí, pero lo perdí cuando lo fusilaron».

Un anillo, una pulsera y una carta. «Cuando iba a caer Asturias, Belarmino Tomás, que ya digo que apreciaba mucho a Quintín, le avisó. Muchas de estas cosas también las he descubierto en estos últimos años. Quintín se fue con Belarmino Tomás al barco en el que iban a salir de El Musel, pero me enteré ahora de que cuando estaba en el barco dice: «Voy a buscar a Ángeles», y se bajó. Yo seguía en un hospital provisional que estaba en El Cerillero para los heridos leves. Era de noche y yo estaba de guardia. Me extrañó verle entrar en la sala y me dijo que si podía salir. «Se terminó la guerra; va a caer Asturias. Llama a tu hermana, que nos vamos y a ver si podemos coger un barco». Pero él ya sabía que no podríamos coger uno porque ya habían salido todos. Cogimos un coche y fuimos a Carbayín. Estuvimos quemando papeles que había en la Casa del Pueblo, que era su casa. Al terminar me dijo que iba a esconderse, pero se ve que tenía poco conocimiento porque le cogieron al cabo de unos días. Me dijeron que estaba subiendo a mi casa cuando le detuvieron. Después me detuvieron a mí también. Antes de que me cogieran pude verlo sólo una vez. Me dijeron que estaba en Nava y había mujeres que tenían allí a sus maridos. Fui con ellas a visitarlo y fue la última vez que lo vi. Estaba preso en unas escuelas, porque ya no sabían dónde meter a tantos detenidos. Tardaron en hacerle el consejo de guerra porque estaba herido. Cuando a mí me detuvieron, mi madre iba a la cárcel a verle junto con una hermana de él que no había marchado a Francia con su madre. Esta hermana de Quintín era de mi edad, más o menos. Él anduvo por hospitales (lo sé por una carta que descubrí de mi madre), y después le llevaron a Santander. Lo trajeron de nuevo a Asturias y lo fusilaron en 1939. Me dejó un anillo, una pulsera y una carta, que sólo pude ver cuando salí de prisión. Se lo había entregado a mi madre y la carta la había escrito cuando ya sabía que tenía la pena de muerte. En la cárcel yo estuve dos años pensando en qué me diría en esa carta y cuando la pude ver leí: «Ángeles, tú aún eres muy joven y puedes rehacer tu vida. Te deseo que seas feliz». Llevé una gran desilusión porque me esperaba que me contara cosas. Pero el pobre no me contó nada porque no quería dar pena y dejarme remordimientos».

Golpe de Estado. «Ya antes de la guerra a mí me llamaban «Maricuela». Cuando salieron los presos del 34 de la cárcel se organizaron representaciones de teatro y nunca pude comprender por qué tuvieron que darme a mí el papel de protagonista de una de esas obras, un personaje que se llamaba «Maricuela». Yo encontraba feísimo ese nombre y además yo no me veía en un escenario. Pero se empeñaron y consiguieron que lo hiciera. La obra se titulaba «Arriba los pobres del mundo». Estalla la guerra y yo estaba en Pola de Siero, donde ensayábamos la obra para representarla. Habíamos terminado y estábamos bailando en el parque cuando dicen: «Hubo un golpe de Estado». Nos quedamos helados y cogimos el autocar para volver a Carbayín. Cuando llegué a casa le digo a mi madre que hubo un golpe de Estado. Ella siempre estaba diciendo: «Va a estallar una guerra, va a estallar una guerra?», así que no la sorprendió nada. Al otro día bajamos a la Casa del Pueblo, que como dije era la casa de Quintín, que tenía un zona de baile y una sala donde se hacía teatro. Allí se celebraban las reuniones y estaban todos los documentos. Delante había una plaza pequeña y por los altavoces dijeron lo que pasaba y que había que ir a defender la República. Me presenté voluntaria».

Cocina en Colloto. «Al día siguiente marchamos para la guerra a Colloto. Yo iba con mi hermana y todo el mundo iba a Colloto porque desde allí se formaban para ir a un lugar o a otro. Allí se formaron a partir de setiembre los batallones para Oviedo. Hubo que organizarlo todo y había más voluntarios que armas. Allí mismo, en Colloto, cogieron un local que seguramente era un bar y yo estuve allí de cocinera. No cogí armas, pero estábamos entre tiros y bombas. Más adelante, cuando ya había muchos heridos y muertos, y escaseaba la gente, tuvimos que hacer cosas peligrosas, como ir a llevar la comida de los milicianos a las trincheras. Nos rodeaban los tiros por todas partes. Salían desde las ventanas o los balcones. Llevábamos una cacerola muy grande, con la que casi no podíamos. Pero éramos jóvenes y no teníamos miedo a nada. Una vez nos cayó al lado una bomba de la aviación y nos echamos al suelo. A una amiga mía de Valdesoto la atravesó una bala y le dio en la columna vertebral. Valía más que la hubiera matado, porque estuvo unos cuantos días sufriendo antes de morir. Durante un permiso estuve cuidándola, pero tuve que marchar porque faltaba gente. Hasta donde estábamos nosotros, en el edificio de Colloto, llegaron una vez los nacionales y tuvimos que escapar. Fue cuando murió el primero de Carbayín, un chaval que estaba en una cota y lo cogieron por sorpresa. Luchó con bayoneta, pero eran muchos los que avanzaban. A nosotros nos cogieron en una camioneta y nos sacaron de allí. Fue sólo durante unas horas, porque después lo volvieron a recuperar los milicianos».

Enfermera en El Cerillero. «Estuve allí, que era prácticamente el frente, hasta que Belarmino Tomás sacó una orden de que sacasen a las mujeres del frente, porque morían muchas. Entonces nos llevaron de enfermeras a los hospitales. A mí me destinaron a Gijón, al barrio de El Cerillero, al edificio de la fábrica de cerillas, que se convirtió en hospital provisional. Cuando me ordenaron que fuera de enfermera yo no quería, pero me dijeron que estaba militarizada y tenía que hacer eso. «¿Qué quieres? ¿Ir a lavar vendas? Ser enfermera es ser una privilegiada». Estábamos casi al lado de El Musel y continuamente lo estaba bombardeando la aviación. Nunca tuve miedo, pero había compañeras que se asustaban mucho y corrían al refugio. Yo no supe ni dónde estaban los refugios. Recuerdo a una de las milicianas que tenía un pánico terrible y después de la guerra apareció muerta en una playa. La había asesinado. En la fábrica de cerillas había salas grandes en las que pusieron las camas. Allí llegaron heridos vascos cuando cayó Bilbao. Eran heridos leves, porque donde yo estaba no había graves. Hubo heridos también que salieron en barco hacia Francia. Mi hermana y yo teníamos a nuestro cargo una sala de 30 enfermos. Las curas las hacia el médico con una enfermera y nosotras atendíamos a los heridos. Supe después que había quedado registrada como miliciana, pero no como enfermera, porque nuestro destino fue a última hora y no debió de salir ni en el boletín. Años después de la muerte de Franco escribí desde Francia para que me enviaran del archivo de Salamanca el certificado de miliciana y los papeles de mi consejo de guerra. Pero no me enviaron la parte secreta del consejo, que conseguí después de la ley de Memoria Histórica del Presidente Zapatero. Pero del trabajo como enfermera no tengo ningún certificado. Además casi nadie sabe que hubo un hospital en El Cerillero».

http://www.lne.es/asturama/2013/04/17/aprendi-democracia-padres-socialistas-hermano-comunista-hermana-catolica/1398694.html

http://www.lne.es/asturama/2013/04/17/hermano-antonio-martires-carbayin-madre-decidio-vivir-cerca-tumba/1398695.html